Desde niños estamos acostumbrados a oír, ver en revistas o comics,-como se llamaban en los 80- en televisión, cine e internet más recientemente, a Superman, la Mujer Maravilla, Batman y Robin y Flash entre otros seres de poderes sobrenaturales, que con su inteligencia desbordada y su fuerza física han querido salvar a la humanidad del mal. Operando de desde su cuartel general del Salón de la Justicia las estrategias para combatir a los villanos no se hacían esperar. Ajusticiaban a una especie de bandidos muy singular, pues no eran malos esencialmente, sino que andaban en malos pasos o estaban mal aconsejados.
Ese ha sido por décadas nuestro concepto de superhéroes y superheroínas, que a través de fascinantes historias nos trasportaban a un mundo ideal donde los malos no eran tan malos y los buenos eran buenísimos y merecieron toda nuestra gratitud y admiración. Eran verdaderos ídolos. Es fácil dar cuenta de esto en un Halloween, por ejemplo. ¿Cuántos Batman y Gatubelas vemos en una fiesta de disfraces?
Esta es la crónica de un verdadero superhéroe. Pero no de uno de los que acabo de mencionar, sino uno de la vida real, uno de carne y hueso, con familia, sueños, esperanzas, miedos, problemas, trabajo, retos y deudas. Se trata de la biografía de un gran hombre colombiano, contada desde mi sensibilidad y objetividad cronológica y jurídica. Se trata de un superviviente por naturaleza.
Para comenzar, debemos transportarnos hacia atrás en la máquina del tiempo 26 años, 2 meses y 21 días. Era la noche del 13 de noviembre de 1985 y no se fraguaba una lucha contra la injusticia de los malos en un salón de la justicia criollo, ni en un centro de operaciones sobrenaturales. Pero sí tenía que ver con la furia e indolencia de la naturaleza. Se trataba de la terrible tragedia cósmica de la avalancha de Armero, de la cual nuestro superhéroe logró sobrevivir, sin saber que en adelante su vida estaría llena de más episodios de supervivencia, que actualmente dan como resultado todo el mérito para escribir y llevar a las pantallas esta valerosa semblanza. La semblanza de un ser que en la actualidad con “patas y manos” y unos cuantos pesos colombianos protagoniza, para pagar su defensa, en procura de un proceso judicial transparente, de esos que no se ven en nuestro país.
Me interesé poderosamente por escribir acerca de este hombre de valía, que me encontré en el trasegar de mi vida profesional como Defensor de Derechos Humanos y convencido del maltrato del sistema colombiano a las víctimas, a quienes hoy les exigen pedir perdón públicamente por defender a la patria y por cumplir su misión a costa de su propia existencia.
Germán David Lamilla Santos, quien hoy en día es Mayor de la Fuerza Aérea Colombiana, piloto de helicópteros y aviones de combate y que patrulla nuestras selvas en busca de una mejor bitácora de vuelo nacional, tenía 11 años y aquella noche estaba en su casa en Armero (Tolima), cuando el Volcán del Nevado del Ruiz en erupción literalmente borró del mapa el municipio tolimense que hubiera sido fundado en 1895. Como él mismo lo dice, se trata de “más de 20.000 personas que sobrevivieron a esta catástrofe, pero existen otras 30.000 historias que jamás podremos escuchar por haber quedado sepultadas bajo el lodo hirviente del volcán”
Cuando a Germán la gente inquieta y curiosa le pide que cuente su vivencia, a veces le molesta la incredulidad de los audientes, pues la historia de magnitudes apocalípticas es prácticamente increíble. Habría que vivirlo para creer del todo la veracidad de su contenido.
El Mayor de la Fuerza Aérea Colombiana Germán David Lamilla Santos, piloto de helicópteros y aviones de combate.
