Acto 1. Científicos concluyen que cada electrón existente podría almacenar bits de información en cantidades de un 10 seguido de 127 ceros; las partículas atómicas poseen 99% de información y sólo el 1% de materia; el CERN de Ginebra sigue verificando la existencia del bosón de Higgs (“La partícula de Dios”) el rarísimo elemento subatómico que dio origen a la masa, particularmente en el instante del big bang; el explorador Curiosity se pasea sobre la superficie de Marte enviando información en cuasi tiempo real; el iPhone 5 es lanzado al mercado con amplísimas funcionalidades de comunicación; se acelera internet con 4G; …
Acto 2. Se lee en los periódicos: países árabes atacan embajadas occidentales por la presentación de una película que consideran blasfematoria del profeta y del Islam; asesinan al embajador estadounidense en Libia en represalia por la aparición del filme; más de una veintena de muertos se contabilizan ya…
La esperanzadora “Primavera árabe” parece ser sólo el paso inicial a la islamización y no a la democratización de esas teocracias.
Intermedio.
Pleno siglo XXI cuando los adelantos científicos y sus aplicaciones técnicas, en un reducido lapso, han sido los más grandes logrados por el hombre desde el comienzo de la humanidad, en donde todas las razones y pruebas acumuladas son más que evidentes para eliminar de tajo la superchería religiosa que nos cubrió con sus tinieblas durante siglos. ¿Qué hacer cuando se constatan aún rezagos inquietantes e inmutables en franjas de la humanidad? Llorar desconsoladamente. Decirse que aún falta mucho por recorrer. Pensar que la lucidez es aún privilegio de una élite y por ende minoritaria. Cerrar los ojos como lo han hecho tantos y seguir adelante. O escribir y denunciar la estupidez, como decidí hacer para conjurar mi decepción y no desfallecer.
En vista de tanto bochinche entré a youtube a visionar un extracto de la película de marras (“La inocencia de los musulmanes”) que tanto revuelo ha causado en el mundo musulmán. No es necesario ser experto para concluir que se trata de un filme primario, mediocre, de efectos visuales mal logrados, actores de histrionismo de basura, escenarios, vestuario, parlamentos y tema deplorables. Nada es rescatable. Pero, pero, cómo aceptar que cada vez que se produce un panfleto cinematográfico (o de otra naturaleza) haya que acudir (o soportar) al barbarismo como elemento de protesta y a la matanza como expresión de descontento. Si reproche hubiese de hacerse al filme sería por su mal gusto y mal empleo de lo que aquí no es ni séptimo ni arte.
Cómo olvidar que hace tan sólo un par de años unas caricaturas, más de humorada sarcástica que de ofensa, publicadas en Noruega causaron en el mundo un tsunami tan insensato como el presente, y mejor no recordar otros tristes hechos de símil absurdo.
Ver a esa manada teocrática irracional (perdón por el pleonasmo) impregnados de tanto ardor prosaico, profiriendo alaridos, autoflagelándose hasta el sangrado, aullando retaliaciones y reclamando justicia y guerras santas –como si las existentes no bastaran– porque su profeta, su dios, o su no-sé-qué otra entelequia fue abusada y blasfemada, produce –por decir lo menos– repugnancia; siente uno vulnerado el intelecto, las neuronas que aún nos quedan parecen desbandarse en cogitaciones desesperadas.
Michel Houellebecq el gran escritor francés ya lo había dicho: el Islam es una aberración; y le salió en tropel cuanto adepto del Islam tenía la faz de la tierra y allende el universo; claro, con el amparo de algún par de “humanistas” encubridores, de ésos que consideran que el medioevo debe perpetuarse so pena de molestar a los ignorantes. Cómplices, así sus ingenuas comprensiones sean de buena voluntad. Por estos mismos, otrora descalificaron a Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, y pisotearon la ciencia y mataron por brujería a miles de miles por cualquier asomo de explicación no divina de los fenómenos naturales o de los actos humanos que no procedían del sagrario papal, que es infalible por dogma de fe como todos los saben…
Y ahora, en esta época, se atreven los señores de la fatwa (de esas que aún pesan sobre el estupendo escritor Salman Rushdie y que lo condenan a muerte), en su ignorancia medioevalesca y soberbia, a acuñar una nueva fobia: la islamofobia, a la cual pertenecemos quienes rechazamos este oscurantismo que desestima la ciencia, humilla la inteligencia, aplica sin contemplación el totalitarismo político, aniquila la libre expresión y doblega la mujer reduciéndola a un animal que pertenece al macho.
