La primera vez que a Ava le partieron el corazón acababa de cumplir nueve años y vivía con su familia en una vereda a las afueras de San Cristóbal (Venezuela), muy cerca de Cúcuta, casi en la frontera con Colombia. A los once años, se paraba frente al asador cuando acababan de sacar una carne y se aruñaba los brazos con las puntas filosas del metal caliente. A veces recogía las brasas todavía anaranjadas con las manos. Siempre andaba con llagas en las manos, lo que no le permitía ayudar mucho en las labores de la casa. Dándoselas de perezosa, nadie se enteró de que tenía el corazón roto y que podía llorar sin que le salieran lágrimas.
Siempre fue muy grosera y mal hablaba, cuando le daban alguna orden no respondía y levantaba los hombros como si no fuera con ella. Su papá la desnudaba y la mojaba, y luego metía un lazo lleno de nudos en una alberca para pegarle en todo el cuerpo y que el dolor fuera aún más insoportable. Con cada golpe que el hombre le daba, Ava reaccionaba cubriéndose el cuerpo con las manos, y cada vez que lo hacía, él la castigaba más por no estarse quieta.
Tenía once años cuando se fue de su casa a vivir con su madrina. Después se mudó a Bogotá y todavía era una adolescente cuando quedó embarazada de su primer hijo. Al poco tiempo entró a la universidad a estudiar filosofía, y estando allí comenzó a investigar sobre el dolor que le fascinaba padecer. Inicialmente sentía que estaba enferma. Ya en la universidad encontró más gente como ella y entendió que no estaba sola. Muy pronto se apropió de un rol dominante y en su vida cotidiana comenzó a tratar a los hombres con desdén.
Una vez terminó la universidad, Ava viajó una temporada a Argentina para aprender a ser una buena dominante. Empezó como sumisa y fue bautizada: Ama Claudia. Así fue como Ava dejó de existir. Cuando volvió a Bogotá alquiló un apartamento enano en Chapinero y comenzó a practicar el BDSM (Bondage Dominación Sumisión y Masoquismo). Luego alquiló una casa en el barrio San Fernando a la que convirtió en su mazmorra y desde donde domina sumisos y esclavos hace seis años. La mazmorra comenzó a mantenerse a punta de los tributos que le daban quienes llegaban a su fábrica de las fantasías, y mientras tanto el Ama Claudia tenía diferentes trabajos para mantener a su hijo.
Cuando trabajaba en una compañía que vendía máquinas, un día llegó un hombre de menos de cincuenta años a cotizar una máquina de coser. Tenía una apariencia tímida y apretaba una agenda entre las manos. El Ama Claudia, quien siempre ha creído que todos los hombres tienen la fantasía de ser dominados por una mujer, se olió una actitud sumisa y le contestó: “¿Se espera un poquito, viejito cacrequito?” El hombre se rió y esperó. Después se convertiría en ‘Solomeo’, el esclavo del Ama Claudia.
El día en que el Ama quedó embarazada por segunda vez, le dijo a Solomeo que si su bebé era un hombre, Solomeo sería su esclavo, y si era una mujer, ella sería su ama. Nació una mujer que creció en una casa donde nunca fue un secreto que su mamá era dominatriz, y desde que era adolescente comenzó a ser entrenada por su madre para que también fuera un Ama. Cuando cumplió quince años el Ama Claudia le dijo que Solomeo iba a ser su esclavo, y cuando cumplió dieciocho años le hizo entrega formal de su esclavo, que la joven volvió a bautizar como Mario.
Cuando Mario se queda en la casa del Ama Claudia, duerme a los pies de la cama de la joven que es su Ama, le tiene la cama, organiza su cuarto y le dobla la ropa. En la casa siempre viste un costal con calzoncillos debajo, y cuando está en la mazmorra solo lleva puesto el costal. Se trata de un hombre que tiene unos sesenta años y es muy pudiente. Se entregó al Ama Claudia por el resto de su vida, y como parte de la humillación a que es subyugado, el Ama se lo regaló a su hija y sabe que estará con ellas hasta el día que se muera.
En total, el Ama Claudia recibe a casi treinta sumisos que pagan las sesiones con tributos que dependen de cuánto puedan dar cada vez. También lo hacen en forma de productos de limpieza, o un pedazo de carne que preparan al almuerzo. Algunos pagan por el uso de lockers donde guardan la parafernalia que no pueden llevar a sus casas. El Ama no se está enriqueciendo con la mazmorra, y se gana la vida vendiendo productos Yanbal, con un negocio de tatuajes y piercings que tiene con su hijo al lado de la mazmorra y próximamente con una cancha de fútbol cinco que está construyendo. Tiene su propia casa a pocas cuadras de la mazmorra, donde algunas veces van sus sumisos con fantasías de empleada a organizar y limpiar. No los está explotando; contrario a lo que pueda creerse, esta gente siente placer al ser humillada. Vestirse con un delantal y ponerse a barrer y a sacar la basura es para ellos una fantasía.
