Mamá, quiero ser pirata

Jue, 10/05/2012 - 01:03
Siempre preferí los Simpsons a Dejémonos de vainas. Al colegio oí más iPod que radio. Recitaba los diálogos de Forrest Gump pero no lo

Siempre preferí los Simpsons a Dejémonos de vainas. Al colegio oí más iPod que radio. Recitaba los diálogos de Forrest Gump pero no los poemas de Rafael Pombo. Sé más de fútbol europeo que colombiano. Soy agnóstico, apolítico y el colombianismo me resbala. Si con alguien me identifico, es con Homero Simpson. El mío es el mundo banal y globalizado. La mía es la sociedad del entretenimiento y el consumo.

Esta semana mi proveedor de internet bloqueó el acceso a Pirate Bay, la página sueca que comparte archivos de películas, música, etcétera. Ha sido mi fuente de conocimiento durante los últimos cinco o seis años. He leído, he viajado, he interactuado; sí. Pero el entretenimiento que consumí en la intimidad –ese que yo escogí, que me gusta y que por ello me quedó registrado– vino todo de Pirate Bay. Aunque de inmediato sacaron el remplazo, el bloqueo a Pirate Bay me indignó.

Nací, crecí y vivo en un mundo donde un mensaje casi siempre va con un video de YouTube adjuntado: donde está celebrado compartir, mezclar, consumir lo que no es de uno. La propiedad, para mí, no tiene mucha importancia (haga lo que quiera con mis textos; ojalá botarlos a la caneca). Y he pagado, no crea: por conciertos, musicales, obras de teatro, cine, exposiciones.

A mí nadie me enseñó que compartir archivos es, según la ley, lo mismo que robar: ni el colegio, ni mis padres, ni un cura. Nadie. Por eso creo –y no hay nada que me convenza de lo contrario– que esas viejas y nuevas leyes que lo prohíben están lejos de la realidad: que son anacrónicas.

Uso mi ejemplo para probar una tendencia cultural que ningún Vargas Lleras, David Cameron o TLC podrá evitar: que para las nuevas generaciones, esas que con dificultad pueden cantar completo el himno de sus países, la piratería no es un delito, sino un magnífico invento de la humanidad. Que cortar y pegar es de puta madre. Y que esa es, como es el himno nacional para otros, nuestra identidad.

Después de una serie de procesos abigarrados de globalización y comercialización, hoy no hay relación social que no esté mediatizada. Y el internet fue solo el moño del paquete dentro del cual se encuentra una generación que no había tenido razón política para manifestarse. Hasta ahora.

El domingo pasado el Partido Pirata alemán obtuvo 8,2% de unas elecciones regionales y probablemente también logrará, en las del próximo domingo, pasar del 5% que les asegura un par de sillas en el Parlamento de dos de los estados más importantes de Alemania. Atrajeron votos de centro-derecha y centro-izquierda, así como de votantes novatos. Según analistas, si siguen así serán una fuerza política en las próximas elecciones generales, en 2013.

De los más de 50 partidos piratas que hay en el mundo (los más fuertes en Suecia y Austria), han dicho que son solo una cuestión de nicho que busca justificar la piratería. Y es cierto, en parte. Pero también es la reivindicación de ésta, y de un ataque a la ineficiente y gastada política tradicional que, a través de la participación  directa que permite internet, busca involucrar al inmenso porcentaje de la población que no entiende ni se preocupa por la política. O sea yo. Y usted.

En la dura portada que les dedicó Der Spiegel se ve cómo los piratas están más enfocados en el debate que en el consenso. Que las pasiones valen. Que no son radicales. Y que entienden el valor de la política convencional. Pero la ven estancada. Y creen que el ideario de quienes son producto de un mundo mediatizado debe tener representación política. No solo es una diatriba a los monopolios de la propiedad: es salud universal, rechazo a la austeridad, inmigración abierta. E internet como herramienta para activar a las voces pasivas. Der Spiegel no es generosa: se ve que el partido es desordenado e ineficiente. Que es más lo que el sistema los puede cambiar a ellos que ellos al sistema.

Y lo cierto es que ya hemos visto a jóvenes y profesores armar partidos que terminan estancados, como los verdes. De hecho, algo parecido a esta tendencia antiestablecimiento fue lo que vimos en Colombia con el mal llamado Partido Verde del profesor Mockus, que terminó siendo un decepcionante fiasco igual de clientelista y deshonesto a los partidos tradicionales.

Pero, minoría o mayoría, los partidos piratas son una contagiosa manifestación política que ilusiona a las nuevas generaciones –las de los Indignados, sí, que vuelven el sábado; y las de Occupy, también– con un mundo más transparente y libre. Donde copiar y pegar se celebra. Y no se censura.

Tratar de negar esto es autoritario y tan ingenuo como puede ser pensar que los derechos de autor son un tema blanco y negro.

Lo más probable es que la piratería nunca vaya a ser despojada de sus connotaciones negativas, en parte porque hay piratas inconsecuentes que reducen sus mensajes a ataques. Los enmascarados de Anonymous, el hacker de Samper Ospina, los semejantes a ellos: el internet tiene una cantidad de manifestaciones que con dificultad pueden elaborar un argumento político.

Pero no todos son así. Y del internet saldrá una nueva generación con sensibilidades políticas que bien valdría la pena tener en cuenta.

Que las mamás se preparen para ver a sus hijos, otra vez, vestidos de piratas. Pero en el Congreso.

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