Hacia las seis de la tarde del día de marras, descendía soplada por el viento la ceniza volcánica sobre la población. Era algo nunca antes vivido por la gente; los niños jugaban como si se tratara del confeti de una piñata que desciende furtivamente, surgieron hipótesis variadas entre los padres y adultos, mejor dicho era algo verdaderamente fenomenal que captaba la atención de las gentes. Unos comenzaron a sentir temor y otros a experimentar miedo real, por el avecinamiento de algo terrible. No obstante, las autoridades a través de mensajes en los medios locales de comunicación daban un parte de tranquilidad a la población, manifestándoles que se trataba de un comportamiento normal del volcán y que no había razones para evacuar, pues hasta el momento no había alerta de ningún color. El único color que se apoderaba de Armero esa tarde-noche era el de la lluvia de ceniza; de ese mismo color que se teñían las pieles y angustias de los habitantes. Era una situación paranormal y la zozobra se iba apoderando sistemáticamente de las almas. Las medidas que recomendaban los expertos eran sencillas: pañuelos húmedos a manera de tapabocas para prevenir patologías respiratorias y mandaron a dormir al pueblo tranquilamente, con la seguridad de que al día siguiente ya no caería la amenazante ceniza, comienzo de una tragedia natural de monumentales proporciones. Germán siendo un niño, no se conformó con lo que las autoridades expresaban y por una corazonada, le pidió a su abuela Lilia que empacaran algo de ropa, pues posiblemente tendrían que evacuar su terruño esa noche. La abuela en una actitud propia de su condición protectora y devota, le dijo que estuviera tranquilo y rezara que todo iba a estar bien. En la casa esa noche estaban los dos, la bisabuela de Germán David y una señorita que vivía con ellos, los demás estaban de viaje. El abuelo estaba trabajando en la finca que estaba bastante lejos de Armero. Su madre y su hermanito de dos años estaban en Ibagué. El padre no vivía con ellos, pero la noche del 13 de noviembre coincidencialmente estaba allá.
Poco antes de la media noche, hacia las 11.15, la abuelita Lilia despertó a Germán sobresaltada y alterada diciéndole que se levantara rápido que el Río Lagunilla se había desbordado. El agua le llegaba al niño a la cabeza y de inmediato trepó a lo más alto del camarote donde dormía, mientras con la fuerza de un sobreviviente, las ganas y el amor por su abuela, no soltaba la mano de Lilia que fuertemente apretaba. Aun no empezaba la tragedia y ya el miedo gobernaba a Germán y a su amada abuelita. Todo era tinieblas, no se veía nada y se sentía como si la inclemencia del enemigo natural castigara con su cataclismo injusto e incesante a ese indefenso niño, a la mamá de su mamá y a miles de familias más.
La película de muerte que rodaba ante los ojos de Germán la describió de la siguiente manera. “Escuchamos un fuerte estruendo de sonido aterrador. En ese momento no lo sabíamos, pero fuera de la seguridad de nuestro resistente refugio, gigantescas piedras impulsadas por la fuerza de la avalancha caían sobre Armero, derribando casas, arrasando personas que intentaban huir de la muerte, los pocos edificios del pueblo eran derribados como si fueran castillos de naipes y aplastados por los escombros que traían las aguas, los autos atestados de personas eran elevados por el aire como si de juguetes se tratara, y los que aun no eran alcanzados por la corriente de agua, arrollaban a las personas que corrían por las calles”. Ahora mismo me imagino yo a la Parca con su sonrisa cadavérica, persiguiendo con su hoz en las manos a los habitantes desnudos y aterrorizados, con las gargantas secas de gritar huyendo de la muerte y tratando de alcanzar unos segundos más de vida a través de su impotente, débil y agonizante instinto de conservación.
Comenzaba la lucha de este superhombre nacido el 7 de octubre de 1974 en Armero, compuesto de genética guerrera de sus antecesores pijaos y diseñado para sobrevivir en los diferentes estadios, que para él, ha deparado el Dador de la vida, a quien agradece cotidianamente por sus bendiciones.
Esta es la primera parte del relato de una historia de vida llena de valor, amor y fe en la causa.
Abrazo cálido. Seguimos trabajando.