El cura más guapo que hay en Bogotá vive a 3.152 metros sobre el nivel del mar, en Monserrate. La casa que habita tiene la mejor vista que debe haber en todo el país. Usa unos binoculares viejos y dañados con los que espía a la capital desde las alturas, y una buena cámara fotográfica con la que le toma fotos a la luna. Vive solo. No parece un cura, y quizá me equivoque al pensar que los curas tienen cara de curas, pero monseñor Pulido, con sus dientes blancos impecables -casi una sonrisa Colgate-, su chaqueta Tommy Hilfiger de invierno y su hablado típico de la clase alta bogotana, de ese que ya casi no se oye, parece cualquier cosa menos cura.
Sube caminando a Monserrate al menos una vez por semana, y mientras en promedio una persona se demora alrededor de una hora y quince minutos, monseñor lo hace en 35 minutos. A veces sube dos veces a la semana. De sus 58 años, lleva 33 ordenado como cura. Es muy consciente de ser un servidor, un simple administrador de los bienes de Dios que a veces no logra quedarse dormido por estar pensando cómo pagará las deudas del santuario.
Jack está entrenado para atacar. Para que no lo haga, monseñor debe presentarle a sus invitados.
Las hermanas de monseñor Sergio Pulido Gutiérrez dicen que cuando era un niño jugaba a bautizarles las muñecas vestido con un abrigo de su mamá que lo hacía sentir como si tuviera puesta una sotana. Luego de la ceremonia festejaban con Coca-Cola y ponqué Ramo. Desde que se acuerda ha querido serle útil a la humanidad. Eso, más la influencia de una familia muy creyente y el ejemplo del sacerdote del Colegio Parroquial de Nuestra Señora, en el barrio Quiroga, fueron los motivos por los que en 1974 entró al Seminario Mayor de Bogotá con la idea de ser sacerdote.
“La vocación es un misterio, por más razonamientos e inteligencia no logro explicarlo”.
Quizá porque no creo en Dios, no me explico las formas en que funciona la Iglesia Católica y no puedo dejar de preguntarle sobre el celibato. Me pregunto si es posible que un hombre tan guapo, de casi 60 años, sea virgen. Monseñor asegura que cuando era joven se enamoró varias veces de sus vecinas del barrio, que hoy son sus grandes amigas, pero nunca tuvo novias. Define el celibato como una forma de vida, una disciplina, una ley eclesiástica, y confiesa no estar de acuerdo con dicha práctica de la Iglesia Romana Occidental Católica, que fue impuesta por el emperador Constantino a principios del siglo cuarto cuando se volvió cristiano y determinó que esa sería la religión de todo el Imperio Romano. Aclara que un nuevo Papa podría replantearse el asunto y esto podría cambiar.
“El celibato es una manera de decirle al mundo: ‘Oiga, el matrimonio no es lo último’. Hay otros valores más trascendentes y sagrados que el matrimonio. No es que yo esté en contra del matrimonio, no. Y pensándolo bien, yo no sé si serviría para estar casado. ¿A qué horas atiendo a mi señora y a mis hijos si vivo en una entrega total a Dios? Yo voy a ser sacerdote toda la vida. El Papa, por ejemplo, ¿a qué hora va a tener señora? ¡O buen Papa y mal marido, o buen marido y mal Papa! El celibato es vivir, desde ya, una realidad que será la eterna”. Y ya es suficiente sobre el tema, monseñor no quiere hablar más sobre celibato.
Solo los últimos 300 metros de Monserrate son propiedad privada del clero de Bogotá.
Mientras conversamos se deja distraer por un anillo que llevo puesto: una culebra de oro que es una réplica precolombina. ¿Y qué le ha llamado la atención? Es imposible pretender que un cura vea una culebra y no vea una metáfora y un símbolo. Pero esta vez se equivocará, porque en este caso mi culebra simboliza la vida.
He llegado hasta Monserrate, por primera vez, porque cuando descubrí que monseñor vive allí arriba completamente solo, quise conocerlo. Normalmente se queda solo, en ocasiones muy especiales se queda en la casa algún empleado, y a veces lo acompaña una de sus hermanas. Vive solo porque no es un religioso, y es que son los religiosos quienes viven en comunidad. Una de las características del sacerdote diocesano es que vive solo. Monseñor rara vez almuerza con sus empleados, solo en ocasiones especiales, pues estos tienen una hora de almuerzo fija a la 1 de la tarde. Además porque quiere darles libertad y darse a sí mismo un momento de respiro.
