Acababa de regresar de la terraza del hotel Intercontinental en Medellín, después de haber hecho un café concierto en el que escenificó una comedia de Noel Coward. En medio de los vítores y aplausos que parecían más una manifestación política que un público que acudía a beber un café y deleitarse con la actriz más talentosa y conocida del país, recibió un llamado que la sorprendió al punto de desestabilizarla. Se trataba de Pablo Escobar, que había mandado a cuatro de sus hombres a decirle que la quería conocer en persona, y si fuese posible, conversar un rato con la diva de la televisión colombiana de los años ochenta.
María Eugenia Dávila me cuenta esta historia mientras enciende un cigarrillo mentolado. Son las cuatro de la tarde y un sol pleno nos golpea en la espalda e ilumina hasta el último recoveco de la sala de visitas de la casa en la que vive, donde el silencio y el ritmo de lento de las cosas se ofrecen como la atmósfera ideal que ella quiere para su vida. “Siento que estoy volviendo a nacer… quiero llenarme de vida”, reitera mientras inhala el humo del cigarro. Antes de esperar mi pregunta se anticipa con una frase presurosa:
—Yo le entregué mucho al trabajo, hubo un tiempo en el que no quería hacer nada. Ahora es todo lo contrario.
No mirar hacia atrás es una forma de volver a empezar
Hace unos meses una noticia se expandió como polvorín: María Eugenia Dávila se está muriendo. Esta vez era verdad, pues para nadie era un secreto su trasegar por el alcohol y las drogas desde hacía años, que le costaron su carrera y por lo que no volvió a participar en ninguna telenovela o producción de los canales nacionales desde su actuación en ‘Pedro El Escamoso’ y luego en ‘Amor en custodia’.
Ella lo relató en una entrevista a El Tiempo: “Yo estaba tomada y fui al parque Lourdes a comprar un poco de cocaína y marihuana. Eso es lo que yo consumía. Volví a la casa mal, entré al baño, me enlaguné”. Un año después de esa recaída vive en una casa de actores en el norte de Bogotá, un hogar de paso que comparte con 12 ancianos amables y algo despistados que caminaban de aquí para allá o tomaban una siesta después de almuerzo, mientras María Eugenia Dávila contaba su historia, que es la misma de la televisión colombiana.
— Yo nací en este medio. Me crié en este medio.
— ¿Desea volver a actuar?
— Sí. Estoy en eso, hablando con muchas personas para ver si me pueden dar un papel.
Los talentos de una actriz y la suerte de una directora
Veintisiete años antes Camila Loboguerrero, directora de cine y televisión, estaba finiquitando su exhaustiva y extensa investigación sobre María Cano. Regresaba de Medellín a reunirse con Beatriz Caballero y Felipe Aljure para definir el guión y los actores de la película que Focine produciría, y que le había costado más de un dolor de cabeza, “tuve que empeñar hasta mi casa para filmar esa película”, cuenta Loboguerrero. Agrega que “en esos años la inestabilidad política hacía más difícil aún hacer cine en Colombia, y sólo se producían dos o tres películas por año”.
En medio de un mar de inconvenientes Camila Loboguerrero estaba segura de una cosa: no había ninguna actriz con las condiciones y el parecido físico para personificar a “La flor del trabajo” además de María Eugenia Dávila. Una vez que comenzó la filmación de la película, que contó con la actuación de Frank Ramírez, Maguso, Diego Vélez y Talú Quintero, entre otros, corroboró su certeza. “Cuando la vi actuando me pareció ver a María Cano, los mismos gestos, el tono de voz, los ademanes… fue increíble su papel”.
Solo un detalle les costó trabajo, se trataba de la forma de caminar. “María Cano caminaba con pequeños pasos, como saltitos…”, explica Loboguerrero, “así que con ella [Dávila] trabajamos ese tema en los diferentes lugares en los que grabábamos”.
Aunque el rodaje de la película tardó unos tres meses, tiempo relativamente breve, el itinerario previsto por la producción era exigente: paradas en El Espinal, Gualanday, Salamina, Sevilla, en municipios de la Sabana de Bogotá y algunos pueblitos de Antioquia. El ritmo demencial de grabación parecía a veces enloquecer a todos los que participaban del proyecto. Por lo que era vital, y sobretodo necesario no perder mucho tiempo grabando las escenas ni olvidando los libretos. Urgencias que María Eugenia Dávila dominaba por una cualidad que, a pesar de ser indispensable, ella rebasaba sin esfuerzo: “Su capacidad de decir la línea era impresionante, no se le olvidaba nada”, comenta Aljure.
