Si hoy se van a poner a hablar de periodismo, les voy a hacer una sentida recomendación: usen mucho las palabras “crisis”, “depresión”, “mediocridad” y, sobre todo, “frustración”.
El periodismo está en crisis. Ser periodista y consumir periodismo son actividades desgarradoras. Tanto la demanda como la oferta, en lo conceptual y en lo práctico, están en las mismas que la Unión Europea, el fútbol colombiano o el uribismo.
Estamos mal, colegas. Y por eso les pido que hoy, si van a discutir la profesión, lo hagan con pesimismo y de mala gana. Y, bueno, con argumentos.
Tenemos, por ejemplo, al periodismo colombiano. Los programas de radio de la mañana son todos iguales. Los periódicos siguen haciendo lo mismo que hacían veinte años atrás. Los medios digitales no hacen periodismo digital, sino impreso en digital. O hacen melcochas sin identidad. La televisión es un duopolio que nadie se atreve a solucionar. Y, de ahí, la calidad de los noticieros\propaganda de las novelas. Medios públicos no hay. La prensa de derecha no existe y los derechistas de El Tiempo hacen de todo para despolitizarse y no ganarse enemigos.
Entonces, pensaría uno, hay espacio para la crítica del periodismo. Pero acá nadie habla mal de los poderosos y la poca crítica que hay se reduce al ineficiente cliché de que los medios prefieren a Laura Acuña que a los desplazados.
Y la libertad de prensa. Ecuador tiene voz en la OEA para tirarse a la relatoría especial para la libertad de expresión, y la gente –incluido Santos– lo oye. En el último reporte de Reporteros Sin Fronteras les va mal a todos los países latinoamericanos, y Colombia está en el puesto 143. Cumple 10 años de asesinado Orlando Sierra, el exdirector de La Patria, y los homenajes son lo mismo que nada: el editorial de El Tiempo, por ejemplo, pedía “Justicia para Orlando Sierra”. ¿Y qué van a hacer en el periódico más allá de escribir ese párrafo? Podrían empezar por pagarle sueldos dignos a sus periodistas.
Porque, precisamente, uno de los problemas es que el periodista es menospreciado. Dan la vida por una noticia, literalmente, pero les pagan algo más que el salario mínimo. El periodismo es la profesión más devaluada de todas. Nos hizo reír la noticia de que un medio en España ofrecía menos de un euro por un artículo, pero eso refleja una realidad. Como no les pagan, los periodistas se tienen que vender a la publicidad.
La academia del periodismo también está en crisis: más allá de la crítica que uno le tenga a Camilo Jiménez, el episodio dejó claro que el departamento de comunicación de la Universidad Javeriana está mal concebido. Quedan la Sabana, en cuya biblioteca no hay libros de Nietzsche, y el Rosario, que apenas empieza.
Y el panorama internacional es igual de tétrico. Wikileaks se quebró y en Inglaterra, la meca del periodismo, la prensa le dejó ver al mundo las falencias irremediables que se encuentran en las raíces de su método. Por otro lado, empiezan a tener eco en los congresos las tendencias censuradoras de los políticos para frenar al vehículo de transparencia y libertad que es el internet.
Y está la economía. La crisis financiera, ya con cara de Gran Depresión, explotó cuando el periodismo venía en crisis desde que no se supo adaptar al internet. La información es cada vez más barata y peor pagada. Si el periodismo estaba en crisis antes del 2008, después ni hablar.
No hay motivos para no mencionar la palabra "crisis" en cada frase de una conversación sobre periodismo.
Ahora: no crea que esta columna es una recopilación de crisis (en plural) que argumentan una crisis general (en singular). Uno podría recoger todos los fenómenos positivos: el internet ha disparado el consumo de noticias, la gente está pagando por el New York Times, el Guardian hace periodismo de lujo; y en Colombia la luna de miel de Santos con los medios parece terminarse y hay publicaciones –Cartel urbano, La silla vacía– y columnistas –Pedro Medellín, Alejandro Gaviria– excelentes. Cosas buenas hay, sí. Pero si la nueva revista de El Tiempo es una buena noticia, los motivos para pensar en crisis son mayores. Las buenas noticias son solo los matices de un escenario que, por supuesto, no es blanco y negro. Solo los matices, digo, de una crisis generalizada y profunda.
Tal vez este no sea un evento coyuntural: puede que el periodismo haya nacido en crisis. Los periodistas siempre han sido despreciados y el sensacionalismo existe hace siglos. Quizá la crisis sea inherente a la labor periodística.
Igual, no hay nada que celebrar. Y si van a homenajear a los periodistas, págenles bien. Porque un ponqué cada 9 de febrero en la sala de redacción no es suficiente.
Y no digo que usted, periodista, sea un mediocre. O no siempre, al menos: puede que usted haya hecho con esmero un blog por el que nadie le paga o una publicación que nadie lee. Pero dígame si no: usted vive en la frustración. Amargado porque su editor le tumba la historia a cuenta de que “nos quitan la pauta”. Decepcionado porque “no hay plata” para pagar sus reporterías. Impedido porque su éxito depende del tráfico de sus notas. Achantado porque sus lectores solo le reconocen los errores. Asustado de que lo vayan a matar. Resignado porque se juega su reputación, en vano, con cada frase.
Tal vez usted ame su profesión, periodista. Pero usted sabe que, en el momento en que escogió “hacer lo que le gusta”, usted asumió que iba a tener una vida de mierda. ¿O me va decir que no hay crisis?