–¿Qué jartera almorzar con el jefe?
–¡Exacto! Yo sé que me quieren, pero tampoco para que esté todo el tiempo ahí con ellos. No es que yo me sienta superior a ellos, es por cuestiones más prácticas.
Además de los casi 100 empleados que trabajan en Monserrate, en su casa tiene tres empleadas. Una se encarga de la cocina, otra de la lavandería y la otra para el resto de la casa que tiene varias habitaciones con las camas tendidas para que no llegue nadie a dormir. Por la decoración es obvio que quien habita la casa es alguien de una profunda fe. Hay cuadros y estatuas religiosas, y algo en los colores de las paredes, el piso de madera y los estampados de los muebles me hace pensar en una iglesia. Su única compañía constante es un pastor alemán de un año que se llama Jack. El perro vive dentro de la casa, en un intento por protegerlo del fin que sufrieron Mikos, Luna y Bruno, sus tres perros que fueron envenenados como represalia a las que al fin y al cabo son sus responsabilidades.
Esta es la habitación de monseñor Sergio Pulido en Monserrate.
Cuando el Arzobispo lo nombró rector del santuario, en agosto de 2011, el camino que lleva a él estaba cerrado hacía 3 años porque fue necesario hacerle mantenimiento debido a deslizamientos. Para evitar accidentes el distrito resolvió arreglar el camino. Hubo un acuerdo entre el Alcalde de Bogotá y el Arzobispo y cada uno arregló su pedazo. Al santuario el arreglo le costó 1600.000.000 de pesos. Lo primero que le pidió el arzobispo fue que abriera el camino cuanto antes y monseñor cumplió con esta orden en noviembre 17 de 2011.
El Vaticano no le da dinero, es al contrario, se espera que él les mande dinero para sostener las obras de la curia. Históricamente y más que en cualquier parroquia, son los peregrinos quienes aportan dinero. Monseñor solo se queda con lo que necesita para el santuario, obras y sus empleados, y tiene un sueldo de dos salarios mínimos. Esto, asegura monseñor, es lo que gana todo el clero de Bogotá.
Antes de abrir el camino se preguntaron, con la alcaldía, qué hacer con los vendedores ambulantes, que –en gran parte- fueron quienes más deterioraron el camino con sus basuras y el mal uso del agua, por ello el distrito desalojó a varias personas. A monseñor le tocaba hacer lo mismo en su pedazo del terreno -que son los últimos 300 metros de propiedad privada- para evitar que cualquier vendedor volviera a establecerse. En diciembre del año pasado le envenenaron sus tres perros, y todo apunta a que fue una retaliación de los vendedores a quienes no dejó restablecer en el camino. No puede acusar a nadie en particular, pero todo apunta a que fue una retaliación.
El santuario del Señor de Monserrate tomado desde la cima del cerro.
Ese día monseñor terminó la misa del 24 de diciembre a las 10 de la mañana y bajó con los perros moribundos por teleférico. Cuando llegó a su camioneta en la estación ya se habían muerto.
“Si tienen algo en contra mío, si es contra mí, ¿por qué no me hacen un ataque personal, y yo me defiendo?”
Además encontró un sufragio debajo de la puerta. Un anónimo, una amenaza. Por eso debe tener mucho cuidado y es la razón por la que Jack está entrenado para atacar si así se lo ordena su amo.
“Yo tengo todo el derecho legal de decir: Afuera. Es como si entraran a tu casa a hacer un negocio. Un momentico, aquí solo entra el que yo quiera”.
Es imposible dejar de referirme al episodio de la ira santa de Jesucristo en la Biblia.
“Para mí es un conflicto el que el santuario es un lugar santo y sagrado de experiencia de Dios, un lugar para el encuentro con Dios. Y sin embargo alrededor del santuario hay tanto comercio. Yo sé que en todo el mundo, alrededor de un santuario siempre hay actividad comercial. Yo quisiera favorecer ese santuario de esa situación, como Jesús: ‘No convirtamos en una cueva de bandidos, de negociantes, un lugar sagrado’. Yo no puedo hacer nada por mí mismo contra esos vendedores, es más, el señor cardenal tampoco quiere que los saquemos. Hombre, hagan su comercio de forma limpia, aseada, con elegancia y respeto a los clientes sin cobrarles más, con normas de higiene. Que las cumplan, y si no lo hacen el distrito los sacará como ha sacado a algunos. Jesús cogió un rejo, les volteó las mesas y los sacó de allí. El celo por la casa de Dios. Uno no puede convertir la casa de Dios, casa de adoración, en una cueva de bandidos. Celo o ira, para mí es más que todo celos. Los celos son cuando amas tanto a una persona que la proteges y no quieres que se pervierta, que se dañe, se corrompa o cambie de sentido. Si es una casa de adoración, me la respetan. A mí no me vengan a vender nada aquí”.
