Un superhéroe tolimense (II)

Vie, 10/02/2012 - 00:01
Detallaba en el acápite inicial cómo por la fuerza del destino, este niño de 1

Detallaba en el acápite inicial cómo por la fuerza del destino, este niño de 11 años sin capa ni poderes sobrenaturales, se convertía de a poco en el gran héroe que hoy es. La estructura y los muros de la casa de Germán David eran muy resistentes. Soportaron durante varios minutos la furia natural del Volcán del Nevado del Ruiz, que en esas circunstancias se hacían eternos. Parecían estar hechas de la misma fuerza de su constructor; eran las paredes de su morada que había sido construida por su abuelo con gran amor y vigor. Pero por más resistencia que proporcionaba el habitáculo, la fuerza de la avalancha a la postre resultó ser superior y a la media noche la casa de la familia Lamilla Santos ya no tenía registro geográfico municipal.

Las paredes eran las lápidas que en vida sepultaban a Germán y a su abuela Lilia, sus manos ya no estaban unidas y las esperanzas de vida de estos seres eran cada vez menores. En ese angustioso momento el valiente armerita, recordó a Nicolasito, mientras sentía y veía su vida irse a cuenta gotas. Nicolasito fue una  las víctimas fatales del terremoto de ciudad de México ocurrido ese mismo año, pero para fortuna de nuestro héroe, de la Fuerza Aérea Colombiana y la nuestra misma, él sí sobrevivió y lo hizo porque su misión cósmica en la tierra es de suma importancia y además, como dicen por ahí: uno no se muere la víspera. Providencialmente, una fuerte corriente de agua, con la dirección exacta y la fuerza precisa, levantó la mole de hierros y concreto que aprisionaba su cuerpo. El liberarse de aquella presión de los escombros le permitió moverse desesperadamente y empujando las piernas con toda su fuerza, logró sacar la cabeza del agua para respirar. En ese mismo momento sintió bajo sus pies el cuerpo de su abuelita. Esa fue la última vez en su vida que tendría contacto físico con ella, pues jamás los organismos de rescate encontraron su cuerpo. Mientras Germán era arrasado por la corriente de agua y lodo, pensaba que tenía que sobrevivir para encontrar a su pequeño hermano y hacerse cargo de él.

Luego de “hacerle el quite” a la muerte varias veces en esa interminable madrugada, que más bien parecía una de las escenas recreadas por Dante en La Divina Comedia, pasaban los minutos como si estuvieran hechos no de segundos, sino de horas y lentamente el caudal iba disminuyendo y la velocidad del agua y del lodo también. Me cuenta Germán que era como estar flotando en un río y que en esos momentos oraba a gritos con una persona de la cual no identificaba su ubicación. Al pasar el tiempo la velocidad se hacía menor y gracias a la seguridad que le brindaba el tronco salvavidas sobre el que iba, aunque parezca increíble, pudo dormir un poco. Cuando despertó, el día empezaba a aclarar; serían las 4:45 de la mañana del jueves 14 de noviembre. Los lamentos y gritos se oían por todas partes y el llanto de los niños que llamaban a sus madres y personas que desesperadas se sumergían ya moribundas lenta e inevitablemente bajo el mortífero lodo, era el entorno.

El panorama era indescriptible, cualquier calificativo es poco para explicarlo y la imaginación se queda corta para hacerse a una composición de lugar de lo que esa mañana vi al amanecer, —relata el oficial.

Junto con su compañero de infortunio y a la vez de renacer, Germán logró llegar hacia las 9 de la mañana a la entrada de una finca alejada de Armero, pues según sus cálculos, la avalancha los había arrastrado fuera de la ciudad y en ese momento estaban a algo más de10 kilómetrosde donde había existido el municipio. Como por obra divina, desde el lugar de ubicación hasta la casa había un camino sobre el lodo, hecho de carros, árboles, animales muertos, colchones y restos humanos mezclados con toda clase de escombros.

