Paul McCartney y el periodismo de Julio Sánchez Cristo

Jue, 12/04/2012 - 01:03
Quería aguantarlo. Quería hablar con él, investigarlo. Quería reservarme este tema para un análisis más largo, más histórico. No lo quería quemar.

Quería aguantarlo. Quería hablar con él, investigarlo. Quería reservarme este tema para un análisis más largo, más histórico. No lo quería quemar.

Pero Paul McCartney se tiró todos mis planes. El que sus promotores llamaron “El concierto de la historia” es para mí la campaña mediática de Julio Sánchez Cristo por excelencia: es un ejemplo claro, histórico, del manejo que el periodista y/o publicista le da a las noticias. Quería hacer una investigación histórica antes de tocar el histórico tema de Julito. Pero no pude aguantarlo.

Sánchez tiene un poder omnipotente: el de escoger el tema, en su programa matinal, que periodistas, políticos, empresarios y tuiteros van a comentar el resto del día. Lo logró a punta de innovación periodística. Y de jugadas políticas y comerciales cuestionables. E innovadoras.

Sánchez ostentó todo su poder durante el cubrimiento y/o la promoción del concierto de Paul McCartney: convirtió el préstamo del estadio en un tema de interés y relevancia nacional, presionó a los políticos con insistencia y finalmente logró que Fernán Martínez pudiera hacer el concierto en el Campín. Incluso usó la sección “El tema del día” para hacer sondeos de cuánto estaría la gente dispuesta a pagar. Las pruebas, por si las quiere oír, están en el blog de Carlos Cortés en La silla vacía.

Ahora el favor se devuelve: Martínez paga a La W por la publicidad del concierto y la entrevista del exBeatle será publicada en exclusiva por la emisora de Sánchez. Y a todos los periodistas de La W, faltaba más, les regalarán boletas que valen 800.000 pesos.

Fernán es amigo de Julio y Julio es amigo de Juan Manuel. Juan Manuel presiona al alcalde y el alcalde presta el estadio. Julio es amigo de Felipe, jefe de Semana. Felipe es amigo de Fernán y de Juan Manuel. Todos ellos son amigos de Roberto, jefe de El Tiempo. Y entre todos promueven el evento en sus revistas y periódicos y emisoras. A todos les gustan los Beatles, claro, e irán al concierto. Sin pagar ni hacer fila.

Toda generalización tiene excepciones y este es un fenómeno espinoso que debe ser matizado e investigado con pinzas. Ya habrá tiempo para eso. Pero, en términos generales, creo que el ejemplo del concierto de sir Paul demuestra una tendencia general de la historia de Colombia: que los políticos, periodistas y empresarios son un mismo –aunque no homogéneo– costal de oro que maneja la democracia, los medios y la economía según se les antoja.

Varias son, en mi opinión, las consecuencias de este fenómeno.

Con periodistas que dictan la información según su ánimo de lucro la gente deja de confiar no solo en ellos, sino en los periodistas que sí hacen el trabajo con transparencia. El periodismo es de las profesiones más devaluadas y desprestigiadas por cuenta de periodistas con agenda comercial y política.

La complicidad entre los periodistas, los políticos y los empresarios afecta a la prensa independiente: el que la haga se quiebra, porque nadie lo patrocina, o se le cierran puertas, porque se gana de enemigos a sus potenciales jefes.

Usted sabe de qué hablo: el colombiano promedio conoce el tratamiento que Sánchez le da al periodismo, pero nadie dice nada: nadie cuestiona a las élites porque son los empleadores del país entero. Y recuerde: en nuestra sensiblera cultura 'crítico' es sinónimo de 'enemigo'. Si yo soy enemigo de Julio, Roberto no me va a dar trabajo. “La rosca está mal cuando uno no es parte de ella”, dice el resignado colombiano promedio.

Otra institución perjudicada es la democracia: si no hay forma de confiar en la manera como lo periodistas informan, ¿cómo vamos a votar de manera genuina por los candidatos que ellos nos dan a conocer?

De nuevo: generalizo. Pero estoy convencido de que el problema de Colombia es que hay dos países: el de la élite que actúa como se le antoja y el de la gente que no tiene otra opción a tragar entero o comer callada. Y el ejemplo del concierto no solo es evidente, sino que tampoco es el único. No es por conspiracionista, ni por marxista: solo creo que en este país estamos acostumbrados a creerle a los periodistas sin cuestionar sus intereses. Y que, gracias a eso, ellos usan los medios como plataforma comercial.

Ahora: uno podría decir que se trata de un mal menor. ¿Por qué oponerse, después de todo, al esperado concierto de McCartney? La complicidad entre el libre mercado y el periodismo, además, es inevitable: “eso es lo que le paga el sueldo de los periodistas”, dicen los editores cuando les cuestionan la venta de la primera página del periódico. Y es problema de Sánchez: la democracia permite la libertad para hacer lo que uno quiera con su medio, sea promover causas políticas o comerciales. Nadie es, lo sabemos, objetivo.

Yo creo, incluso, que Julio Sánchez es un genio: es una enciclopedia y un ícono de innovación –para bien y para mal– en la historia de la radio colombiana. La W, además, hace un buen cubrimiento internacional y trata ciertos temas con rigurosidad y vehemencia. Pero son los temas que no les incomodan a Sánchez y a sus amigos. Ya vendrá, pues, el momento en que los historiadores cuenten el cuento de Julito como debe ser (si es que Julito no es quien los contrata).

Por ahora aténgase a una sobredosis de sir Pablo: concursos por las boletas, listas de la mejor canción, entrevistas con su aguatero. Sánchez le dio viabilidad política al concierto y generó una demanda en la gente. Ahora lo va a vender a precio de oro.

Yo no iré al concierto. El que se lo pierde soy yo: lo sé. Pero es que cada cuña, noticia y panfleto sobre el tema me producen escozor.

Quería aguantarlo, pero no pude.

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