El mundo virtual ha abierto un espacio sin límites a la humanidad. Tiene innumerables ventajas: la conectividad, la posibilidad de información inmediata, de conectar el planeta completo, de permitir investigaciones rápidas y de mayor alcance, realizar transacciones comerciales, permitir que herramientas educativas lleguen a los más recónditos lugares del planeta, el activismo cívico y político para mencionar solo algunas de las ilimitadas posibilidades.
Pero cada vez que se amplía el espectro de actividades es más evidente la necesidad de regulaciones nacionales e incluso internacionales, ya que el espacio virtual trasciende fronteras.
Las legislaciones son reflejo de las sociedades y los avances de las mismas requieren que las reglamentaciones también se vayan poniendo al día.
Si bien hay aspectos que son regulables, lamentablemente hay otros que van más allá de una reglamentación, como son los valores, el respeto y el sentido común.
Ninguno de ellos ha primado en uno de los últimos eventos que ha tenido graves y aún no finiquitados efectos internacionales. El video —que mal puede llamarse película pues es un atentado al arte cinematográfico—, que ha enardecido los ánimos en Oriente Medio. Nada absolutamente nada justifica actos terroristas.
Claramente la intención de sus realizadores era ofender y con ello enardecer a la comunidad musulmana, en la que desafortunadamente no hace falta buscar mucho para encontrar grupos extremistas aislados que reaccionen frenética y violentamente, continuando con la exacerbación de los ánimos. Se ha generado una reacción en cadena de actos violentos en Benghazi cobrando la vida tres funcionarios diplomáticos americanos, extendiéndose este frenetismo a otros países de Oriente Medio. Es una reacción en cadena que consecuentemente genera el rechazo de Occidente donde también, pescando en río revuelto, hay quienes quieren sentenciar por el acto irracional de unos violentos a todo un grupo religioso. Incluso se estaba prestando para el oportunismo político electoral de los republicanos.
No hay límite para lo que puede llegar al espacio virtual.
Esto nos lleva al cuestionamiento de si es necesario, sin que se pueda decir que eso constituya obstrucción al derecho de la libre expresión y por ende denominarse censura, el tener algún tipo de restricción de lo que debe o no llegar a la red. Evidentemente este es un tema que involucra ética, valores, derechos y por consiguiente polémica. Y la polémica es evidente porque, ¿quién debe establecer, qué puede y qué no puede subirse a la red? ¿Siguiendo cuáles criterios? ¿Religiosos? ¿Políticos? ¿Personales? ¿Culturales?
Son muchas las aristas que encontramos y para nada se trata de un tema fácil, como no lo es el que el ser humano utilice el sentido común, que resulta ser el menos común de los sentidos, para no cometer actos censurables por la comunidad internacional como al que me he referido. Si utilizáramos el sentido común y entendiéramos las normas mínimas de respeto y tolerancia, no requeriríamos las implementaciones de restricciones y regulaciones.
Mientras llegamos a estos desarrollos legales, debemos mantener la cabeza fría ante eventos como este y no ser copartícipes de la propagación y promoción de intolerancias fanáticas.
¿Regulación o censura?
Sáb, 15/09/2012 - 09:01
El mundo virtual ha abierto un espacio sin límites a la humanidad. Tiene innumerables ventajas: la conectividad, la posibilidad de información inmediata, de conectar el planeta completo, de permitir