“y decidí hacer otro intento de escribir mi novela”.
Dan Fante
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Me gustan los escritores para quienes la literatura es una tabla de salvación, para quienes los libros son la luz al final del túnel. Para quienes no queda más remedio que escribir o morir, porque no tienen nada qué perder. Me gustan los escritores que viven como equilibristas, como artistas del hambre, que solo logran el reconocimiento y la fama poco antes de morir. O no lo logran pero qué importa, porque escribieron. Que en el fondo es lo único que verdaderamente debería interesarle a un escritor. Me gustan los Bukowski, los Julio Ramón Ribeyro, los John Fante, porque se entregaron con pasión a la vida y las letras sin que les importara la salud ni el dinero ni la familia ni la fama, nada. Su verdadera fe consistió en sentarse a escribir todos los días o, al menos, una buena parte de los días, para crear esos mundos propios que nos legaron a sus lectores: sus cuentos y novelas, sus poemas. Eran escritores que no tenían miedo. Me gusta la vitalidad que le imprimieron a su obra, a pesar de que arruinaron sus vidas. Sí. Quizá sus vidas no hayan sido ejemplares, pero lo que nos interesa de ellos son sus libros, no sus buenas acciones.2
La biografía que escribió Dan Fante sobre sí mismo y sobre su padre, John Fante, es apasionante. Me gustó la narración, ágil y sincera. La traducción, a pesar de los “tíos” y los “gilipollas”, porque alcancé a percibir las emociones, y la cuidada edición de Sajalín Editores de Barcelona. La leí de un tirón, como se leen los libros vertiginosos, y me conmovió. Me gustó este libro sobre el alcoholismo crónico de John Fante, sobre su pasión por la literatura y su relación disfuncional con su familia: su esposa Joyce y sus hijos Nick, Dan, Vickie y Jimmy. Me gustó la honestidad de Dan Fante y el relato demencial de su vida sumergida en las drogas, las prostitutas, el alcohol, la depresión, los blackouts, los intentos de suicidio y la salvación por la escritura. Me gustó esta especie de libro de autoayuda para escritores marginales. En un diálogo sobre el trabajo y la literatura, John Fante le dice a Dan: “—Mira, ya te lo he dicho otras veces: dale tiempo, chaval. Un hombre tiene que madurar y descubrirse a sí mismo. Dios, ojalá yo hubiera empezado más tarde y no hubiera dejado descarrilar mi vida en los estudios de cine. —Te ganaste muy bien la vida. —De lo que se trata es de no renunciar a uno mismo. Si está allí, lo encontrarás. Lo único que te digo es que le des tiempo, ¿capisci?”. Me gustó la sencillez con la que trata los orígenes de la familia, la miseria, la riqueza, la escuela y la niñez del escritor. Las obsesiones. La vida de los Fante transcurrió en Malibú, un barrio de Los Ángeles, California, cerca de Hollywood, donde John Fante vivió cómodo como guionista, aunque en realidad quería triunfar como novelista. Me gustó porque nos sumerge en un mundo único y personal: el de la vida íntima del autor. Porque semeja una guía para escritores fracasados y John Fante era uno de ellos: “Durante años mi padre había maldecido a los editores, dudado de sí mismo y sufrido el fracaso sistemático como escritor”, escribió Dan Fante. Los editores y los críticos nunca lo tuvieron en cuenta. Solo antes de morir de diabetes, otro escritor llamado Ben Pleasants le escuchó decir a Charles Bukowski en una entrevista que Fante era el mejor escritor vivo de Norteamérica y también su mentor literario. Esto llegó a oídos de un lector apasionado llamado John Martin, quien decidió editar y promocionar la obra de este marginado. De aquel, dice Dan Fante: “Martin tenía un ojo fuera de lo común para la buena literatura, una habilidad extraordinaria para el marketing, y hay que reconocer que muchos de los mejores autores de la generación de Bukowski podrían haber caído en el olvido de no ser por su decisión inflexible de mantener en catálogo su obra”.3
John no apreciaba mucho a Dan, lo maltrataba y lo llamaba burro. Pero Dan quería mucho a su padre: “Mi padre era un artista por los cuatro costados. Aparcó su pasión durante periodos largos pero nunca renunció a ella. A lo largo de la vida de anonimato casi total, se aferró a su don. La mayoría de las novelas las escribió porque sí, no por la fama ni por el reconocimiento. Escribía porque era escritor. Su ejemplo imperecedero hizo que yo, su segundo hijo, un inútil, un tarado y un alcohólico, lo quisiera de todo corazón”. Durante 45 años, Dan Fante vivió en peores condiciones que su padre porque se subió a la montaña rusa de la vida con la cabeza llena de alcohol y anfetaminas. De niño se sintió rechazado por él. Cuando era un adolescente huyó de casa para dedicarse a trabajar en lo que le saliera: un parque de diversiones, como vendedor, detective, taxista, conductor de limusina y operador telefónico. Y tocó fondo. Verdaderamente, Dan Fante llegó al límite de lo que puede soportar una persona. Un día empezó a escribir sobre sí mismo y se convirtió en escritor: “No quería ponerme profundo ni literario, porque no soy un tipo profundo. Siempre me han irritado las pretensiones literarias. Soy lector y me gustan los libros, así que me dije, bueno, ¿por qué no? ¿Por qué no yo? Escribiré algo sobre mi vida”. Después de su última recaída, de presentarle el manuscrito a Buddy Black, un viejo amigo de su padre, que le dijo que era una basura, de tomar un curso de escritura creativa, Dan Fante lo intentó por última vez y lo logró. Encontró a su Dios, dejó de beber y se sentó a escribir. Un día visitó a Joyce, su madre, para mostrarle el manuscrito. Fue uno de los momentos más conmovedores del libro: “—Estuve casada con un escritor egocéntrico casi cincuenta años —gruñó—. Solo me faltaba tener otro en casa ahora. Joyce le dijo que era un buen manuscrito: “—También tienes que mejorar la mecanografía. Piensa en hacer un curso en el City College ese de Santa Mónica. Pero en fin, tu manuscrito no es ninguna locura. Buddy Black es un imbécil. La verdad es que es bastante bueno. Tienes talento. Eres un buen escritor”. A diferencia de las leyendas del artista inventadas por otros escritores, que parecen sacadas de libros sagrados, el mito de John Fante revela la parte más humana del oficio. El escritor en ciernes descubrirá en este relato que sus autores no son dioses ni la escritura, un dictado divino. Se dará cuenta de que una novela es el resultado del trabajo diario, penoso, realizado por un hombre solitario lleno de dudas, vicios y defectos. Me gustó Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia porque es una lección de literatura para auténticos perdedores.