A mis 17 años, en Montevideo, Federico no fue mi primer novio, pero sí fue el primero que me dio un beso en la boca. Antes de conocerlo a él, conocí su moto negra enorme de motocross, y me lo imaginé como un jinete con capa negra. Después de un par de días de andar de la mano, Federico perdió la paciencia y me dio un beso.
“Porque tiemblas?”, me preguntó.
“No tiemblo, tengo frio”, le mentí.
Cuando me dejó en la casa yo subí corriendo las escaleras a lavarme los dientes, porque una vez que se fue me di cuenta que tenía pedacitos de pulpa de naranja en la boca. Yo había tomado Coca-Cola. Nunca me llevó a pasear en su moto y la relación duró pocas semanas.
Al poco tiempo, un 31 de Diciembre, me di besos con Alejandro, que cuando se emborrachaba perdía la capacidad de pronunciar su apellido alemán. A Amit, que en esa época era metalero de pelo largo y gabardina de cuero negra, le di su primer beso. Un bouncer de una discoteca empezó a espiarme cuando bailaba y terminé chupeteándomelo en un cuarto oscuro, debajo de una escalera, con mis piernas ahorcándole la cintura y sus manos en mi culo. Me di piquitos con Pato, porque pude. Pato estaba ahí, con cara de feliz cumpleaños, y toma. Nada especial, pobre Pato. En una fiesta me encontré con Martín, quien fue mi primer novio, cuando teníamos doce años. Esa noche me dijo que tenía novia, pero lo ignoré y me lo chupetié hasta que apareció la novia a darme un puño en la cara. Pero la novia era gorda de patas cortas, así que corrí. En Punta del Este, haciendo autostop con una amiga, conocí a Sebastián, un argentino que apareció con un amigo en un Corvette negro, oyendo Enter Sandman, de Metallica. Mi amiga y yo nos los turnamos y nos dimos besos todo el fin de semana.
Al llegar a Colombia conocí a Ricardo, el Rico Suave del colegio, todas lo amaban. Yo me propuse darle besos sin enamorarme. Me lo chupé la noche de mi prom y mi parejo se fue de la fiesta histérico. Con la costeña, muchas noches nos turnamos a Camilo y a Caliche y nos dimos muchos, muchos besos. Jorge Andrés me cantó: “Con su vestidito blanco ella se ve, más bonita que ninguna otra mujer. Mi novia se ve más linda, preciosa, más puuuuuura.” Así me enteré que eramos novios, y entonces me lo chupetié. Joseph era el hijo de los embajadores de Hungría en Colombia. Decía que su familia pertenecía a la aristocracia húngara y le encantaba la música trance. Muy pronto descubrió el éxtasis y se fue por un inodoro, como en Trainspotting. Yo me lo chupé antes de que entrara en esas aguas turbias. Con Hugo nos subimos al techo del edificio para espiar a Carlos Vives desde la ventana de su cocina. Como no vimos a Vives nos dimos un beso que resultó el más corto de mi historia. Hugo tenía boca como de pescado, y daba besos de pescado. Óscar era marino en Cartagena, y viajaba a Bogotá una vez al año a visitar a su familia en navidad. Entonces nos veíamos en la casa de un amigo en común, y nos dábamos besos hasta que a él se le paraba y entonces a mí me daba pánico y me largaba.
Cuando conocí a Juan Pablo I él tenía novia, y mientras a ella le agarraba la mano entre un mar de gente en una fiesta, a mí me tocaba el estómago y me decía que yo le fascinaba. A los pocos días nos ennoviamos, y pocos días después le terminó a su novia, en ese orden.
Cuando empecé en la universidad me di besos con Tito, muchos, muchos besos. Nadie sabía que andábamos juntos. Nadie podía saber, porque entonces todas habríamos sabido que nos daba besos a todas. Tito me tocaba la nuca cuando me besaba, y se excitaba cuando sentía mi chapstick en sus labios.
Con Juan Pablo II tuvimos una química bien fuerte desde que éramos chiquitos, empezamos dándonos besos y revolcándonos, pero Juan Pablo II tiene la lengua muy corta y siempre sentí que faltaba algo. Faltaba lengua.
Un día alguien me dijo que se decía que Juan Pablo III tenía sida, entonces lo llamé y fui a visitarlo al negocio de reparación de aparatos electrónicos de su papa. Era de noche y ya no quedaba nadie, entonces subimos a la oficina del papa y nos revolcamos en un sofa que olía a perro. Juan Pablo III no tenía sida, pero sí lo había mordido un chigüiro en la mano.
A Steve lo conocí cuando yo trabajaba en un hotel cinco estrellas en Bogotá. Era agente de la DEA y nos tocaba escaparnos para ir a bailar a La Calera, porque la embajada no les permitía salir de Bogotá por razones de seguridad. David I era cinco años menor que yo. Me decía “su gomela”, sus besos me hacían mover los brazos como si fueran alas, como si fuera a salir volando. A Julián, el amigo de mi vecina, me lo chupetié en mi casa contra un mueble, hasta que se calleron todos los cd’s al piso. Se despertaron mis papás y se acabó la fiesta. Yei-Yei guardaba las bolsitas de cocaína vacías en la billetera, las chupaba y después me daba besos con la lengua dormida, que a su vez dormía la mía. Calo empezó a perseguirme con un espejito al que ponía contra los rayos del sol para que se reflejaran en mi cara. Insistió mucho durante unas semanas mientras yo trataba de chuparme a un mechudo metalero al que le decíamos Moderfoquer. Cuando Moderfoquer no respondió me di besos con Calo. Los únicos besos de los que me he arrepentido en la vida.
Juan Pablo IV fue mi novio durante un tiempito en la universidad. Juan Pablo IV era como un muñeco de chocolate blanco y me daba unos besos espectaculares. Eran besos amorosos y chistosos. Me daban ataques de risa, me tiraba encima de él y rodábamos en el piso. Esos fueron días en que me quería poquito, y no le creí que me quería.
Pillín me invitó a un cumpleaños donde procedimos a “emborrachecernos” y nos encerramos en el baño a darnos besos en la boca. Ahí estuvimos una media hora, hasta que la mamá de la casa llegó a golpear la puerta para que saliéramos. Me di besos con el pelirrojo un par de veces, me empujó contra una pared y me dio besos mientras apretaba su cuerpo contra el mío hasta que me dolía. El pelirrojo le contó al niño cara de oveja y entonces él también quiso. Con el niño cara de oveja nos dimos besos en el asiento de atrás de un Twingo.
Todas las flores nos volvimos clientas de Blues, un bar en Bogotá. Una de las flores era bartender y tomábamos gratis, como agüita. En algún momento empezaba “La hora del beso”, y éramos todos contra todos: Polyester, Porcelana, Crochet, Yakira, Miami, Fever, la hermana banana, Summer, Baby, Carlitos y un par de X’s. Nos dábamos besos entre todos y todos con todos, nos caíamos al piso y seguíamos dándonos besos.
En Miami me di besos con Santiago, Big Boy (otro agente de la DEA para mi colección), con Mauricio, Carlos, Martín, con Houses y con David II. En Nueva York he besado a Batman, Nico, Liz, Parham, Cristopher, Blondie, Martina, Luis I, Jenn, Becca, Luis II, Linz, Stacey, Crystal, Colin y Giuseppe.
Y sigo contando.
100 besos antes de los 30
Lun, 03/01/2011 - 01:00
A mis 17 años, en Montevideo, Federico no fue mi primer novio, pero sí fue el primero que me dio un beso en la boca. Antes de conocerlo a él, conocí su moto negra enorme de motocross, y me lo imag