Hace pocos días Omar Rincón acuñaba el término narcoaburrimiento para referirse a la franja televisiva colombiana, por demás: pobre, plagada de capos ficticios y reales que saltan desde los noticieros hasta Escobar y El Capo 2. El cartel de los sapos es una excepción al cine inteligente, sensible y apartado de la narcohistoria colombiana que ha surgido en los últimos años; nada que ver con La cara oculta, Chocó, El vuelco del cangrejo y la sorprendente Sofía y el terco.
No podría ser diferente: su propia historia la precede y la castiga. El cartel de los sapos heredó todos los problemas, incluido el narcoaburrimiento, de la serie televisiva y los confundió en medio del relato descrito por Andrés López en el libro homónimo. El guion termina por restarle los puntos que a bien alcanza con la técnica, los efectos e, incluso, con uno que otro buen momento actoral positivamente logrado.
La narración de fondo, con la voz de Manolo Cardona, agobia y confunde al espectador, que por momentos no sabe si concentrarse en escuchar o en ver la película. El giro dramático que intentan al iniciar con una escena que corresponde al desenlace pierde total encanto en medio de una maraña temporal sin ninguna continuidad o propósito. En definitiva, la película heredó una narrativa televisiva que le resulta nociva y contraproducente.
Al carecer de las largas temporadas que en televisión dura un novela o serie, sobretodo cuando muestra algo de rating, la película se pierde en una montaña de temas y escenas que al final no son más que fragmentos cortos de historias poco conexas. Nunca se sabe, por ejemplo, si el eje central es el narcotráfico, la relación amorosa de los protagonistas o las dos cosas. Los guionistas no pudieron diferenciar entre cine y televisión, y por eso al final la película parece un resumen mal hecho de la serie televisiva. Los cambios frecuentes de lugar y los saltos de tiempo aumentan la confusión.
Los actores tampoco lo entendieron, especialmente Manolo Cardona y Diego Cadavid. El cine tiene unas dinámicas actorales totalmente diferentes a las de la televisión y por eso ellos se ven sobreactuados y llevados a unos comportamientos exagerados y rebosantes de cariño que en la película carecen de contexto y motivación. Habría que salvar a Juana Acosta quien en una muestra de madurez artística provee a la historia de dos momentos dramáticos interesantes, fuertes y cargados de sentimientos.
Poco han entendido nuestros productores sobre las competencias internacionales y por eso El cartel de los sapos representará a Colombia en los Premios Oscar. Ya deberíamos saber que tener buena técnica no es sinónimo de calidad: se necesita contar una buena historia, y hacerla bien. Hollywood lo sabe. El día que una película colombiana quiera competir con ellos tendremos que llevarles un buen guión (como el de El secreto de sus ojos –Argentina-, La teta asustada –Perú- y María llena eres de gracia –Colombia-, que lograron abrirse espacios importantes a nivel mundial).
De El cartel los sapos habría que alabar la buena técnica, los efectos especiales y el esfuerzo de la producción por reunir un elenco de lujo. Tener a la mejicana Adriana Barraza (Babel) ya es un hazaña.
Para tener en cuenta: felicitaciones a Andrés Burgos y a todo el equipo de Sofía y el Terco que hace poco se hizo con el Premio del Público (¡nada menos!) en el Festival Biarritz.
Haga clic para ver el tráiler de El cartel de los sapos.
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Sobre el autor: “siempre he pensado que la vida es como una película: cada persona tiene su papel y cada canción nos recuerda algo (¿o a alguien?). Eterno aprendiz y crítico audiovisual, enseña la cátedra América Latina a través del cine y en los tiempos libres es Comunicador social”.
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