A pesar de que el Ama Claudia es la reina abeja del BDSM en Colombia, no vive la vida como quisiera hacerlo. Desearía poder gritar y dar órdenes en la calle, y sacar a “su perrita” (una de sus sumisas, una señora de cuarenta años con piernas de hierro) al parque. Incluso, aunque en su casa siempre se haya sabido lo que hace, debe disimular frente a su hijo, quien una vez se horrorizó cuando el ama mandó a uno de sus esclavos vestido de empleada a sacar la basura a la calle. Su hijo y sus amigos lo vieron desde el local de tatuajes. Luego, el joven le pidió a su mamá que fuera más discreta.
Otra limitante que tiene su estilo de vida es el amor. La última vez que el Ama Claudia se enamoró fue de un oficial de la policía que estaba casado. Tuvieron un romance de seis años, y eventualmente el Ama le terminó porque sentía que él era muy dominante, casi más que ella misma. Hace doce años está soltera, y aunque siempre tiene alguna aventura, no es promiscua y tampoco ha vuelto a enamorarse. Para ella sería más fácil enamorarse de una mujer. Dice que no se siente femenina y cuando una mujer se arregla y es sensual esto la excita mucho. A los hombres los quiere tener a sus pies “como gusanos”.
El Ama Claudia puede enamorarse de una persona honesta, leal, perseverante, constante y con una bonita sonrisa. Pero prefiere seguir sola porque no soportaría tener que estar dando explicaciones y no cree que alguien pueda acostumbrarse a su estilo de vida. A pesar de esto, se imagina a una persona sumisa, inteligente y profesional. Le llueven los esclavos que quieren entregarse a ella, pero ninguno con plata para mantener la mazmorra. Muchos asumen que es rica y poderosa, y el Ama aún tiene preocupaciones mundanas como temerle a una enfermedad sin tener seguro médico, o su miedo a los ladrones y a las deudas. Pero nada la desvela, y cinco minutos después de apoyar la cabeza en la almohada se queda dormida.
Algunas veces ha mezclado sus emociones en las sesiones con sus sumisos y sus esclavos, y es que el Ama Claudia es de carne y hueso. Es tan llorona que no es capaz de ver telenovelas y a veces llora con los cuentos de la gente. Se ha convertido en una especie de guía espiritual. Le interesa que quienes sesionan con ella se conviertan en mejores personas, y muchas de las tareas que les pone son pensando en cómo hacerle el bien a cada uno. A su esclavo a quien llama ‘El Gusano’, después de que le ordena que se acueste en el piso, le pisa la cara con las botas y lo pone a lamerle las suelas, el Ama lo manda a comprarse zapatos de cuero y un traje para que se vea más presentable cuando lo inviten a cualquier reunión social. ‘El Gusano’ es un hombre muy tímido al que el Ama quiere fortalecer.
El ama Claudia oye a su gente prestando mucha atención, y en muchas ocasiones los castiga por sus confesiones. Y es que en la mazmorra hay leyes inquebrantables. Está prohibida la zoofilia o la pedofilia, y no se pueden consumir alcohol ni drogas. El Ama jamás ha probado las drogas, no le emociona el alcohol y ni siquiera toma café. Así como en el mundo del BDSM en general, el Ama no sesiona con alguien que llegue borracho o drogado, porque lo más importante en este juego es que todo es consensuado y si una persona no esta en control de todas sus facultades no esta en condiciones de decidir qué es lo que quiere. Aunque en su mazmorra se oigan gritos aterrorizantes, en el BDSM no hay maldad ni hay lugar para el irrespeto. La idea es que se padece lo que se quiera padecer, nadie obliga a nadie a nada. Y aunque cueste aceptarlo, a muchas personas el dolor físico les produce placer.
El Ama Claudia cree en Dios pero no va a misa. Está convencida de que Jesucristo era masoquista: “…O sino, ¿por qué se dejó hacer tanta huevonada teniendo poder? Con que solo hubiera pestañeado… y se dejó hacer todo eso”. El Ama no teme por su karma, pues lo que ella hace es cumplir fantasías y el ideal de un amo es ser amado, respetado, valorado e idolatrado por sus sumisos y esclavos que le consideran inalcanzable. Los que más gusto le dan al Ama en sus entregas se ganan un beso en la boca, y cuando el Ama Claudia besa: muerde, pellizca, araña y da palmadas.
A pesar de no discriminar y aceptar en su mazmorra a gordos y flacos, feos y más feos, lindos, ricos y pobres, peludos y calvos y toda clase de gente, se demora en confiar en todo el mundo. Primero hace muchas preguntas en un intento por descifrar la más compleja psicología y las intenciones y alcances de quienes se le acercan. Debe asegurarse de que entiende lo que cada uno quiere. Aunque la gente quiera imaginarla como una mujer todopoderosa, magnánima, de hierro y sin corazón, ella se define como una gordita bonachona y abre las puertas de su mazmorra dándole la bienvenida a los curiosos con buenas intenciones. Pero a no bajar la guardia, pues el Ama Claudia no perdona.
La reina del sadomasoquismo en Colombia
Dom, 29/07/2012 - 10:00
La primera vez que a Ava le partieron el corazón acababa de cumplir nueve años y vivía con su familia en una vereda a las afueras de San Cristóbal (Venezuela), muy cerca de Cúcuta, casi en la fro