Para una persona que suele causarle más curiosidad la explosiva -y efímera- reacción de indignación que puede causar una noticia que la noticia misma, así mismo, muy pocas veces un municipio perdido en la pobreza del Caribe, que solo llega a nuestras memorias por la iniciativa de regalarle un burro a Obama, y el documental filmado sobre el amor de sus habitantes por aquel animal, opaque al balneario más cosmopolita del país"
A escasos días de haber comenzado un nuevo año, la efímera indignación colectiva en Colombia parece haber encontrado un nuevo blanco. En esta ocasión, es de rescatar el hecho que fuimos capaces de alejar nuestro morboso interés por Cartagena y sus pomposos eventos para fijarlo sobre el pueblo de Turbaco, Bolívar. Si, Turbaco. Ese que también ha sido noticia en el pasado por celebrar los comicios presidenciales gringos. Hace unos días, en el marco de sus tradicionales corralejas sucedió un acto de barbarie que ha desatado un cubrimiento mediático que no se veía desde esa época en la que soñaron con ver pasear a uno de sus burros los jardines de la Casa Blanca. Pero en este momento sólo se alimenta la sanguinaria desaprobación de los verdaderos y falsos defensores de animales. Poco importan las necesidades desatendidas o los reclamos de sus pobladores cuya voz está disfónica de tanto gritar sin que este tenga eco.
En esta ocasión, los colombianos vemos más allá de Cartagena y fijamos nuestro interés sobre una población llamada Turbaco. Esa que también fue noticia por haber celebrado los comicios presidenciales gringos. La que le regaló a Obama un burro para que se paseara por los jardines de la Casa Blanca. Y en donde vinieron a grabar un “documental” sobre nuestro particular gusto por el mencionado animal… Hoy Turbaco no es protagonista de una jocosa noticia del medio día en donde los evidentes problemas de la población pasan desapercibidos. En esta ocasión, la sanguinaria desaprobación de los verdaderos y falsos defensores de animales se posa sobre esta población debido a los eventos barbáricos que tuvieron lugar en uno de los días de toros de las tradicionales corralejas.
No es la primera vez que me he puesto en la tarea de escribir sobre estas fiestas. En una oportunidad expresé mi disgusto/fascinación por este circo romano criollo en el cual, a mi parecer, se teatraliza la tragicomédica vida en estos pueblos abandonados por el progreso, sus dirigentes y el país en general. No obstante, sí será la primera vez que saldré en su defensa en aras de mostrar mi desaprobación por la actitud hipócrita de aquellos que rechazan la crudeza y la falta de pudor de este salvajismo pero toleran aquellos que se cometen en las elegantes corridas. O de aquellos que hoy se creen con mejor derecho para pedir el fin de esta cuando nunca les ha importado la suerte de aquellos que la frecuentan o participan en ella.
Somos una raza violenta. Ahora bien, ¿en qué momento esta pasa a ser salvajismo? La infalible mezcla de ron, ignorancia, pobreza y adrenalina deben ser acusados como perpetradores de este crimen. Debe señalarse que quienes han hecho de las corralejas un estilo de vida, o por lo menos, un ingreso económico en época de fiestas patronales, no matarían un toro con sevicia. En esto siempre se han diferenciado las corralejas de las corridas.
Rechazo el maltrato a los animales. Pero me parece surreal esa tendencia en boga en donde la muerte de un animal nos indigne más que la de un semejante. Que nos movilicemos para reclamar los “derechos” de los toros, gatos y peces pero no seamos capaces de hacer lo mismo por nuestros compatriotas que viven en la pobreza, la ignorancia, la falta de oportunidades y en la ignominiosa situación de no tener derecho a soñar y la libertad de incidir en el curso de sus destinos. Esta es Colombia.