Monseñor está pensando en comprar binoculares nuevos pues los que tiene -que heredó de su familia- están dañados.
Supongo que se precisa carecer completamente de cualquier tipo de vicio para ser el Monseñor de Monserrate. Monseñor asegura que en lugar de vicios tiene hábitos. Come muy bien, hace mucho ejercicio (le fascina caminar) y dice que duerme bien, aunque se acuesta a las 11 de la noche y se levanta a las 4 de la mañana, y además solo tiene una semana de vacaciones al año y otra para retiros espirituales. Durante toda su vida ha procurado ser sabio. “El sabio es quien vive como Dios quiere, el que descubrió su voluntad”. Dice no tener inseguridades y asevera que su único temor es el padecimiento antes de la muerte, pues a la muerte misma no le teme. Y es más, dice estar más interesado en la vida después de la muerte que en la vida misma.
¿Y qué piensa de la vida diaria el hombre con el cargo más alto de la diócesis?
–Un libro.
–La Sagrada Escritura.
–Una canción.
–Imagine, de John Lennon.
–Un trago.
–Vino, me encanta, me fascina el vino tinto. El buen vino, no un vinagre.
–Álvaro Uribe Vélez.
–Autoritario.
–Juan Manuel Santos.
–Pusilánime
–Procurador Ordóñez.
–Fanático.
–Madonna.
–Exagerada, sobreactuada, eso ya raya en la extravagancia.
–Colombia.
–Es mi patria, mi terruño, aquí moriré. Yo sirvo a mi iglesia pero mi iglesia es parte de una nación y yo la amo entrañablemente. No me iré de Colombia nunca, nunca, nunca.
–El diablo.
–Permíteme darle otra denominación: el espíritu del mal. El diablo rojo y con cachos es una figura mal hecha, ¡es más grave! La fuente de maldad, el origen de todo mal y lo que nos lleva a desviar el sentido. Satán. No es un ser, es una situación.
–Homosexualismo.
–Es un tema muy delicado, de mucho cuidado. Depende de cómo se llegue a ser homosexual, hay dos formas: una que es la perversión, por decisión casi que propia. El otro es un problema genético, una condición natural, nació así. Está mal, no es natural. No quiero hacer juicios de valor equivocados. Hay que saberlos ayudar para que vivan adecuadamente el homosexualismo con castidad. Se tiene que tener un control de esa condición. Es un tema muy delicado desde el punto de vista moral y social. Qué realidad tan complicada, y sobre todo cómo la maneja la sociedad hoy en día.
–¿Al homosexual hay que ayudarlo?
–Hay que prestarle un servicio. Yo ni los condeno ni los excluyo.
–¿Los homosexuales son bienvenidos en la casa del Señor?
–Todos. Y ojalá vengan todos para que podamos tener algún proceso que ayuda a corregir.
Hacia la una de la tarde recuerda que debe dar una misa, y levanta el teléfono para pedirle a otro cura que le haga el favor de hacerlo por él, pues “una periodista lo tiene secuestrado”. Una hora más tarde nos invitará a tomar agua de panela con queso campesino y unas rodajas del pan que preparan en el restaurante del santuario. Se disculpará por no habernos preparado almuerzo, pues como no confía en los periodistas, jamás se le ocurrió estar con nosotras más de una hora. Nos sentaremos en una mesa de doce puestos -en la que normalmente monseñor se sienta solo, en la cabecera- mientras él se come un pescado con papas fritas y ensalada. Yo quisiera que el tiempo se detuviera para siempre, o poder teletransportarme para evitar los otros cinco minutos más largos de mi vida colgando de un teleférico -del tercer mundo- que tiene 90 años.
@Virginia_Mayer
La ira santa del Monseñor de Monserrate
Jue, 24/10/2013 - 16:01
El cura más guapo que hay en Bogotá vive a 3.152 metros sobre el nivel del mar, en Monserrate. La casa que habita tiene la mejor vista que debe haber en todo el país. Usa unos binoculares viejos y