¿Qué podría pasar si la filosofía, la creación de la humanidad, la fe y el existencialismo fueran combinados en una película? El resultado sería Prometheus, o en su defecto una alta dosis de espectáculo de extrema audacia imaginativa, con inteligencia visceral y enmarcada en un mundo de ciencia ficción donde las preguntas estarían a la orden del día. Si usted ya vio la película: adelante, puede ser que este texto le guste; si no la ha visto, lo mejor es cambiar la página, llenarse de valor e ir a ser sorprendido, esta lectura puede esperar.
La entrada es maravillosa: un plano secuencia cargado de nostalgia y belleza tan sublimes que obligan a reflexionar sobre cómo sería la tierra sin la presencia humana y que al final se topa con un ser superior, cargado de un misticismo que va más allá de la humanidad, enaltecido por la utilidad que su cuerpo le dará a la creación de la vida y a la vez orgulloso de cumplir su misión; el rito será entonces su gloria y perdición. De ahí en adelante todo se vuelve discutible y cada cual podrá tomar la posición que desee.
Quienes fueron jóvenes en los ochentas, cuanto menos, estarán entre los que piensan que es un fiasco de película y la resumen como un espectáculo visual sin la potencia narrativa de Alien, el octavo pasajero y sin la fortaleza actoral de Sigourney Weaver. También la culparan de algunos errores de continuidad y alegarán que no responde las preguntas que les dejó, hace 33 años, la primera entrega. No se les podría culpar: esa fue una temporada lujosa para la ciencia ficción.
Quienes nacieron en esa misma época, y que además limitaban sus recuerdos de la saga a algunas escenas de “terror”, podrían sostener dos posiciones: la primera, descubrir que nunca habían visto ciencia ficción real (en cine) sino un montón de películas fantasiosas que nada tienen que ver con ese mundo que Ridley Scott, Steven Spielberg, George Lucas y todos sus colegas explotaron tan bien para otras generaciones; y la segunda, que con Prometheus se está frente una historia vertiginosa, de un visual ostentoso y perfectamente cuidado, con un elenco de lujo, y una historia sorprendente, sublime y bien tratada, que dista por mucho de ser la mejor pese a tenerlo todo. Dos tesis que en general no chocan, vea por qué.
Primero lo positivo: Ridley Scott ha creado un mundo nuevo que no pelea con lo visto en Alien pero tampoco es repetitivo. Cada plano está perfectamente cuidado, la imagen es impecable y los efectos se mezclan maravillosamente con los pocos ambientes naturales. Los monstruos, que mayoritariamente no pasan de ser meras larvas, le agregan un suspenso particular que al son de la música mueven la atención con sutileza. Los pasajes, tanto en suelo firme como en la nave, le dan un toque que pone la claustrofobia en ascenso.
Lo que juega a favor y en contra: el elenco. Maravilloso. A la cabeza Michael Fassbender hace gala de ser el mejor del momento y sorprende por la inteligencia de cada movimiento, expresión y acción, interpretando a un androide que parece sobrepasar a la humanidad. Luego están Charlize Theron; que agrega un toque de misterio y obliga a pensar que no hay verdades completas, y Noomi Rapace, que se encarga del instinto de supervivencia y la fortaleza.
Hasta ahí todo bien. Pero buenas actuaciones no significan buenos personajes; pues los segundos están mal construidos, carecen de pasado y su falta de contexto los convierte en carne de cañón sin motivación; tanto que es imposible identificarse con ellos y sus muertes poca gracia causan, sobretodo la de Charlize. Los demás son muchos, sobran.
Lo malo: el guión. Mezclar filosofía, teorías creacionistas, el origen del hombre, la fe y la religión con el nacimiento de Alien sólo es buena idea si dispones de cuatro horas de película, de lo contrario todo terminará como en Prometheus: una suma de muchas escenas maravillosas con poca continuidad y sin explicaciones; en actuaciones brillantes pero con personajes sin motivación y sin contexto, y en un mundo visual creado a la perfección pero con poca utilidad. Al final, aunque las partes sean perfectas, le falla el ensamble.
Para concluir, las abuelas no se equivocaron: el que mucho abarca poco aprieta, y Prometheus es muestra de ello. Es demasiado, tan demasiado que abruma y genera dudas, aunque eso también sea parte del encanto y la fascinación.
Haga clic para ver el tráiler de Prometheus
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Sobre el autor: “siempre he pensado que la vida es como una película: cada persona tiene su papel y cada canción nos recuerda algo (¿o a alguien?). Eterno aprendiz y crítico audiovisual, enseña la cátedra América Latina a través del cine y en los tiempos libres es Comunicador social”.
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