Cuando mi viejo tenía unos quince años, a principios de los años sesentas, decidió que quería tener una hija tan linda como su prima Virginia J de A. Hoy en día solo se acuerda que Virginia era rubia de pelo largo. No se acuerda de la cara, de la voz o de su personalidad. Se acuerda solo de su trenza larga y rubia. En ese momento decidió que tendría una hija a quien le pondría Virginia, e iba a ser tan divina como su prima Virginia J de A.
Cuando tenía veinte años conoció a Carina, con quien se casaría cuatro años más tarde, en contra de la voluntad de sus viejos, quienes jamás la aprobaron. Mis abuelos consideraban que Carina no era la mujer ideal para él, y creían, firmemente, que no lo haría feliz.
Tres años después, mi papá y Carina se divorciaron; un divorcio triste y traumático, como casi todos los divorcios. No volverían a hablar en sus vidas.
A principios de 1975 mi viejo conoció a mi vieja, y se casaron siete meses más tarde. Al cabo de un año, mi viejo recibió una llamada que jamás se hubiera imaginado. Lo llamaron mis abuelos a contarle que Carina se había suicidado.
En octubre o noviembre de 1976, mi vieja dormía una siesta y se despertó porque sintió una presencia en el cuarto. Abrió los ojos y vio una mujer flaca, de pelo oscuro, largo, liso, que daba vueltas por el cuarto, como flotando, mirándolo todo, observando con atención. Eran alrededor de las dos de la tarde, y mi mamá supo, inmediatamente, que se trataba de un espíritu y se sorprendió de estar viendo lo que veía a plena luz del día. La mujer siguió dando vueltas con calma y después puso toda su atención sobre mi mamá. La miraba inquisitiva, como queriendo saber algo. Mi vieja supo que se trataba del espíritu de Carina, que venía a indagar sobre mi papá. Carina no le habló, pero mental o espiritualmente le dejó saber que quería saber cómo estaba él. Mi mamá se puso a gritar con mucha fuerza, y le ordenó que se largara. Le dijo que nadie la había llamado, y que nada tenía que hacer ella ahí. Carina se desapareció, y volvió a visitarla en circunstancias similares solo una vez más, y ya nunca más.
Otros dos años más tarde nací yo, y en algún momento de mi niñez mi viejo me contó que había tenido un primer matrimonio y que su exmujer se había muerto después del divorcio. No me dio más detalles y yo sentí que no debía preguntarle nada. No tuvieron hijos juntos, así que la idea se perdió en mi cabeza y no le di más importancia.
Desde que entré en la adolescencia comencé a tener pesadillas. Soñaba que caían insectos sobre mi cama mientras dormía, y saltaba de la cama jalando sábanas y cobijas y aterrizaba en la alfombra sobre mis rodillas, que siempre terminaban con raspones. Con el tiempo los insectos se volvieron mucho más siniestros. Empecé a ver unas figuras orgánicas, como unas uvas rojas y naranjas que se multiplicaban y crecían sobre una pared, en un rincón de mi cuarto. Me levantaba gritando y me volvía a quedar dormida con taquicardia.
Un día ya no fueron insectos ni uvas, y un día ya no estaba dormida, ya no eran pesadillas. Cuando mi hermano y yo éramos niños, mi mamá acostumbraba a venir a mirarnos en la mitad de la noche, para estar segura de que estábamos bien. Muchas veces me desperté porque sentí que había alguien ahí, y era mi vieja, paranoica, preocupada por nada y llena de amor. Cuando entramos en la adolescencia dejó de hacerlo, y pasados un par de años comencé a despertarme otra vez, porque sentía que no estaba sola. Cuando abría los ojos no había nadie, pero me invadía el pánico, y sentía rabia porque automáticamente había asumido que se trataba de mi mamá, pero en mi cuarto solo estaba yo.
Empecé a dormir con la puerta cerrada, para evitar que mi vieja pudiera entrar en silencio. Yo esperaba que si le tocaba abrir la puerta, me despertaría. Pero mi mamá ya había perdido la costumbre, y sin embargo, yo seguí despertándome porque sentía a alguien más ahí.
