Apuleyo Mendoza insiste en defender algo que no fue como él y varios quisieron que fuera. Como si los resultados al cabo de un tiempo no fueran evidentes, persiste en atribuir a la llamada economía de mercado ‘una buena gestión de las actividades empresariales’ (El Tiempo, 14-09-2012). Así, automáticamente, como si lo uno garantizara lo otro. Y que el desarrollo y el empleo solo los crea una combinación entre esa buena gestión y ‘una educación con visos tecnológicos’. A propósito ¿Alguien ha visto esa educación?
Lo primero que hay que hacerle caer en cuenta es que la economía de mercado o de libre mercado, como también es llamada, resultó siendo precisamente lo contrario: la imposición de unas reglas comerciales y económicas de unos países que madrugaron a consolidar su industria, sobre otros que no lo hicieron. A los primeros se les denomina grandes potencias. A los segundos, se nos sigue llamando países del tercer mundo.
Como ellos alcanzan grandes volúmenes de producción en varios órdenes, necesitan vender esos productos. Para lograrlo, se inventaron los TLC, instrumentos mediante los cuales nos obligan a comprárselos y a olvidarnos de producirlos. Para asegurarse, mantienen subsidios a sus productores, que al mismo tiempo nos prohiben establecer para los nuestros. De esa manera les sostienen a los suyos una rentabilidad artificial que nos pone fuera de esa producción. Así quisiéramos, no tenemos cómo competir. Mientras tanto, la libertad nuestra queda reducida a producir bienes que allá consuman pero que ellos no produzcan. Así a los de acá les toque abandonar actividades en las que ya tenían un patrimonio y empezar en otras en las que no tengan ningún antecedente. En esas circunstancias, por más negación que haga Plinio, el libre mercado es para los que imponen las condiciones.
En países como el nuestro, otras prácticas hacen parte de la receta: aprovechándose del desgreño de las empresas administradas por el Estado, habilitaron el modelo de privatización. Lo que en un principio se presentó como la salvación eficiente de entidades consumidas por el despilfarro y la politiquería, terminó en una suerte inhumana de negocios particulares a los que solo les importa la rentabilidad. Desde su implantación, la calidad de los servicios o productos que venden, de su servicio al cliente, del trabajo que generan y de su responsabilidad con comunidades y medio ambiente, es algo determinado por la regla de oro de los menores costos. Sencillamente, se cambió un mal por otro. Antes los dividendos eran solo para los políticos. Ahora son para unos cuantos particulares con músculo financiero, nacional o extranjero. ¿Será este el tipo de gestión que tanto halaga a Plinio?
La engañosa explotación de los recursos naturales no renovables, completa la fórmula. Como los países desarrollados los requieren para sus industrias, orientaron su capacidad inversionista a esos productos. Como aquí se cuenta con buena cantidad de estos, se aceptó que vengan a explotarlos. Eso sí, con escasos controles, y dádivas que van desde bajas tasas de regalías hasta regalos tributarios. Con tal de tener aquí su capital, nada importa que medio ambiente, comunidades y trabajadores también paguen el pato. Por hacernos el favor de fijarse en nosotros procuramos no molestarlos y les quedamos eternamente agradecidos. Sobre esta base corren a firmar la famosa seguridad jurídica. Sabiendo que por allí no vendrá el desarrollo, a ese cuadro le apostaron nuestra proyección económica, creyentes como el hoy columnista de El Tiempo.
Plinio debería dejarse de estar aprovechando la negociación con la mal llamada guerrilla para andar metiendo susto. Aquí no se está hablando de nacionalizar. Ni de frenar multinacionales. De meterlas en cintura sí, para que no hagan lo que se les da la gana, pues la parte más importante, la de la autorregulación del propio sistema, nos la quedaron debiendo. En el reciente fallo de la Corte Constitucional orientado a evitar la concentración de la propiedad de grandes extensiones de tierra cultivable en las manos del gran capital, se da un buen ejemplo (cuando no son escasos son tímidos) de esa regulación que le ha faltado a una economía de mercado que en lugar de aventajada resultó ventajosa. No, Plinio, ante tanto abuso aquí lo que se necesita es que las grandes decisiones sobre la economía se tomen democráticamente. La salida del país está en la adecuación de nuestro sistema democrático para impedir institucionalmente que unos pocos sigan muy arriba y la mayoría muy abajo. Y si continúa sin comprender por qué lo llaman derechista, debería tener presente que ese riesgo lo corren los que defienden este estado de cosas.
Plinio no quiere entender
Lun, 15/10/2012 - 01:01
Apuleyo Mendoza insiste en defender algo que no fue como él y varios quisieron que fuera. Como si los resultados al cabo de un tiempo no fueran evidentes, persiste en atribuir a la llamada economía