Carolina Botero lo graduó de “Primavera colombiana”. Álvaro Forero dijo que “la Reforma a la Justicia la frenó el poder ciudadano mediante un golpe de opinión”. Catalina Ruiz-Navarro aseguró que, en Colombia, “estamos presenciando por primera vez la fuerza del poder ciudadano”. Y estos son apenas algunos columnistas de El Espectador, cuyo editorialista también celebró: “la indignación ciudadana le ganó el pulso a la maquinaria entera del poder público”. En toda la estratosfera de los medios la gente está festejando la victoria del poder ciudadano. Hasta el Ministro del Interior, porque todo santista sabe endulzar el oído, dijo que “la ciudadanía se manifestó a tiempo”.
Y sí. Pero tampoco tanto.
Aunque es indudable que las redes sociales han sido una herramienta eficiente para debatir y cuestionar el poder, no es muy realista pensar que el poder se redistribuyó y hoy más que nunca el pueblo puede presionar a los gobiernos y hacer su voluntad. Y así podamos afirmar que las redes sociales fueron la esfera donde en un principio se gestó la indignación pública que llevó al Presidente a tumbar la reforma, esa indignación no habría podido legitimizarse y llamar la atención de Mr. Santos sin el apoyo de los grandes medios tradicionales. De Julito. No creo que la ciudadanía haya desligitimado al establecimiento: creo que parte del establecimiento –inspirado en la ira de algunos ciudadanos– se rebeló en contra del Gobierno y el Congreso.
Si no es por el rechazo que leímos en los editoriales y las columnas de los periodistas/protagonistas de novela, esos que antes de internet también tumbaban ministros desde sus máquinas de escribir, Santos habría firmado la reforma sin tapujos y la indignación de los tuiteros se habría quedado ahí, en la precariedad de nuestros irrelevantes TLs.
Si los geeks de Twitter tuvieran el poder que les han atribuido, me late que la Ley Lleras 2 –un proyecto que les importa a los geeks porque les restringe sus inherentes hábitos de copiar y pegar– no habría pasado así de campante en el Congreso. El poder ciudadano que se indignó no es el de todos los ciudadanos, sino el de unos. Twitter no es Colombia. Y si no es por la difusión de los medios, el país no se habría enterado de que había una gente haciendo pataleta por una ley absurda que el Congreso legisló.
Como dijo Hugo Dixon la semana pasada, las protestas necesitan de una estrategia armada por un líder para ser exitosas. Las revoluciones árabes tenían la inspiración –la democracia– y las herramientas –Twitter– para tumbar a los dictadores, pero la falta de liderazgo de los movimientos ha hecho que la Primavera Árabe tenga cada vez menos tintes de revolución: en Libia tuvo que intervenir Occidente después de un baño de sangre, en Egipto la gente quiso elegir entre el viejo régimen y el no tan viejo régimen y en Siria la revolución se convirtió en una guerra civil, que sigue ganando un establecimiento que, además, maneja a su parecer casi toda la información confiable que recibimos por fuera de ese país. Y ¿qué impacto tuvo #OcuppyWallStreet en los debates sobre la crisis y la austeridad en el Parlamento Europeo? O ¿de qué sirvió #YoSoy132 en la elección mexicana, si igual ganó el viejo régimen que inspiró la indignación?
Sin el liderazgo de políticos tradicionales como Navarro Wolff, Iván Cepeda o Ángela Robledo, que con una eficiencia extraordinaria organizaron un referendo para tumbarla, la reforma a la Justicia estaría intacta. Sobre todo en este país elitista, donde entre más salga uno en televisión menos fila tiene que hacer, las figuras tradicionales de poder son necesarias para que la indignación no se quede en trinos indignacionistas.
Yo entiendo la convicción de tipos como O’Reilly, que hacen debates interactivos desde recónditos lugares del mundo y creen que están cambiando el mundo y siendo actores de la fábula democrática. Yo entiendo que usted, optimista, se levante en la madrugada y crea que puede acabar con las injusticias de este país inviable desde su cama. Y, en parte, su grano de arena aporta. Pero el desierto de la indignación no se arma sin el apoyo de los viejos –y todavía– dueños del poder.
Por eso creo que el profesor Gladwell acierta al decir que Twitter no va a fomentar revoluciones a favor de la democracia. Se necesita de un tradicional andamiaje político, militar y, sobre todo, mediático para realizarlas. Los viejos poderosos son los nuevos poderosos. Piense en Álvaro Uribe, en los columnistas de Semana o en las celebridades: pocos son los tuiteros que tienen más influencia –y seguidores– que ellos en las redes sociales. Las viejas estructuras de poder no fueron embestidas por internet: se transfirieron a nuevas esferas de comunicación, pero se mantuvieron intactas. Julito sigue siendo el mandamás de Colombia. O si no pruébeme lo contrario.
No fue Twitter: fue Julito
Jue, 05/07/2012 - 01:03
Carolina Botero lo graduó de “Primavera colombiana”. Álvaro Forero