Una noche me desperté y vi a una mujer flaca, carilarga, de pelo negro, largo, liso. Tenía puesta una bata blanca, no le veía las manos ni los pies. Ella estaba parada casi sobre el marco de la puerta, mirándome. Al principio no entendí lo que estaba viendo, abrí bien los ojos y ahí seguía. Entonces me puse a gritar, y grité hasta que mi mamá entró corriendo. La mujer desapareció ni bien mi vieja abrió la puerta.
Volví a verla, muchas veces, siempre flotando sobre el marco de mi puerta cerrada. No le veía la cara con claridad, pero sabía que me estaba mirando; me observaba con atención, con calma. Pasaron los años y de la puerta fue avanzando, muy lento, hacía los pies de mi cama. Un par de años más tarde ya no pude verle los pies, puesto que estaba parada exactamente sobre los pies de mi cama. Solo podía verla desde lo que serían sus rodillas hacia arriba.
No la veía todas las noches, pero sí casi todas las semanas, y así pasaron otros dos años en que ella siguió acercándose cada vez más hacia mí. Yo me despertaba porque sentía que había alguien en el cuarto, y cuando abría los ojos ahí estaba, quieta, y cada noche que la veía se había acercado un poquito más.
Mi cama quedaba en una esquina de mi cuarto, sobre dos paredes, así que ella se movió de los pies de la cama hacia el lado de la cama, al lado izquierdo de mi cuerpo. Muy lento, cada vez más cerca a mi cara. Una noche me desperté y la vi flotando sobre mí, muy cerca de mi cara. Me quedé paralizada, no pude gritar, y me quede quieta, mirándola mirarme. Cuando pude gritar mi vieja entró al cuarto, y esta mujer ya no estaba.
Habían pasado casi cuatro años desde la primera vez que la vi. Ya mi vieja estaba preocupada por mí. Se imaginaba que yo estaba soñando con demonios o alguna otra porquería. Yo le conté que veía siempre a la misma mujer, y me miró aterrada, pero no dijo nada.
La siguiente vez que esta presencia me despertó en la mitad de la noche ya no me miraba solamente. Estaba flotando sobre mí, como lo había hecho muchas veces, pero esta vez movía las manos sobre mi cara. Sentí pánico, no porque sintiera que quisiera hacerme daño; sentí pánico porque ya no quedaba nada entre nosotras para que me tocara, y sentí que lo hacía como para conocerme, para reconocerme. Volví a gritar y esta vez mi vieja decidió llamar a su amigo Tommy, un suizo quien era el pastor de la iglesia.
Una noche nos sentamos alrededor de la mesa del comedor, mis viejos, Tommy y yo. Mi mamá quería que le contara a Tommy lo que estaba viendo, y por primera vez describí a esta mujer en voz alta. Mi mamá abrió los ojos y se quedó quieta y muda. Mi papá puso ambas manos sobre la mesa, casi golpeándola, y dijo:
“Esa es Carina, mi exmujer...”
Nada tuvo sentido hasta que mi viejo contó que Carina se había suicidado, y entonces mi vieja me contó que ella también la había visto un par de veces, antes de quedar embarazada de mí. Tommy dijo que debíamos orar, y me enseño a ordenarle que se fuera de mi cuarto “en el nombre del Señor.” Así es que me llené de valor, y la siguiente vez que apareció en mi cuarto le grité hasta que se desapareció, antes de que mi mamá entrara corriendo al cuarto a gritarle ella también.
Pasaron otro par de años en que no volví a verla. Nos fuimos de Uruguay, donde habíamos vivido los últimos once años, y nos mudamos a Bogotá, donde jamás la volví a ver.
Antes de que empezara el año 2000 volvimos a Montevideo, luego de tres años de habernos ido. Una noche me quedé a dormir en la casa de una amiga, y en la mitad de la noche me desperté, porque sentí que alguien se movía en el cuarto en que dormíamos ambas. Era Carina, al costado de la cama donde yo dormía, sobre ambas manos y ambas rodillas, estaba escondida. No quise gritar, no quería hacer un show demente y despertar a mi amiga, entonces me tape la cara con las cobijas y temblé hasta que me quedé dormida.
Han pasado once años desde esa noche. No volví a verla, pero intento hablar de ella cuando es de día. Me imagino que mi papá habrá hablado con ella de querer tener a Virginia. Se me ocurre que ya muerta, Carina volvió para saber cómo estaba mi viejo, y para conocerme, para conocer a la Virginia de quien tanto le habían hablado. La Virginia que quizá ella quiso tener y no alcanzó...