Europa, ese nuevo barrio del tubo

Sáb, 29/09/2012 - 12:36
En Barranquilla suelen decirle a un barrio de nuevos ricos venidos a menos “Barrio del tubo” la interpretación del chiste es: Barrio de los que tuvieron plata y ahora no tienen un culo. El barrio
En Barranquilla suelen decirle a un barrio de nuevos ricos venidos a menos “Barrio del tubo” la interpretación del chiste es: Barrio de los que tuvieron plata y ahora no tienen un culo. El barrio en el que crecí era uno de esos, en realidad se llamaba “Los Nogales” fue una urbanización creada por la familia de constructores Parrish. Tenía calles amplías, parques y terrenos de rectángulos perfectos. La intención era crear la típica urbanización gringa en el caribe; como ya lo habían logrado con otros barrios de la ciudad en tiempos donde el capitalismo aún era bondadoso.   De niño, mis amigos y yo pasábamos el limite del barrio y nos metíamos a explorar el monte, entre trochas algunas veces tomadas en bicicleta y otras veces a pie, pensaba en la mil veces repetida frase de mi padre – Cuando llegamos, no había nadie- Imaginaba como pudo ser. La historia de mi barrio se repite en muchos lugares donde la opulencia y decadencia van de la mano. En Los Nogales las casas paridas por la Bonanza Marimbera en las décadas de los setenta y ochenta terminaron en los noventa con el cartel SE VENDE.   Por culpa de la crisis hipotecaria de finales de los noventa tuve que emigrar a España, la verdad no fue nada traumático, era algo que deseaba desde niño, pero como buen representante de la clase media colombiana pensé que EE.UU. sería mi destino. Al llegar a Madrid me deslumbró Barajas. Creo que mi cara debía ser como la de todo provinciano recién bajado del bus. Una pequeña Buhardilla en un edificio señorial de la calle Atocha fue mi primera casa; compartía con mis hermanos esos primeros momentos de inmigrante en los que engañábamos a la nostalgia con la comida que preparaba Ericka. A los quince días comencé a trabajar y durante tres años la ilegalidad fue mi compañera.   Era una época muy distinta a la actual. España estaba gobernada por el conservador Partido Popular; la economía crecía a un ritmo vertiginoso y los inmigrantes eran un mal temporal y necesario. En un debate sobre el estado de la nación, José María Aznar dijo la famosa frase: España va bien. Se mordió la lengua para no decir: Estamos de puta madre.   La vulnerabilidad es un suelo muy fino y frágil, la primera vez que caminé encima de él, fue durante los últimos años en el barrio del tubo. La crisis de la construcción fue un vendaval que nos dejó sólo la vida; aquél tesoro se cuidaba sin dejar de pensar cuál sería nuestro porvenir si alguno cayera enfermo. Las cuotas del seguro medico hace mucho no se pagaban, nuestra salud en caso de que hubiese sido mala hubiera quedado en manos de la caridad o del Espíritu Santo, aunque dudo si hubiera asistido a nuestro llamado, con su ya sabido problema de identidad. Ese suelo lo volví a pisar en Madrid, Las inspecciones de trabajo en búsqueda de ilegales aumentaron después de la muerte de uno al caerse de un andamio. Los empresarios buscaban gente con papeles para así evitar la cuantiosa multa. Después de terminar un trabajo me quedé esperando la llamada que no llegaba de mi jefe, los pequeños ahorros se acababan y en la búsqueda me topé con la Recepcionista de una oficina que me preguntó al dejarle el currículo ¿Tienes papeles? Mi permanente respuesta automática era: Están en trámite. Ella, con un tono lacónico dijo: Lo siento, no aceptamos currículos de gente sin papeles. Me devolvió la hoja de vida con una pequeña sonrisa de disculpa. Mientras caminaba la calle, me preguntaba: Qué hacía en esa ciudad. Un vagabundo sentado al lado de la gran puerta de El Corte Inglés parecía el final de la aventura. Por suerte a la semana encontré algo y me mantuve así durante un par de años hasta que los documentos llegaron.   El partido socialista ganó las elecciones, una de las promesas cumplidas de José Luis Rodriguez Zapatero, era la regularización de los inmigrantes ilegales. Después de realizar trámites y largas filas los documentos llegaron. Ya como residente legal, la estabilidad laboral consistía en ir de trabajo en trabajo hasta que se acabara el contrato, las posibilidades de encontrar un trabajo fijo eran remotas, de eso se trata cuando los medios coinciden en que la economía va bien, a costa de qué o quién son esos macro números positivos.   Se acercaba la renovación de la tarjeta de residencia, por culpa de un delincuente que fue encontrado culpable de violación y homicidio, pusieron como nuevo requisito los antecedentes penales. Tenía que buscarlos a la embajada colombiana, otra vez una larga fila en la que el nerviosismo de recordar aquél robo juvenil de unos yogures en la Olímpica se esfumaba ante el grito de empanadas, tamales y Bom bom bum. Un paisa anunciaba la última película de traquetos mientras sostenía un CD pirata de Dario Gomez en concierto. El recuerdo de aquella travesura adolescente desapareció cuando empecé a hablar con un Tulueño que estaba delante de mi. Tenía un anecdotario impresionante, la única que recuerdo fue la del montaje de los muebles de Ikea en la casa de Andrés Pastrana. Preguntáme si me dejó propina- Te dejó propina- De vaina un vaso de agua y porque se lo pedí. La curiosidad por conocer la casa de Noemí terminó en un oscuro garaje sin calefacción, llena de escritorios improvisados con inspectores del D.A.S. Que recibían los documentos y te tomaban la huella.   Eso de no sentirse arrepentido por las decisiones de vida tiene un poco de cierto y un poco de mentira. Aquellos que dicen no arrepentirse de nada es la negación de la respuesta a un futuro distinto y qué hubiera pasado si regreso a Colombia; si me hubiera negado a venir aquí; si Chilavert no le hubiera atajado el penalti a Méndez. Ante lo evidente del pasado y la incertidumbre del destino, me he quedado aquí. La actual España, como la metáfora de Saramago , es una balsa de piedra. Navega a la deriva resistiendo el embate de los mercados, una clase política desprestigiada y una población padeciendo el desmontaje del estado de bienestar.   La secular tradición española de expulsar al extranjero queda evidente en una cifra de desempleo de más del cincuenta por ciento en la población inmigrante; esto sumado al impedimento de renovación a todos lo que han perdido sus empleos y una sanidad que no atiende a aquellos que tengan su tarjeta de residencia vencida. Poco a poco todos hacen sus maletas, la fiesta se acabó y es momento de recuperarse de la resaca. El chiste de Barranquilla ha tomado dimensiones de país y casi de continente. El sur de Europa, ese antiguo parque de atracciones, se está convirtiendo en un continente del tubo.
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