Mario Paternina Payares, por años el mejor cajero vallenato de Colombia, había heredado la parranda, el ron y el apego a la mujer de su papá, el máximo juglar sabanero de Corozal, el poete Alcides, quien amenizaba una fiesta y después se bebía las ganancias. Regresaba a su casa a los tres días, con los bolsillos vacíos y el alma rota. Hasta que un día, tras quedarse dormido con su acordeón crucificado en el pecho en las propias escalinatas de la Iglesia de Corozal, fue despertado por los feligreses que iban a misa de seis de la mañana y reaccionó con eficiencia para enderezar su rutina. Al despertar, sintió tanta pena que al llegar a su casa, tomó su machete y despedazó el viejo aparato.
Y Mario, que era su tercer hijo, de seis años, dentro de su inocencia encontró en el patio un pito del decapitado acordeón y empezó a tocarlo de manera desprevenida. Cuando Alcides lo vio chupándose las notas, se lo arrebató, se arqueó como lanzador de beisbol y lo lanzó más allá de las astillas que recortaban la brisa del arrollo Grande, en el barrio San Francisco. Era un hombre temperamental. Alguna vez le regalaron un reloj nuevo y como tenía diferencia de cinco minutos con el que llevaba un transeúnte, tomó su mona de herrero y lo destrozó. Todos sus problemas graves le habían pasado un jueves. Un jueves lo metieron preso por fabricar armas caseras. Un jueves casi se mata en una parranda al voltearse el jeep donde iba con Nelson Martelo, con saldo de dos muertos. Un jueves había muerto su mamá, la cantadora Juana Gamarra.
Así, al botar el pito con que jugaba su hijo, pensó que había matado para siempre el embrujo de la música. Alcides no bebió más ni más nunca tocó acordeón alguno. Sin embargo, su sangre continuaba en sus cuatro hijos varones, quienes un día se aparecieron con un conjunto de dulzaina, taburete y rayador de cocina, tocando La piña madura. No pudo más que apoyarlos, y así nacieron “los caciques de la Sierra”. Los niños se convirtieron, con el tiempo, en la Dinastía Paternina, donde descollaron Felipe, rey sabanero del acordeón, y Mario, cuatro veces rey Vallenato en la caja.
Mario Paternina en su época del Binomio de Oro, con Rafael Orozco.
Si Mario Paternina Payares se hubiese dejado llevar por la parranda en que vio la luz del mundo, el 19 de noviembre de 1955, en Corozal, ya estuviera enterrado. Menos mal que un día a sus 35 años, casi por accidente, un médico descubrió que tenía cuatro riñones. Paternina es una de las pocas personas en el mundo que tiene un sistema de doble chorro, como los Toyota 4x4, llamado agenesia multilateral hereditaria, de la que se saben pocos casos en los alrededores de estas tierras del porro y el fandango.
Desde que vio su sistema en la radiografía, como si fuese el mapa de un río que se bifurca en alguna parte, dejó de beber, como lo había hecho su papá casi a la misma edad, en un acto de valentía suprema.
Sus amigos, cuando supieron la noticia, lo comparaban con la famosa vaca “la pintalabios”, que se volaba una cerca de alambre de púas de cinco hilos y se filtraba de una hacienda a otra con gran facilidad. Cuando la mataron tenía cuatro riñones y los matarifes decían que su agilidad para saltar los alambrados y las garabateras del arroyo se la daba su sistema múltiple de riñones.
Integrante del conjunto de Alfredo Gutiérrez, de Lisandro Meza y después del Binomio de Oro de América, Mario Paternina, después de retirarse del seminario de Corozal, donde oficiaba de cura, y de estudiar filosofía, fue considerado el mejor cajero del mundo. Su nota depurada, entre el estilo de Pablo López, Rodolfo Castilla y Carmelo Barraza, lo hicieron inigualable. A diferencia de sus colegas músicos, que deseaban que el Magdalena se volviera ron para achicárselo, Mario siempre fue mesurado en el trago, hasta tal punto que era el chofer personal de Rafael Orozco y de su esposa, Clara Cabellos, cuando andaban de descanso en Barranquilla. Eso lo salvó.
A pesar de que debía ir al baño varias veces en una hora, Mario Paternina jugaba fútbol y no se perdía las parrandas.
El problema de Paternina consistía en que no soportaba los viajes largos del conjunto en los toques. A veces tocaban un viernes en San Pelayo, Córdoba, y ese otro día debían estar en Maracaibo, Venezuela. Un día ofrecían un concierto en el Madison Square Garden, de Nueva York, alojados en un hotel de cinco estrellas, y al otro día podían hacer cola para un baño de policía en un vetusto parapeto a totumadas en Chibolo, Magdalena. Mario se meaba en los viajes. El bus tenía que parar varias veces en el trayecto, para que Paternina se bajara a orinar, ante la sospecha de los compañeros que le inventaban cosas. Que era marica, que no se contenía.
‒Yo era unos cuatro chorros a la hora de mear ‒dice este corozalero, papá de nueve hijos.