Empezamos a caminar con cuidado para no hundirnos, miraba con detenimiento los cadáveres para intentar reconocer  a alguien de mi familia o algún conocido o amigo. Por fortuna esto no sucedió; salté escombros, cadáveres y cada minuto que transcurría los lamentos eran menos pues la gente moría o se hundía en el barro para no salir más. En el camino hallamos una niña de unos 5 años de edad, la cual estaba aprisionada y sumergida hasta la altura de los  hombros, mi compañero y yo intentamos liberarla, pero nos resultó imposible, la niña estaba moribunda y con gran dolor y sentimiento de impotencia solo pudimos acompañarla por unos minutos hasta que murió, luego tuvimos que abandonarla y continuar nuestro camino hacia la casa. El picante sol de esta región colombiana se elevaba y secaba rápidamente el barro adherido a nuestros cuerpos, los movimientos eran cada vez más dificultosos y corríamos el riesgo de quedar petrificados bajo gruesos cascarones de barro. Luego de muchas peripecias y sorteando riesgos escondidos bajo y sobre el lodo llegamos a la casa. En un charco de agua grisácea intentamos retirarnos la capa del espeso y seco lodo que nos cubría, con el propósito de no quedar inmovilizados completamente, —cuenta Germán hoy con serenidad pero con desconsuelo en su narración.

Hacia las 2 de la tarde las fuerzas de Germán iban desapareciendo, pues el desgaste emocional y físico de más de trece horas de tragedia natural lo iban apagando paulatinamente. Habían llegado al refugio más de veinte personas cuyas heridas y mutilaciones sería morboso comentar en esta historia. El cansancio le ganó al niño y se durmió sobre las tablas del zarzo en donde pudo encontrar espacio en medio de los sobrevivientes. Tomó un poco de agua y cayó profundamente dormido.

El mayor Germán Lamilla no solo sobrevivió a la avalancha de Armero, años después logró hacerlo gravemente herido cuando su helicópetro recibió 17 impactos de las Farc en una misión de asalto cerca a La Macarena.

Un par de horas después un gran ruido interrumpió el sueño del hoy Mayor Lamilla. Él pensó que de nuevo una avalancha arrasaría con el refugio donde estaba con otros sobrevivientes, que la furia del volcán ahora sí terminaría con sus vidas y que no habría una segunda oportunidad. Estaba resignado a dejarse morir sin luchar y terminar definitivamente con ese insufrible padecimiento. Pensaba que no podría haber en esa circunstancia algo más dulce que el descanso y la paz perpetua ante tanto dolor y desolación. Pero para él no estaba destinada la muerte ese día. Aquel ruido no era una nueva arremetida volcánica; era un helicóptero de rescate en busca de sobrevivientes, que como los ángeles, hacía su vuelo estacionario y salvador sobre el sitio donde ellos estaban. Duramente acá no terminaba el sempiterno desastre de la naturaleza y su dolor, pues Germán no se fue en la aeronave redentora; sus capacidades físicas y su instinto de conservación, le indicaban que era una maniobra demasiado riesgosa tratar de subir al helicóptero en ese momento ya que estaba prácticamente desahuciado.

Finalmente, el viernes 15 otro helicóptero de la misión rescatista sí traía alientos vitales en sus rotores y ese sería el verdadero vuelo de su vida. Era la primera vez que Germán Lamilla Santos se montaba en un aparato de esos y estaba lejos de imaginarse que sería el medio de transporte, que asiduamente frecuentaría para velar por los intereses y la tranquilidad nacional. Llegó su turno y la nave se acercó al tejado desplazándose lenta y pausadamente, un rescatista sujetado al interior de la nave con una sola mano, se inclinó hacia ellos apoyando sus pies sobre uno de los skies del helicóptero. Al alcanzar la mano que le quedaba libre con un fuerte impulso los subió uno por uno al interior de la nave. Antes de dirigirse al sitio de evacuación fueron realizados otros rescates; la nave estaba llena de personas como él, semidesnudas, cubiertas de barro y algunos muy gravemente heridos, tal vez era el último vuelo de ese día. Al llegar al sitio de evacuación, la población de Lérida, un pueblo vecino y hermano de Armero, Germán recibió los primeros auxilios por parte del personal sanitario.