Para quienes insisten en considerar esta “sublevación” de los hermanos musulmanes contra Occidente como una consecuencia política, pues sí, en algo tienen razón, pero la fuente esencial es el fanatismo religioso que con y sin el imperialismo occidental que denuncian, tendría el mismo comportamiento, la misma mentalidad y la misma causalidad. Y colmo de la imprudencia musulmana, ya anuncian que darán batalla para que la “blasfemia” –según su propia y teocrática definición– sea inscrita como un crimen y un delito consignado en el derecho internacional.
Y ¿es que los cristianos son mejores? Difícil responder porque, aquí también, es una respuesta más de orden político que de lógica; pero por los tiempos que corren, pues la respuesta es sí; después de una época salvaje de inquisición, cruzadas, guerras santas y cuanta barbaridad pueda ocurrirse al maléfico espíritu humano, se ha venido apaciguando, en particular desde que los estados occidentales se han secularizado y con ello separado el poder político del religioso.
“La última tentación de Cristo”, filme de Martin Scorsese, generó en 1988 violentas grescas en Estados Unidos y Europa, y llegó a ser prohibido en Israel y en Grecia.
Otras perlas cristianas de difícil olvido: El pastor pastuso que en nombre y orden del más allá fornicaba a sus feligreses; o el otro pastor que sermoneaba sobre la construcción de campos de concentración para homosexuales; o el otro que predicaba castigos eternos para los adúlteros y pronto le descubrieron amantes; o el otro que repudiaba a los homosexuales (uf, ésto parece manía) y luego descubrieron que pagaba servicios sexuales a un joven prostituto; o el otro que maltrató a su mujer por veinte años; o el otro (hasta concejal era) que le mandó sicario a su mujer para quedarse con su amante; o los otros curas-amantes que pagaron sicario para hacerse matar, así predicaran castidades y afirmaran que sólo su dios tiene derecho a disponer de la vida; o los otros clérigos que en gran número y tiempo se dieron a actos de pederastia que ahora tratan de ahogar; o el otro que (Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon) declaró que las bodas homosexuales, en debate en el parlamente francés, abrían la puerta al incesto y la poligamia; o el otro que…; y el otro que… Y estas sandeces son recientes, no pertenecen a los siglos de la oscuridad, ni de la era rupestre.
Difícil enunciar una solución de cambio, pero parte de la respuesta está dada ciertamente en la educación, su calidad y contenido, y en los hábitos que se fomenten. Un ejemplo, y no menor, que “ayuda” a preservar el triste statu quo es dedicar exclusividad mental a la lectura del libro sagrado (Biblia, Corán, Tora,…) y seguir al pie de la letra esos “sagrados” preceptos sin cuestionamiento alguno.
Acto 3. Me adelanto a quienes tilden estas líneas de irrespeto que: Disentir, aun en público, no es irrespeto. Respeto rima más con libertad que con silencio.
Escribo indignado estas líneas con la ilusión de la llegada del verdadero Mesías: el retorno de la Ilustración; y con la esperanza de que mi pellejo no sea maltratado por algún fanático religioso.
Allah Akbar. Aleluya a Jehová…
Estupideces religiosas
Dom, 23/09/2012 - 01:02
Acto 1. Científicos concluyen que cada electrón existente podría almacenar bits de información en cantidades de un 10 seguido de 127 ceros; las partículas atómicas poseen 99% de