Así andaba, hasta que el doctor Armando González descubrió que tenía cuatro riñones. Dos sistemas conectados a la vejiga, mucho líquido “meático”.
De acuerdo a los estudios, esta es una anormalidad llamada agenesia multilateral, que es hereditaria. Aunque tener cuatro riñones podría ser una ventaja, a veces es perjudicial, porque los órganos tienden a dañarse con mayor facilidad. Y si se daña un sistema, agrede al vecino, de inmediato. Una persona puede vivir a la perfección con un riñón, pero cuatro se pueden convertir en un problema, en especialmente si se es parrandero.
Esta es la radiografía que le mostró a Mario Paternina sus cuatro riñones.
‒Si yo no cojo el ejemplo de papá, que tomó la decisión de dejar el ron cuando tenía voluntad, ya estuviera muerto ‒dice.
El caso no para allí, Helodia Basanta Paternina, hija de su hermana Yolanda, tiene agenesia renal unilateral, un solo riñón. Desde niña ha sufrido esta calamidad. Y uno de sus hijos, de 16 años, mea tanto como el viejo Alcides, pero el día que lo llevaban al médico para examinarlo se fracturó una pierna. El examen aún está aplazado. Él, como su papá, se levanta a orinar hasta seis veces cada noche.
Pero no todo es tragedia. Vivir con la vejiga llena, surtida por un sistema renal de doble vía, moldeó el carácter fuerte, sereno a veces y el temperamento explosivo de Mario Paternina Payares. No en balde, durante su paso por el conjunto del Binomio de Oro, pudo sortear algunas situaciones con sobrada valentía. Una de ellas fue en Medellín, al término de una gira por Venezuela. Se hospedaron en un lujoso Hotel. Compartió habitación con el bajista José Vásquez, en esos días asediado por mafiosos y miembros de carteles. Después de un largo descanso, Paternina abrió los ojos y lo primero que vio fue una pistola apuntándole a la cabeza. Alguien muy irresponsable la había dejado olvidada en el nochero más próximo. Se levantó enfadado, “hijueputiando” a la persona que había dejado el arma cargada en ese lugar. Su papá le había advertido que las armas se disparaban solas, que las disparaba el Diablo.
‒Es de él ‒dijo José Vásquez, al señalar al hombre que estaba parado al frente, impávido. Al verlo, Mario trató de pegarle, levantándose de la cama. El hombre, de bigotes, de regular estatura, robusto, tomó su arma y en vez de dispararle un tiro, se la guardó en la pretina.
José Vásquez trataba de calmar la engorrosa situación, pero Paternina seguía con ganas de ponerle las muñecas al intruso que había perturbado su sueño. Cuando supo que el tipo que insultaba era Pablo Escobar Gaviria, en persona, el temible jefe del Cartel de Medellín, Mario se enfadó más. ¡No estaba para morir ese día!
A Pablo Escobar le gustaban los hombres con carácter. Pidió calma. Se suavizó y mandó a pedir un servicio. Un mozo subió una botella de whisky con hielo y empezó a brindar en honor al único hombre que le había corrido la madre y vivía para contarlo. Paternina, en cambio, a sabiendas de que Escobar no perdonaba, nunca confió en el ofrecimiento.
Mario Paternina con su familia. Uno de sus hijos debe hacer pipí seis veces durante la noche. Se cree que sufre su misma enfermedad.
‒SI me vas a matar hazlo ahora que estoy bueno y sano, no me vayas a matar borracho, hazlo enseguida ‒le pidió Mario.
Desde entonces, fueron grandes amigos. Escobar no regalaba plata. Sólo prestaba para cualquier negocio, pero Paternina jamás aceptó. Lo único que cuadraron fue una parranda con Rafael Orozco, Israel Romero y Alejo Durán, con Mario como cajero, acto al que no se permitió ingreso de cámaras.
***
Cura frustrado, filósofo de profesión y cajero por herencia, mientras estuvo al frente de este pequeño instrumento, considerado el medio campo de un conjunto vallenato, Mario Paternina fue el mejor. Logró depurar una técnica decente que le permitía reírse mientras tocaba y hacer que la caja relinchara como burro, que hiciera como zahína , que trotara como caballo cojo, que roncara como una puerca parida que aquerencia varios chonchitos, o que simule un aguacero sobre un techo de zinc. Ganó el festival vallenato cuatro veces y otras más el festival sabanero, pero el problema renal lo hizo quedarse en Corozal, su tierra natal. Y allí se le puede encontrar, con su hijo que no se sabe si sufre de lo mismo y su sobrina, que le tocó vivir con sólo un riñón. Él prefiere no donar los dos que le sobran. No hay necesidad de tentar al destino a estas alturas.
Un rey vallenato con 4 riñones
Mar, 26/04/2011 - 15:00
Mario Paternina Payares, por años el mejor cajero vallenato de Colombia, había heredado la parranda, el ron y el apego a la mujer de su papá, el máximo juglar sabanero de Corozal, el poete Alcides