Termina ese desdichado capítulo con estas palabras de nuestro sobreviviente protagonista, que fuera años después injustamente procesado por el famoso caso del Bombardeo de Santo Domingo.

 —Después de las curaciones y ser lavado con agua a presión para quitarme el barro, fui entregado a unos familiares, los que me llevaron con mi abuelo, mi mamá y mi hermano que gracias a Dios, se habían salvado por no estar esa noche en Armero. Nunca más pude reunirme con mi papá, ni mi abuela, ni mi tía, ni ninguno de los demás familiares que allí perecieron. Tampoco supe nada de la suerte que corrieron mis fugaces compañeros de epopeya.

Comenzaba una nueva etapa en la vida de Germán. En la capital de la República, ahí junto al capitolio y al Palacio de Nariño, frente a la Plaza de Bolívar, en el Colegio Mayor de San Bartolomé, Lamilla cursó sus estudios de bachillerato, de donde directamente voló a la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez en Santiago De Cali. Con una férrea convicción sobre su vocación de servicio y con un sentimiento de retribución a la vida por su historia, durante la década de los 90 participó en la defensa de decenas de poblaciones que fueron objeto del ataque demencial de los grupos terroristas. Desde los helicópteros de la FAC, desafió las ráfagas de los violentos para amparar a la población civil inerme, víctimas de una narcoguerrilla que amenazaba con tomarse el país.

Este piloto tolimense estuvo presente en varios operativos y misiones militares en defensa de la soberanía nacional, que cada vez se ve más desdibujada a manos de los narcoterroristas y uno que otro fallo judicial, que apalanca la impunidad y oculta la verdad, por lo cual en repetidas ocasiones no presenta asomos de justicia. Entre esas operaciones este combatiente hizo presencia en 2002 en la difícil tarea de recuperar para los colombianos, la zona de distensión cedida por el gobierno de turno a la guerrilla de las Farc. En desarrollo de esta tarea, contribuyó en la misión de asalto aéreo contra  campamentos de las Farc ubicados sobre el río Guayabero, cerca a La Macarena, principal fortaleza del terrorista Alias el “Mono Jojoy”. El concepto de la operación era sencillo, los aviones suprimirían las defensas del enemigo aplicando la fuerza mediante un bombardeo de precisión. Después de diezmar las defensas enemigas, 5 helicópteros  Black Hawk de asalto tocarían tierra en las mismas puertas del campamento terrorista; en el único campo disponible para tal fin. Se llevaría a cabo en la madrugada del 9 de junio, con el fin de aprovechar la oscuridad de la noche, que proporcionaba cierta protección y permitiría atacar por sorpresa, aprovechando la capacidad del sistema Night Vision Goggles (NVG) o Lentes de Visión Nocturna (LVN). Pero se aplazó reiteradamente debido a las condiciones meteorológicas adversas, motivo por el cual el comandante tomó la decisión de realizarla de día, pero con esta decisión se perdería la protección que brindaba la noche para evitar el fuego enemigo.

Una vez iniciada la operación, las aeronaves despegaron  directo al objetivo, con valerosos soldados a bordo; se enfilaron en simétrica formación hacia el objetivo, por la radio del Comandante del Componente Aéreo Conjunto cuyo código era “Pantera”, recibían los reportes de los pilotos de los bombarderos acercándose al objetivo, mientras la escuadrilla  de  helicópteros de asalto “Las Comadrejas” reportaban que se encontraban en el aire sin novedad.

