Por Edgar Artunduaga
“Me voy a morir de pena moral”, me dijo Alberto Piedrahita Pacheco la noche que celebramos los 80 años de doña Hilda Strauss. Se le veía destrozado, agobiado, ante la muerte reciente de su esposa, Ligia Guevara.
Sus hijos, por ayudarle, lo sacaron de la vieja casa que habitó la familia y ahora vivía en un pequeño apartamento. “Es una tortura, me despierto y la veo al frente, me pasa toda la película de nuestra vida, no tengo paz”.
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Hace un mes hablé con su nieta, Laura, y me comentó que Alberto estaba mal, no tanto del cuerpo como del alma. Se fue consumiendo en una profunda tristeza, de la cual no quería salir, se negaba a abandonar con ayuda de sicólogos o cualquier apoyo médico.
Piedrahita era un hombre de temperamento recio. Así fue desde pequeño, cuando comenzó como mensajero en una radio bogotana, venido de su natural Líbano, Tolima. Fue creciendo en el medio y las empresas descubrieron su talento y formidable voz. Primero RCN y después Caracol. También pasó un tiempo por Todelar.
Garganta prodigiosa y portentosa. Recuerdo que en la vieja casa de Caracol de la avenida de las Américas, todas las cabinas de radio debían cerrarse cuando hablaba en la suya Piedrahita, porque traspasaba paredes y se oía en otras radios.
Hombre culto, buena dicción, narrador privilegiado, por mucho tiempo de ciclismo pero antes de otros deportes. Fórmula de trabajo y de vida con Juan Harvey Caycedo, Fernando González Pacheco, Julio Arrastía Bricca (fallecidos todos), David Cañón, Velandia, Rueda y cientos de locutores y comentaristas deportivos que se formaron a su lado.
“El padrino”, como lo dieron en llamar sus compañeros, porque fue padrino católico de muchos y padrino profesional de otros, narró vueltas a Colombia por más de una veintena de años. Después compartió con Juan Harvey “Pase la tarde con Caracol”. Se consagró con su programa “La barra de las 13” (una de la tarde), que después fue de las 12, hasta cuando vendieron la emisora donde transmitía y se acabó el programa.
Guillermo Díaz Salamanca lo imitaba muy bien en 'La Luciérnaga', algo que le molestó mucho los primeros meses. Pero disparó su nombre y prestigio como también los aplausos y admiración por su trabajo.
Con el retiro de Díaz Salamanca de Caracol, Hernán Peláez le pidió a Piedrahita hacer su propio papel y debió hacer esfuerzos (cosas de la vida) para acercarse al personaje gracioso y a veces brabucón que se había inventando Guillermo.
Alberto admitía, sin incomodarse, que el aguardiente lo mantenía muy bien de salud. Almorzaba todos los días (de lunes a viernes) con Juan Harvey Caycedo y Gustavo Niño Mendoza y en la tertulia no faltaba el licor. Esos encuentros de varias horas -recuerda Niño- se mantuvieron por varios años hasta la muerte de Juanito, que -como lo he contado en un libro- terminó sus días voluntariamente.
La noche de los 80 de Hilda Strauss, Alberto -que tenía 82- se mantenía erguido, elegante con su smoking negro, pero ya no era el mismo personaje simpático que habíamos conocido. No estaba enfermo, no le dolía nada, según me dijo. Estaba acongojado, arrasado.
Y nadie pudo recuperarlo. Ningún esfuerzo familiar. Todo el cariño y pechiches del mundo, que le prodigaron los suyos, fueron insuficientes para que Piedrahita cambiara su decisión de irse, detrás de su mujer, su compañera fiel de toda la vida.
Con Alberto Piedrahita Pacheco se despide otro de los fundadores de la radio y la televisión colombiana, magníficos locutores -cultos, respetuosos, autodidactas, estudiosos, brillantes, de fino humor- que convirtieron la radio colombiana en la mejor del continente.
Que en paz descanse.
Alberto Piedrahita Pacheco murió “de pena moral”
Lun, 20/10/2014 - 11:11
Por Edgar Artunduaga
“Me voy a morir de pena moral”, me dijo Alberto Piedrahita Pacheco la noche que celebramos los 80 años de doña Hilda Strauss. Se le veía destrozado, agobiado, a
“Me voy a morir de pena moral”, me dijo Alberto Piedrahita Pacheco la noche que celebramos los 80 años de doña Hilda Strauss. Se le veía destrozado, agobiado, a