Fotos: Isabella Bernal.
Dos años atrás, cuando cursaba el penúltimo semestre de ‘Realización de Audiovisuales y Multimedia’ en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, Diana Sánchez estaba viendo una materia llamada ‘Producción de Efectos Especiales’, dictada por el profesor Erick Suescún. Dentro de los trabajos que debía realizar estaban las diferentes técnicas de maquillaje correctivo, heridas con látex y tintes, manejo de armas, compuestos y diferentes tipos de moldes del cuerpo para extraer máscaras de los mismos. Uno de los trabajos que debía entregar para la nota final de la materia era elaborar un molde completo de su mano con látex.
El miércoles 27 de octubre de 2010 no pudo ir a la clase en la que explicaron cómo hacer moldes de yeso odontológico. La realización del molde debía llevarse a cabo por partes, una de las cuales era hacer un molde de la cara con bandas de yeso y con alginato (que es un producto odontológico usado para hacer moldes en negativo). Cuando se tiene el molde, se rellena con látex líquido, se deja secar y queda lista la cara. Valiéndose de videos de YouTube, hizo el molde con la cara de su hermana, y aunque logró fabricarlo, a su hermana le quedó la parte superior de la nariz inflamada durante casi una semana. Por este motivo, Diana llegó a la siguiente clase a pedirle ayuda a su profesor para así ser capaz de realizar el siguiente ejercicio sin ocasionar ninguna lesión.
El profesor Suescún, dice Diana, le respondió: “No entiendo cómo usted no puede hacer los trabajos y el resto de la clase sí”. Y se retiró del salón sin darle ninguna instrucción.
Después de haber aprendido a escribir con la mano izquierda ahora ha comenzado a hacerlo otra vez con la derecha.
El martes 16 de noviembre, mientras estaba en el apartamento en que vivía con su mamá, con la ayuda de su novio se dispuso a hacer un molde de su mano derecha. Ya que no había recibido instrucciones de su profesor, consultó con algunos de sus compañeros cómo debía llevarse a cabo el ejercicio. Pero las instrucciones que recibió eran muy generales y tuvo que volver a observar los tutoriales en YouTube.
Diana compró una bolsa de yeso que debía diluir con una bolsa de agua. Cuando estaba preparando la mezcla, notó que ésta no cuajaba y le agregó más yeso. Se untó la mano con vaselina antes de introducirla en el envase lleno de yeso para que al sacarla resbalara fácil. Rompió una botella de Coca-cola de dos litros, la cortó por la mitad y llenó el fondo del envase con la mezcla de yeso y agua. Luego metió su mano derecha en la mezcla.
De inmediato empezó a sentir que su mano se calentaba. Intento sacarla pero fue imposible, se había atorado, como si la hubiera metido en cemento.
Le pidió a su novio que la ayudara a jalar. La mano se calentaba cada vez más por una reacción química que Diana desconocía. El dolor se volvió tan insoportable que, desesperada, comenzó a golpear las paredes con su brazo tratando de romper el yeso. En vano buscaron un martillo, su novio corrió hacia donde un vecino a pedirle una segueta. Cortaron la botella e introdujeron una regleta de metal entre el brazo y el yeso para poder cortarlo sin lastimarla. El dolor era tan intenso que Diana estaba a punto de desmayarse.
Diana se ha empeñado en seguir su vida con normalidad.
Cuando lograron romper el yeso, cuatro uñas y la piel de sus dedos se habían quemado de tal forma que estaban adheridos al yeso.
Diana entró caminando al hospital convencida de que tan solo eran quemaduras de tercer grado. En una quemadura tan grave, el contacto con el aire es lo que ocasiona el dolor, no las heridas de la quemadura. Le metieron la mano en un recipiente con vaselina para calmarla. Inmediatamente llamaron a una cirujana, quien le aseguró que de haber llegado al hospital con el yeso puesto, habría perdido la mano desde la muñeca.
La internaron y comenzó a padecer todas las complicaciones que trae una quemadura seria. Sufrió Síndrome compartimental, que se da cuando la piel quemada no tiene por dónde respirar y los tejidos comienzan a oprimirse entre sí, como si la mano fuera una olla a presión.
Le abrieron cortes profundos en ambos lados de los dedos, la palma y la parte de arriba de la mano para que ésta pudiera respirar. Le hicieron otros procedimientos igualmente dolorosos. Era tan grande el dolor que ni siquiera la morfina le hacía efecto. Durante el mes que Diana estuvo internada, sin poder salir de su habitación para prevenir una infección, adelgazó diez kilos. Como su quemadura era alrededor de todo el dedo, la piel no tenía por donde respirar. Por eso la metieron en una cámara hiperbárica, que en tres días logra regenerar los tejidos como lo haría el cuerpo en un mes. A los veinte días de estar en el hospital sus dedos comenzaron a oler a podrido y a adelgazarse, y las puntas se volvieron negras. Tenía gangrena.
Algunos amigos diseñadores de moda le han confeccionado varios guantes para su mano derecha.
Entonces en el hospital le dijeron que le iban a amputar los dedos al día siguiente. A esta altura de su calvario, Diana no veía la hora de terminar con tantos procedimientos, el dolor era insoportable, no podía dormir y continuaba adelgazándose. La quemadura era tan grave que la piel no iba a volver a crecer, ni siquiera sangraba, como la carne seca. A los dos días de la amputación, le pusieron un injerto de piel del muslo en la mano.