A cinco millas del objetivo,  el líder anunció la palabra clave para cerrar la formación a un rotor, la tensión, piloto y copiloto en los controles como medida de seguridad por si alguien era herido, artilleros con sus M-60 listas en busca de objetivos. Se escuchan los estallidos de los cohetes y su estela de humo blanco rayaba el cielo, los militares no podían desconcentrarse por el ruido de las ametralladoras y cohetes, pues era muy peligrosa la vegetación selvática y troncos y arbustos secos se convertían en aliados del enemigo y adversarios naturales de nuestros defensores. Las cinco “Comadrejas” tocaron tierra,  los artilleros abrieron fuego, el tableteo de las ametralladoras ayudaba a que los pilotos se relajaran, pues sabían que mientras el enemigo tuviera la cabeza abajo, habría una mejor oportunidad para ellos y para los soldados que con fiereza saltan desde los helicópteros para enfrentar  a los narcoterroristas.

La escuadrilla estaba lista a despegar, los soldados en tierra buscaron protección mientras dispararon para asegurar la salida de los pilotos.  Cuenta el Mayor Lamilla que a doce millas de la pista, escuchó el inconfundible sonido de ametralladoras y fusiles disparando en su contra y rápidamente inició maniobras evasivas, la cortina de fuego era intensa y continuada; dejó escapar un grito de dolor cuando sintió un proyectil atravesar su pierna izquierda. De nuevo se había salvado de morir y una vez más por el apremio, no había tiempo para el dolor. Sobre este episodio me contó con sus palabras:

Pensé que Dios estaba con nosotros y empecé a buscar campos cercanos para un posible aterrizaje de emergencia, pues no sabía qué daños tenía mi helicóptero, aun estábamos sobre territorio enemigo. Nuestros sentidos  se agudizaron en busca de ruidos extraños en los motores que nos alertaran sobre posibles fallas. El panel de precaución nos indicaba que los sistemas del helicóptero funcionaban aceptablemente.

Era hora de  pensar en mi herida, el dolor en mi pierna era soportable tal vez por la adrenalina del momento, aunque estaba inmóvil y no tenía control sobre ella, lo cual era señal de que el fémur había sido roto por los disparos recibidos. Con dificultad removí mi pierna del pedal izquierdo con las manos para no incomodar al copiloto. Perdía sangre rápida y abundantemente, pero antes de atenderme debía informar al centro de control la situación.  Después de tomar aliento con pausada voz informé por  radio  “Pantera de Comadreja 2; fuimos impactados, tenemos tripulante herido, solicito evacuación Aero médica” mientras tanto Comadreja líder reportaba daños en los cables del rotor de cola, y comadreja 3 que su sistema hidráulico  estaba escapando.

Los 17 disparos que había recibido el helicóptero de Lamilla, hacían que la situación fuera muy grave, sin embargo él estaba tranquilo por ser parte de una tripulación profesional, bien entrenada, con experiencia y sobre todo corajuda. El aterrizaje fue perfecto y la aeronave estaba a salvo. Entre tanto los enfermeros de combate lo sacaron de la cabina ensangrentada. Según él, sintió un dolor muy intenso al momento de doblarle la pierna para liberarlo de la silla, tal vez el más fuerte que haya experimentado.

A las 8.30 p. m. un avión ambulancia los sacó del lugar de aterrizaje. Una vez más Germán y su equipo estaban en el aire, rumbo a Bogotá, donde una ambulancia los esperaba en la rampa del aeropuerto militar. El fiel copiloto acompañó a su comandante Lamilla hasta el Hospital Militar, donde fue atendido. Hoy después de dos exitosas cirugías, ha regresado a su Unidad el CACOM-1 para estar al lado de su noble pasión: los aviones y helicópteros de combate. Las tripulantes y sus amigos están a la espera del día en que el Mayor querido por la Institución, pueda regresar a la cabina de su Black Hawk como piloto, para seguir sirviendo a nuestro país y a la Fuerza Aérea Colombiana de los cielos de esta necesitada nación.

Este fue su bautizo como piloto de halcón y es la segunda parte del relato de una historia de vida llena de valor, amor y fe en la causa.

Abrazo cálido. Seguimos trabajando.

@colconmemoria

presidencia@colombiaconmemoria.org

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