En un centro comercial en el norte de Bogotá, un alemán sale del banco con cinco millones de pesos. Desconfiado por la transacción, saca el montón de billetes y los cuenta lentamente asegurándose de que no estén pegados unos a otros y que todos sean legítimos. El hombre tiene la rapidez manual de un hombre de noventa años sin percatarse de que a su alrededor hay dos hombres con la rapidez visual de un adolescente.
Es sábado, 3:20 p.m. y el centro comercial está repleto. El alemán confía en el sitio, en la hora y en los hombres vestidos de paño que lo observan. Cuando se dispone a guardar el fajo de billetes en el interior de la chaqueta, uno de los observadores se acerca al extranjero y le cuenta que en días anteriores se había efectuado un robo en la entidad bancaria de donde había salido, por lo cual necesitaban revisar la serie de los billetes para asegurarse de que los números no correspondan al dinero robado. El alemán entrega sus cinco millones y observa a los hombres alejarse. Espera no meterse en problemas con las autoridades nacionales por una simple transacción.
Durante media hora el alemán aguarda sentado la aparición de los supuestos agentes y luego busca a un guardia de seguridad del centro comercial. Asegura no ser un ladrón y que si, hizo algo ilegal, fue por ingenuo y extranjero. El guardia lo mira como quien mira a un niño y le dice que los ladrones son los hombres vestidos de paño que le pidieron el dinero.
En otro centro comercial, durante la temporada navideña de fin de 2011, una mujer y dos hombres entran a una tienda de ropa. Una de las mujeres sostiene una bolsa de papel grueso marcada con el logotipo de una marca reconocida. La vendedora sonríe a la cliente y le muestra la nueva colección, piensa que está sola. La cliente pide un saco color aceituna que no está dentro de las prendas exhibidas y ve alejarse a la vendedora a la bodega para traer la prenda.
Los dos hombres, que supuestamente no conocen a la recién llegada, distraen a la cajera. Mientras tanto, la mujer abre la bolsa de cartón que trajo consigo y guarda una chaqueta y un pantalón. Todas las prendas tienen el dispositivo de seguridad que suena cuando cruza el detector de metales. Cuando llega la vendedora apenada por no tener el color del saco solicitado, la clienta la mira con una sonrisa y agradece, luego se marcha del local sin que el detector se active y al poco rato se encuentra con sus cómplices en la puerta principal del centro comercial. Han logrado su cometido por segunda vez. Ya habían robado ropa de otra tienda en días anteriores sin que los aparatos de seguridad detectaran los dispositivos de seguridad.
Dos semanas después la misma mujer entra a otro local seguida de sus cómplices. Las cámaras de seguridad del centro comercial ya la tenían identificada ante los reclamos de los locales afectados. Como en las ocasiones anteriores, entró a otra tienda, pidió una prenda de color extraño y los hombres distrajeron a las vendedoras. Cuando salió con el triunfo del robo a cuestas en la misma bolsa de cartón que traía las veces anteriores, fue detenida junto con sus cómplices por cinco agentes de seguridad y conducidos a la administración.
Al ver la bolsa, encontraron que estaba forrada con quince capas de papel aluminio adherido con cinta para evitar que los artículos robados sonaran a la salida. Este es el método más reciente de hurto conocido por los jefes de seguridad en los establecimientos.
Cuando es capturado un ladrón por las cámaras de seguridad se le abre un proceso si la víctima demanda. Según Liliana Romero, jefe de seguridad del centro comercial Gran Estación ubicado en el occidente de la capital, el 80 por ciento de las personas que son atracadas no demandan por miedo a represalias por parte de los ladrones, o porque consideran que están perdiendo el tiempo.
Hace cinco años Gran Estación tiene identificados más de 300 delincuentes en un listado con fotos, nombres y cédulas. Todos los centros comerciales están conectados para evitar que sigan sucediendo los atracos y se reúnen periódicamente los jefes de seguridad para intercambiar información como rostros de los delitos, nuevas modalidades de robo y formas de fortalecer la seguridad.
Los lugares más vigilados en las cámaras son las plazotes de comidas, donde ocurren la mayoría de robos.El ladrón no es el hombre mal vestido con rostro de maldad sino personas con ropa de oficina que llegan en carros y cargan celulares de última tecnología. También jóvenes que parecen universitarios, preadolescentes y mujeres embarazadas. En los centros comerciales, dependiendo del tamaño, trabajan entre cincuenta y cien personas en el área de seguridad, distribuidos entre guardias, porteros, agentes vestidos de civil y equipo de monitoreo de cámaras.
Según el supervisor de Unicentro, en el norte de Bogotá, la mayoría de hurtos se presentan en las plazoletas de comidas por descuido de los comensales. Los delincuentes llegan en grupos, no piden nada y se sientan en la mesa aledaña a la de la víctima. Entre ellos fingen hablar pero mientras hacen la pantomima de una conversación, esculcan los sacos y bolsos colgados en los espaldares de las sillas.
Como los centros comerciales tienen voluminosos álbumes fotográficos con imágenes de los ladrones.“Cuando los encontramos con objetos ajenos, nos dicen que si no fuera por los ladrones, la policía no existiría. Como las víctimas no demandan vuelven a las dos semanas, se burlan de nosotros y siguen delinquiendo” Afirma Liliana Romero mientras mira las cámaras de seguridad.