Ay, Héctor, un buen escritor acudiendo al tremendismo farolero para soltar una diatriba genérica salpicada con tres nombres, y así lucirse… decepciona. Se entiende que a veces no está la vena a punto ni el azar prestó un tema de interés y discernido que le apoyen hacia una buena columna. Y que andando el Festival Iberoamericano de Teatro, el más importante evento cultural en Colombia, de comprobada calidad y públicos felices, meterle un trancazo reboza “originalidad” y le resuelve su propio drama de la página en blanco.
Alguna vez me asombré por la ampulosidad de un actor que en el programa de mano publicó: “…no sé si el teatro soy yo”. Usted es peor de engreído, está por encima y más allá del hecho teatral y lo pregona airoso. Los actores son unos pobres seres menores que no le emocionan ni merecen una pizca de su tiempo, apenas apto para las avalanchas de su genial cacumen. Más aún, le producen asco, como los sapos. Su ego hipertrófico habita en un cielo al que no arrima ninguno de los muchos seres que escriben, hacen, promueven o disfrutan el teatro. Para ellos su santa descalificación y el insulto hecho de analogías pantaneras.
Me recuerda a quienes abominan el tango porque son salseros o despotrican del rock porque son bambuqueros, perdonable en ellos pues no ostentan sus formidables formación e información. Pero Usted fue mucho más lejos en la pilatuna y dibujando con ínfulas de erudito una pirueta radical —pura pose de filipichín malcriado—, procura llamar la atención de la plaza a partir de la negación con guillotina. Se atrevió a llevarse por delante al Teatro Completo, reservando a su exclusivo cubículo la lectura en solitario de los clásicos. Oh, sapiencia paradójica que desnuda facilismo, no se arriesga, va a la fija, y desconoce del ABC que la literatura dramática de los grandes maestros, grata cuando es leída, ha sido creada para la representación en donde cobra su verdadera dimensión. Usted le ganó a Shakespeare, ese señor del Teatro El Globo.
Ahora bien, se admite que no le gustan alguna modalidad o todo el teatro criollo, está en su derecho impostarse de afectado esnobismo. Pero meter en el mismo costal de su pretencioso desprecio, al arte escénico europeo, asiático, africano, que tenemos la dicha de ver por estos lares con ocasión del Festival, es de una soberbia sin igual. Le cuento que el conglomerado teatral está de luto porque Usted no irá a ninguna función de sala ni se chupará una paleta viendo pasar las comparsas callejeras de Ciudad Bolívar y el Carnaval de Barranquilla.
Temo por el futuro del Festival después de su denuesto. El gentío que asiste a los espectáculos sentirá el enorme vacío de su compañía exquisita. Tal vez a partir de su columna surgirá todo un movimiento de megalómanos que siguiendo su ejemplo optarán por quedarse en casa leyendo un texto dramático clásico e indiscutido. Tengámonos duro, pues, porque ya viene la legión de sus imitadores exhibiendo la tarasca “contra la pintura”, “contra la música”, “contra la danza”. La broma invernal, igual que a Usted, hará que llueva sobre ellos lectores como arroz partido.
Bueno, maestro, quedamos notificados: el mundo seguirá siendo mundo solo porque Usted existe y escribe cosas así. Por eso para su próxima “actuación” le sugiero, con mi venia respetuosa, tomar algún taller de vacaciones en la Casa del Teatro. Quizás su arribo al arte de las tablas lo redima de la nadería y le otorgue validez.
Con todo permítame, Su Señoría Ilustrísima, —porque sé de su talento y su valor— esperar de Usted más que humildad, opiniones mejor labradas.