Esa mañana, hace nueve años, bajó las escaleras de su casa y se detuvo frente al espejo para mirarse el rostro por última vez. Se veía bella. El trabajo como representante de ventas de una empresa de maquillaje le exigía mantener un rostro de muñeca todos los días.
Desde la puerta de la casa en el sur de Bogotá, gritó “¡adiós!”. Arriba sus dos hijas de 10 y 12 años se despidieron entre bostezos.
María Cuervo era rubia, y su pelo, que se mecía al compás del taconeo, le llegaba a la cintura. Tenía afán por llegar al paradero. Estaba acostumbrada a la mirada de los hombres y los silbidos coquetos que le prodigaban en las mañanas.
Detrás escuchó unos pasos que se acercaban rápido. María volteó el rostro.
–Esto es para que no se crea tan bonita –gritó el hombre que corría y vació una botella de ácido mezclada con aceite de motor en el rostro de la mujer.
Con las mangas del saco trató de limpiarse la cabeza pero el líquido ya estaba quemando el cuero cabelludo. El pelo se le desprendió en cadejos, y la piel del rostro se le estaba derritiendo. Ante el dolor perdió la fuerza y cayó en el suelo. El ácido alcanzó a corroer los huesos del cráneo y derretir uno de los párpados. Pidió ayuda.
Después del ataque con ácido, se ha hecho 50 cirugías para recuperar su rostro.
En la clínica de Colsubsidio una enfermera empezó a revisarle las heridas pero cuando notó que sentía un ardor en las manos, suspendió la revisión y le ordenó a María Cuervo que colocara una sábana sobre la cabeza para no dañar la camilla. No le hizo ninguna curación. La abandonó a la merced del ácido que seguía filtrándose por los tejidos de su cuerpo.
Después de cincuenta cirugías de reconstrucción en las que desprendían piel de los muslos y los glúteos para injertarlos en el rostro y los brazos, aún conserva algunas de las marcas de aquella mañana.
En el país hay más de 60 casos reportados de mujeres que han sido víctimas de ataques con ácido, la mayoría por motivos pasionales. Consuelo Cañate, una de las afectadas, recuerda que su marido, por celos, le aplicó el acido mientras ella dormía. Después él la abandonó. Desde el accidente, ocurrido en 2001, Consuelo mantiene la cara oculta bajo unas gruesas vendas.
Hace cuatro años, otra víctima fue atacada por su novio en la calle, “si no estás conmigo, no estás con nadie”, le dijo el sujeto antes de la agresión.
Otra mujer fue atacada por no entregar una cadena de oro que le pendía del cuello. El ácido se ha convertido también en una efectiva amenaza. Hace pocos días la actriz y presentadora Alejandra Azcárate recibió amenazas por su columna en contra de las gordas. Ante la intimidación, la mujer pidió disculpas y buscó apoyo de escoltas para que protegieran su estilizado cuerpo del mal callejero.
Es domingo. María vive en la misma casa de donde salió el día que le rociaron el ácido. Alrededor hay un centenar de casas idénticas que se diferencian por el número en las puertas, y parques repletos de niños con balones, bicicletas y patines. Espero a María en la miscelánea que atiende, ubicada en la planta baja de su casa. Ella sonríe cuando me ve. Una sonrisa cuarteada por la cicatrices.
Un vestido rojo ciñe su cuerpo. Las piernas están descubiertas y en los pies calza unas sandalias negras de tacón. Es la segunda vez que usa ese traje, antes se sentía un monstruo con ínfulas de reina y le apenaba arreglarse. No le veía sentido a ser femenina pero tampoco ocultó el rostro.
Logró verse de nuevo al espejo un año y medio después de la agresión.
En la silla cruza la pierna y la falda se le sube un poco, se notan las cicatrices del muslo. Aún es joven, tiene 42 años. Antes de la entrevista le digo que me gusta su corte de pelo.
–Es peluca de pelo sintético –responde– quedé casi calva por las quemaduras de la cabeza.
Tras el ataque estuvo un año en coma inducido en el hospital San Ignacio. Cuando despertó, la habitación estaba tapizada de papel para ocultar los espejos. Pasó sus manos por las mejillas y los ojos. Se tocó la cabeza. Empezó a llorar. Los sicólogos no le permitieron verse en un espejo.
Seis meses después caminó hasta el baño de la habitación y cuando entró, una esquina del espejo estaba descubierta. No se reconoció. La mujer que veía en el espejo era muy diferente al último recuerdo que tenía cuando salió de su casa. Como las heridas aún no habían sanado, la cara la tenía cubierta de grietas negras. Quería morirse. Le suplicó a Dios que se la llevara.
Laura, la nieta de María Cuervo, llora en el coche. La mujer suspende el relato, toma a la pequeña de dos meses en el regazo y le habla con una voz tierna. La bebé mira y pasa sus manecitas por la piel de la abuela. Pienso que la fealdad o la belleza son términos que inventó el ser humano para discriminar. La nieta solo ve la sonrisa de la abuela, el resto de las personas ve las cicatrices.
Cuando salió del hospital, el reto era mucho mayor: enfrentar al mundo y las miradas. Antes de hacerlo hizo una terapia de aceptación. De conocerse y quererse. El mayor problema de las mujeres afectadas es la auto-discriminación, mientras no se supere esa dificultad el mundo será un enemigo y surgen los resentimientos.
Después de 9 años, María Cuervo sigue recibiendo amenazas.
Cuando enfrentó las calles, podía percibir lo que pensaban los transeúntes “pobre señora”. Los niños halaban los sacos de las mamás para preguntar, a todo grito: “esa señora por qué es tan fea, o qué le pasó en la cara”. María les sonreía a los niños y contaba su historia a las madres.
Tiempo después acudió a la Fiscalía para denunciar la agresión. Tenía sospechosos, (ex novios, citas fallidas, pretendientes) pero no tenía ninguna seguridad. La mujer que la atendió en la fiscalía dijo que no podía investigar porque la mayoría de los ataques con ácido son pasionales y prácticamente las mujeres tienen la culpa por coquetas o meterse con quién no debían. Además, según la ley colombiana este tipo de agresión es catalogado como una lesión personal que no atenta contra la vida. En realidad muchas mueren en vida.
Hace tres años, una llamada le recordó el dolor del ácido.
–Usted se está ganando otra quemada –dijo un hombre. En seguida colgó.
El día de la madre, mientras las dos hijas preparaban el desayuno para homenajear a María, sonó el teléfono, una de las hijas contestó “¿usted quiere que le pase lo de su madre?”.
–Quieren verme destrozada. A todas las víctimas nos quieren ver sufriendo –dice María Cuervo.
Actualmente trabaja en el IDU y hace parte de una fundación que ayuda a las víctimas del ácido. La fundación busca apoyo médico, estético, control para la venta de químicos y penas para los agresores.
Tiene miedo por sus hijas. Cada vez que ellas salen, María Cuervo permanece angustiada hasta que regresan. No quiere que les suceda lo mismo
Por bonita me desfiguraron la cara con ácido
Vie, 10/08/2012 - 09:00
Esa mañana, hace nueve años, bajó las escaleras de su casa y se detuvo frente al espejo para mirarse el rostro por última vez. Se veía bella. El trabajo como representante de ventas de una empres