De ahí que directora y protagonista trabajasen de nuevo en la serie ‘Cartas a Julia’, ensayo de historias cortas que fue bien recibida en la televisión del país. Agrega Loboguerrero: “Hubo un papel en el que siempre la quise ver, fue en la película ‘Ilona llega con la lluvia’, el papel que hizo Margarita Rosa de Francisco. Ese personaje era para María Eugenia”. Cuenta que hace unos años planeó realizar un documental sobre la vida de mujeres que se llamasen María Cano, “encontré una en Riohacha, que fue quien me inspiró la idea, luego busqué a María Eugenia, pero no la encontré, estaba perdida”.
“Lo llevo en la sangre, señor”
María Eugenia Dávila comenzó su carrera como actriz desde muy pequeña en ‘Tele Bolito’. Tendría unos cinco o seis años cuando una mañana de 1955 fue con su padre a una audición en la programadora de Carlos V. Quintana. Faltaba alguien para el papel de la hija del protagonista de la serie, así que Quintana se quedó mirándola y sin más le lanzó la pregunta “¿tú podrías?”.
—Yo le dije, recuerdo bien, “yo soy actriz, lo llevo en la sangre”.
Así, sin más qué preguntar ni decir fue su debut en la televisión colombiana. “Luego hice varios programas infantiles, incluso hice un programa sola, con mi fantasma y todo… que dirigía Alicia del Carpio”. Cuenta, mientras entramos a la sala de la casa de actores, pues ya tomó aire y algo de sol y quiere algo de silencio. Toma asiento mientras pregunta en qué parte de la entrevista vamos. En sus inicios como actriz en la televisión, le contesto. Como si despertase de un sueño leve hace un ademán de complacencia y pide un café negro a una de las señoras que trabaja como ama de llaves.
—Perdóneme doña María Eugenia, le contesta la mujer en un tono cercano y condescendiente, pero no hay.
—Pero yo quiero mi café ya. Hace media hora lo pido y siempre pasa lo mismo.
La mujer se predispone por un momento, como quien está por perder la paciencia. Respira hondo y fuerte, y le dice en tono de advertencia: “¡María Eugenia, no empecemos otra vez por favor…!”.
Mientras busca otro cigarrillo cuenta que sus abuelos tuvieron un grupo teatral, ‘Compañía Cardona’, que entre 1888 y 1935 recorrió la Gran Antioquia. Con su abuela, ‘Mama Rosa,’ y su madre, Lilia, vio la primera transmisión de televisión del país, en julio de 1954. Diez años después empezó a hacer teleteatros con Bernardo Romero Hoyos, “mi único maestro que me enseñó a actuar... por esos años actué con Vera Quintana y Miguel Ayuso en mi primer teleteatro, Yerna”.
María Eugenia Dávila se arregla su pelo café que ella misma alistó en la mañana, al igual que su maquillaje y el vestido negro con el que está ataviada. Después de unos segundos de pausa nos dice en un tono apenas perceptible pero claro y sin tropiezos: “Es que me faltó un poquito de los patrones que conforman al ser humano”.
Un actor es una persona que no te escucha a menos que estés hablando de él
“A mí me gustan los personajes que tengan un propósito, tal como lo tenía María Cano en la película, o María Consuelo, en Señora Isabel”, explica María Eugenia Dávila. Su personaje en ‘Señora Isabel’ fue polémico y marcó un punto alto en su carrera, asimismo abrió la puerta para temas que se consideraban tabú en las telenovelas colombianas, “es que una mujer que muere de sida, y que era fregada con los hombres no era fácil de hacer”. De hecho, los papeles que más cuestan son los que más disfruta, como su papel de Manuelita Sáenz, su personaje en ‘Un Ángel de la Calle’ y otras actuaciones que la convirtieron en una figura relevante en la televisión y el cine del país. “Una mujer que lo tuvo todo, fama, dinero, talento, belleza”, comenta Jorge Alí Triana, quien la dirigió en la película ‘Tiempo de Morir’, adaptación de un guión escrito por Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes.
A esta suma de talentos y de dones se opone la imagen de diva irritante, tal como la recuerda Frank Ramírez, “una mujer francamente insoportable, sus ínfulas de diva, sus vejaciones y esa maldita costumbre de acabarse las botellas de licor fue algo que no aguanté”. Lo decía, claro, por la disciplina y el cumplimiento que lo caracterizaron como actor, pues no podía sino sorprenderse por los desplantes que tuvo con varias personas, algunas veces familiares, “Camila [Loboguerrero] organizaba cenas en su casa y nos invitaba a los dos [Dávila y Ramírez] para que nos hiciéramos amigos, pero no pude, y creo que hasta le rompió más de una vajilla a Camila”.
Por su parte, Francisco ‘Pacho’ Nordem, fotógrafo y actor que trabajó con María Eugenia Dávila en varias producciones, contó que “el problema no es que le hubiese o no tenido paciencia, sino que me caía literalmente gorda esa señora”. Agrega que “bueno, ella tuvo una niñez horrible, pero ¿quién no tuvo una niñez dura?”
Frank Ramírez sintetiza su opinión: “En la televisión y el cine habían dos mujeres insoportables: Amparo (Grisales) y María Eugenia”.
