Agresiva, oscura, fuerte, bizarra, ofensiva, gótica, violenta, repulsiva… pero en últimas: verdadera, real, creíble y honesta; una gran corriente de emociones que atrapa al público, lo amarra a la silla sin derecho siquiera a espabilar y lo lleva por una Suecia gris donde lo absurdo se convierte en verdad: así es La chica con el dragón tatuado (The girl with the dragon tattoo), de David Fincher.
Ya lo había demostrado antes el director; películas como Zodíaco, Sie7e y El curioso caso de Benjamin Button reflejan la magistral manera en que comprende la mente de personajes viles, asesinos, violentos, psicópatas, trastornados mentales y oscuros; hecho que se evidencia en la interpretación que hacen los actores, sobretodo en las escenas más fuertes. A Fincher no le tiembla el pulso a la hora de filmar sexo agresivo, violaciones, asesinatos, golpes y, mucho menos, tortura.
¿Alguna duda? Los puritanos tendrán que quedarse en casa. De hecho, si pensamos a cada escena por separado tendríamos que concluir que son ofensivas contra el espectador, pero son la mano de Fincher, el cuidado a los detalles, las buenas actuaciones, la espectacular fotografía y la agresividad de una buena musicalización quienes le dan carácter creíble a esta historia.
Y a propósito de credibilidad ¿a quién le podría resultar verosímil una chica con tatuajes, hacker, punk, con perforaciones en cualquier lugar posible, asocial, que habla mucho menos de lo necesario, pansexual, agresiva, drogadicta y a la vez con una mente absolutamente brillante? Pues Rooney Mara lo logra con una sutiliza espléndida que le valió una merecida nominación al Oscar. Un personaje que parece sacado de Batman, el caballero de la noche y cuyo instinto y fuerza le dan un aire de heroína de comic. Sí: qué belleza esa escena de venganza y violación con su tutor: qué delicia visual, qué emoción en el diálogo, qué fuerza escénica.
La cuestión es ¿si es tan buena película, por qué La chica con el dragón tatuado y su director no alcanzaron nominación al Oscar? Quienes leyeron el libro tienen la respuesta: el final es malo. Bastan esos últimos diez minutos para que el espectador pierda toda conexión con la adrenalina inicial. Pasa de ser increíblemente emocionante a un final aburrido, de tantos lugares comunes y de relatos de amor ya contados que podrían ser el de cualquier drama mil veces visto, pese incluso al esfuerzo de Fincher por hacer cambios frente a la obra de Stieg Larsson.
Para resaltar: la actuación del ya veterano Stellan Skarsgard (Martin Vanger), cuya mirada es tan poderosa que nos obliga a pensar dónde está el límite entre indignarse o disfrutar de la violencia.
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Sobre el autor: “siempre he pensado que la vida es como una película: cada persona tiene su papel y cada canción nos recuerda algo (¿o a alguien?). Eterno aprendiz y crítico audiovisual, enseña la cátedra América Latina a través del cine y en los tiempos libres es Comunicador social”.
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Vie, 02/03/2012 - 08:43
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