Como todos los amputados, Diana sufrió (y aún lo hace hoy en día) el Síndrome del miembro ausente, por lo que empezó terapias con un sicólogo y un siquiatra desde que estaba en el hospital. Después de la amputación sentía que los dedos le dolían y le picaban. Sucede que a pesar de no tener dedos, el cerebro aún no se ha enterado y sigue dándoles órdenes, como si aún estuvieran. Parte de la terapia implicó pararse frente a un espejo con las manos extendidas hacia el frente, mientras repetía: “No tengo dedos. No tengo dedos. No tengo dedos”, hasta cuando el cerebro se acostumbró a la idea y dejó de sentir dolor.
Un mes después, el 17 de diciembre, le dieron de alta. Diana solo advirtió lo que tendría que enfrentar cuando volvió a su casa. Inicialmente no podía hacer nada sola. No podía bañarse, vestirse, peinarse, lavarse los dientes o cualquier tarea diaria. Algunas veces, cuando se levantaba y no había nadie en su casa, debía bajar a la portería y pedirle al portero que le recogiera el pelo en una cola de caballo. Pero desde el principio Diana asumió su tragedia con la cabeza en alto, entendiendo que de tal oscuridad, y habiendo tocado fondo, solo podía seguir hacia adelante.
Diana siempre ha mirado hacia adelante y superó su pérdida incluso antes de que lo hicieran sus padres. Le fue de gran ayuda un perrito salchicha que un amigo le regaló pocos días después de salir del hospital. Y aunque hacerse responsable por el perro representó un reto, Pincho, como lo bautizó, ayudó a que no se deprimiera. Hoy en día lo quiere como a un hijo.
Hasta hace pocos meses aprendió a amarrarse los zapatos.
Dos meses después de su accidente, a pesar de que por un momento no quiso terminar su carrera, fue animada por su terapeuta y regresó. Al volver se encontró con otra sorpresa: cuando fue a inscribir las últimas dos materias que le quedaban para graduarse, se dio cuenta de que había perdido varias materias por causa de los días que estuvo internada en el hospital.
Diana había asumido que sus calificaciones iban a ser las mismas que logró antes del accidente. Eventualmente la facultad cambió sus notas de modo que no perdiera el semestre y así pudo inscribir sus dos últimas materias. Sus profesores la ayudaron pacientemente, porque entonces todavía no escribía y no podía tomar notas. Había actividades que no podía realizar con una sola mano, así que la autorizaron para hacer algunos de esos trabajos en equipo.
Cuando Diana salió del hospital, sus papás le advirtieron que su novio podría dejarla y no debía culparlo por eso. Pero él nunca la dejó. Fue y sigue siendo su más grande apoyo. Cuando le amputaron los dedos, los médicos le aconsejaron ver una foto de cómo le había quedado la mano para que se acostumbrara a la idea antes de ver su mano real. Su novio le enseñó la foto, pues Diana no quiso que lo hicieran sus padres, quienes hasta el día de hoy no superan la pérdida. Sus amigos lloraban cuando la visitaban y no eran capaces de hablarle. Su novio, en cambio, siempre lo tomó todo con mucha calma y cabeza fría. Quizá porque él vivió junto a ella el momento del accidente.
Diana se demoró un mes antes de volver a hacer el amor con su novio, porque antes no fue capaz de desvestirse frente a él. Durante mucho tiempo no lo abrazó con su brazo derecho porque temía que él sintiera la diferencia. En cambio su novio dormía tomándole la mano y le daba besos en ella.
Con el paso de los meses, Diana fue capaz de mostrarles a sus amigos más cercanos su mano, el resto del tiempo lleva puesto un guante a la medida confexionado por sus amigos diseñadores de modas. Los tiene de muchos colores y diferentes telas. Algunos con taches, otros con perlas, y diferentes diseños para distintas ocasiones.
Dos años más tarde, aprendió a escribir con la mano izquierda y a amarrase los zapatos. Hace casi todo sola, pero tareas como cortar con un cuchillo muy grande, aunque lo logra, le resulta extremadamente riesgoso. Necesita ayuda para cocinar, por ejemplo no puede revolver y agarrar un sartén al mismo tiempo. Hoy en día, lo único que no ha aprendido a hacer sola es peinarse, pero su novio se ha vuelto un experto peinador.
Desde el accidente, Diana se ha sometido a quince cirugías en las que le han alargado el hueso del dedo pulgar y abierto la separación entre el dedo índice y el pulgar. El resultado ha sido el alargamiento de los muñones han ido convirtiéndose en dos pequeños dedos, como un gancho, que Diana usa para realizar varias actividades.
Cuando mira las fotos que le tomaron para ver la evolución de su mano desde que llegó al hospital, Diana vuelve a recordar la tragedia que ha vivido. Como si pudiera olvidarlo. Me cuenta que desde entonces le perdió el miedo al dolor y se ha vuelto una mejor persona. Antes disfrutaba haciendo sentir mal a alguien solo porque le caía mal. Hoy en día es mucho más comprensiva. De la joven creída y caprichosa no queda nada. Ama su mano, tal cual es, y le gusta contar su historia. Aún no es capaz de quitarse su guante en público, porque en cuanto la gente ve que no tiene dedos, la miran raro.
El equipo de cirujanos que han trabajado con Diana desde el primer día, le propuso dos alternativas: una es cortarle la mano desde la muñeca para ponerle una prótesis que sería como el garfio de un pirata o, como dice Diana, “Como el
Hombre manos de tijera”. La otra opción es hacerle una cirugía en que le amputan dos dedos de los pies y se los cosen a la mano. Ninguna de estas opciones le interesa, y ha preferido continuar con las operaciones que le alargan los muñones.
Diana todavía tiene varias cirugías por delante, y aún mucho más por aprender, pero va avanzando haciendo chistes sobre su desgracia, y levantándose cada vez que se cae. Todo sería más fácil si aún tuviera los cinco dedos de su mano derecha, pero sin ellos no dejará de hacer lo que se proponga.