Realidades que se entrecruzan para ir formando un retrato formado de recuerdos y discrepancias que María Eugenia Dávila tuvo con sus compañeros de profesión, pues Beatriz Caballero, asegura que “era una mujer hermosa, no sólo física, sino en todo el sentido como persona”, una opinión similar dio Lisandro Duque, quien antepone su talento a sus problemas personales: “Yo la acompañé a una de sus clases como maestra de actuación y pude comprobar esa virtud de quien enseña con sencillez y placer”.
Las horas largas, la vida breve
María Eugenia Dávila hace pausas cortas y largas de forma intermitente mientras nos cuenta que quiere pedirle perdón a su hijo, asegura que está despertando de un mal sueño y que en ese llenar de vida sus días lee en las tardes, mientras que en las mañanas hace yoga y algunos ejercicios. Por estos días está entusiasmada con una biografía que escribió Fernando Charry Lara sobre el poeta bogotano José Asunción Silva. Se detiene un momento y sube hasta su cuarto, trae el libro sobre Silva y otros que le han prestado en la casa.
—Mira, esta frase me gusta mucho sobre Silva: “Como sueña a la muerte mientras se vive”.
—¿Qué otra cosa está leyendo? —le pregunto.
—Pues este de Borges (‘Historia de la Eternidad’), cuando era niña leía muchísimo y cada que estoy aburrida me pongo a leer… es la mejor compañía. En mi época se hacía literatura, se escenificaba, yo hacía dramas ingleses. Recuerdo mucho el papel que hice junto con Julio Cesar Luna en ‘Romeo y Julieta’.
— ¿Qué le parece la televisión de ahora?
—Cada vez que la veo siento que traicionaron nuestro trabajo. Que le entregamos demasiado al trabajo personas como Judy Henríquez, Vicky Hernández, Consuelo Luzardo, Carlos Muñoz… y mira cómo está ahora.
Cuando en el 2010 regresó a la pantalla chica en ‘Amor en Custodia’ se tomó su papel como un regreso triunfal, como la vuelta de una diva, ave fénix que resucitaba después del calvario del alcohol. Pero no fue así. Recayó, según contó en la entrevista a El Tiempo: “La depresión. Necesitas sacarte de la cabeza los rencores, los odios, el resentimiento, miles de cosas que empañan la vida”. Hasta que llegó al límite de durar una semana en cuidados intensivos. Y si lo vemos con algo de neutralidad, es una especie de milagro que esté contando el cuento.
I like to Rolling Stone
En 1967 se vinculó con Esteban Pools en una compañía en el teatro Colón, luego hizo una gira por Centroamérica, pero los resultados no fueron los esperados. En Costa Rica el grupo no aguantó más y María Eugenia Dávila se fue a México a buscar suerte. “Allá estaba un director conocido mío, Jaime Velásquez, uno de la compañía era mi novio, iba a fiestas con los grandes actores de entonces”. Pedro Armendáriz, Carlos Bonavides, Anita Blanch, Alpha Acosta y otros fueron sus compañeros de tertulias en las noches en que actuaba junto con la compañía en algún teatro del DF. “Llevaba una vida muy hippie, trabajaba con un grupo de diez amigos, incluso me rapé la cabeza como en el 70”.
“Fue una época en la que vivíamos a toda prisa, la ciudad, la frontera, los gringos que iban y venían, los ácidos… bueno, fueron los años setenta”.
—El himno de la década fue ‘Satisfaction’ de los Rolling Stones.
—Sí, y de hecho a ellos los conocí en México, como en el 71.
—Dónde los vio, le pregunté.
—Ah, en una discoteca, pero no cualquier discoteca. Y pude saludarlos.
— ¿Les dijo algo?
—Sí, pero eso no te lo voy a decir.
Así es y así se queda
María Eugenia Dávila le pide a la fotógrafa que le deje ver las imágenes. Hace pucheros, ordena que le muestre más, a medida que las observa su rostro toma un matiz de molestia, se irrita y dice que no le gustan las fotografías. Alega que sale mal, que el vestido no aparece, que hay poca luz y que quiere que tomen otras. Después de una pausa de silencio se acerca y nos dice que quiere volver a actuar. En parte porque es lo único que sabe hacer y porque lo necesita. “Ahora que estoy más adulta, quiero llenarme de vida y quiero estar bien”.
Me queda una duda y le pregunto qué sucedió con Escobar en el hotel Intercontinental de Medellín, sonríe y aclara que “fui tajante con él, lo saludé y ya. Estaba muerta de miedo, claro. Pero con la gente que no me da confianza soy así, qué le hago”.
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Vie, 28/06/2013 - 01:01
Acababa de regresar de la terraza del hotel Intercontinental en Medellín, después de haber hecho un café concierto en el que escenificó una comedia de Noel Coward. En medio de los vítore