Todos creían que la visita a la casa de Lance Armstrong sería un paseo: quince días en un rancho de 180 hectáreas situado en la entrada de las Colinas de Texas, una piscina bañada por una enorme cascada, spa, casa de huéspedes y el verde de la naturaleza rodeando todo el lugar. El bogotano Víctor Hugo Peña, quien por entonces tenía 29 años, era uno de los invitados.
Corría el año 2003 y Armstrong era el líder del equipo US Postal Service, el más poderoso del mundo, en el que todos querían estar. Peña, uno de los corredores, se convertiría ese año en el único ciclista colombiano en vestir la camiseta amarilla que identifica al líder del Tour de Francia.
En 2001, Peña llegó al equipo US Postal con una única misión: servirle de gregario a Armstrong en el Tour de Francia. Solo importaba que rindiera durante las dos semanas de la competición. Sus resultados el resto del año les tenía sin cuidado a los entrenadores. Así lo hizo hasta 2004, cuando cambió de equipo. Hoy asegura no querer hablar de Lance Armstrong, pero los recuerdos lo traicionan y entonces empieza a contar cómo fueron los quince días inolvidables que vivió a su lado en el rancho de Texas.
“Cuando llegamos creímos que todo iba a ser descansado, que íbamos a solo a pasarla rico”, dice Peña. Pero poco después de llegar al rancho, Armstrong le dijo al ciclista colombiano: “Aquí tengo de todo. Todos los lujos. Lo que yo quiera, pero no los va a haber. Aquí vinimos a sufrir”.
A la mañana siguiente, antes de las seis de la mañana todos los corredores del equipo estaban haciendo el desayuno. Al rato se subieron en sus bicicletas y empezaron un agotador entrenamiento que se extendió por siete horas. Nadie le objetó nada a líder. Todos pedalearon por igual. Peña dice que Armstrong infundía un respeto reverencial entre los demás. En una nota publicada por la revista Donjuan, el corredor colombiano dijo que el bus del equipo siempre estaba sucio, a menos de que Armstrong viajara en él. Si lo hacía, antes de que él llegara, los demás recogían la basura, hasta el último papel.
Al terminar el entrenamiento en el rancho, regresaron a la casa y tuvieron que preparar el almuerzo. “Comíamos carne, pollo, muchos enlatados y verduras”, cuenta Peña. Luego había que limpiar las bicicletas y lavar la ropa. No quedaba tiempo para más. Estaba prohibido ver televisión y entrar a Internet. Cada quien iba a recostarse en la cama para descansar pues al día siguiente se repetía la rutina: cocinar, entrenar, cocinar de nuevo y lavar la ropa.
“Armstrong era muy buena persona. Recuerdo que me enseñaba inglés y yo le enseñaba español”, dice Peña, y agrega “Nunca fue orgulloso ni aprovechado”. Esta versión, sin embargo, contradice el informe de la Agencia antidopaje estadounidense (USADA), que deja ver, a partir de los testimonios recogidos, que Armstrong era una suerte de dictador, que imponía su autoridad sin aceptar reclamos y obligaba a seguir su método de dopaje a sus compañeros.
Para Peña, Armstrong es un ejemplo de lucha y sacrificio, a quien nadie podía seguirle el ritmo. Siempre era el primero en todo. El colombiano intentó superarlo en la puntualidad, pero fue imposible. Allí estaba Armstrong, en la mesa del comedor, con el periódico ya leído señalándole con los dedos que había llegado de segundo.
Lance Armstrong ha caído en desgracia y su nombre se suma a la lista negra de los grandes atletas condenados por usar sustancias dopantes. Hace unos años Armstrong era visto como el más loable ejemplo de superación, como un hombre de acero que venció el cáncer para ganar siete Tours de Francia, los mismos que le fueron despojados. Cada día salen más acusaciones, incluso se ha dicho que compraba carreras.
Peña solo quiere recordar al Armstrong a quien le alcanzaba la cantimplora, a quien se interponía para que el viento no lo golpeara. Un hombre que jamás vio “mamar gallo”.
Enfurecido, el colombiano dice que lo han abandonado, que lo sacaron del equipo Colombia es Pasión por ‘rosca’, que nadie reconoce sus triunfos. Mientras en su casa de Texas Armstrong confiesa haberse dopado, en Colombia Víctor Hugo Peña, con 39 años, aún espera que un equipo lo contrate como ciclista: “Todavía tengo piernas para correr”.
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“Mis quince días en el rancho de Lance Armstrong”
Mié, 16/01/2013 - 09:25
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