Hace cinco años, en una mañana de noviembre, a José Darío Martínez lo levantaron varias llamadas que le decían que Julio Sánchez Cristo preguntaba por él en su programa, La W. Nadie de sus conocidos entendía por qué, Sánchez Cristo promocionaba con vehemencia Diciembre 7, una de las canciones inéditas del álbum que lanzaría en tres meses.
En cambio, José Darío, o “Chabuco”, como lo conoce todo el mundo, no estaba sorprendido. La noche anterior, sin decirle a nadie, tecleó el correo electrónico del director del programa de noticias y le mandó el tema con un párrafo en el que se presentaba y le decía que quería oír su opinión sobre su última grabación.
Esa mañana, no sabe muy bien por qué, nunca habló con Julio, pero como vio que le había gustado, le mandó una segunda canción, Nació mi poesía, un vallenato donde el protagonista es el piano. Chabuco recuerda que al otro día prendió el radio para descubrir que Julio Sánchez la ponía en La W como el tema perfecto para bajar los ánimos en el acontecer político del país, que esa mañana estaba caldeado.
Ese día sí lo ubicaron y, además de hacerle una entrevista larga, le propusieron hacer un concierto en el marco de La Noche W. Chabuco dice que esa es la prueba de que las cosas se consiguen sin necesidad de influencias o palancas.
Al poco tiempo, un amigo suyo, que también es amigo de Julio, lo invitó a una fiesta en la casa del periodista. Fue la primera vez que le habló y la primera vez que Sánchez Cristo vio cómo su nuevo descubrimiento armaba de la nada una parranda vallenata. Desde entonces no hay fiesta a la que no lo invite y en la que Chabuco no cante un par de boleros o vallenatos.
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Chabuco considera que haber conocido a Julio Sánchez Cristo hizo parte fundamental en su carrera, y le gusta que fue algo que se dio de forma natural y sin necesidad de pedirle favores a nadie. Hoy en día no hay relación de superioridad. Para este hombre nacido hace 35 años en Valledupar, Julio Sánchez Cristo es un amigo más.
No es el único. Uno de sus mejores amigos y protector personal es Giovanni Lanzoni, el hijo de Sonia Osorio y experto en producción de eventos, quien fue el organizador del concierto de Juanes en la frontera con Venezuela y el encargado del montaje en el coliseo cubierto El Campín de la celebración del triunfo de Juan Manuel Santos, en las elecciones pasadas. No da un paso sin consultarle y también es una de las personas con quien se goza las buenas parrandas que salen de la nada en cualquier reunión social donde se encuentren con dos o tres vallenatos. Por Lanzoni, Chabuco conoció a Yamid Amat Serna, otro de los periodistas en donde se reúnen a cantar y a tocar buena música.
Para Chabuco, la algarabía propia de la parranda vallenata es algo normal. Creció entre las que hacían los grandes del vallenato en la casa de su papá, el reconocido guitarrista Hugues Martínez. No olvida esas noches en las que dormía en la casa de su papá y lo levantaba la música que tocaban los juglares en la madrugada. Él, de unos ocho años, se levantaba y caminaba como zombie hasta la sala donde estaban Colacho Mendoza, Rafael Escalona y Gustavo Gutiérrez. En vez de mandarlo a dormir, los músicos lo ponían a cantar.
Por esa misma época aprendió a tocar acordeón y regresó a vivir a la casa de su mamá. El menor de los cuatro hermanos Martínez dice orgulloso que tiene tres mamás: María, la que lo parió; Belia y su Cecilia, sus tías maternas. Con ellas dos vivió desde los tres meses hasta que entró al colegio. Lo dice como algo normal, porque la relación siempre fue muy cercana y María siempre iba a visitarlo con sus hermanos Hugues Rafael y Leonardo Fabio, y su hermana Chabuca.
Su papá fue el responsable indirecto del apodo por el que todos lo conocen. Hugues se lo puso a su hermana en honor a la cantante peruana Chabuca Granda, autora de La flor de la canela y, como es común en la Costa, a José Darío, el hermano menor, le empezaron a decir igual pero en en masculino. De ahí nació Chabuco.
Era un niño de río. Recuerda que jugaba a la lleva o a las escondidas en el Guatapurí con sus doce primos, y aún hoy, cuando visita Valledupar, ir a nadar es un plan obligado, una forma de reconectarse con sus raíces y su tierra. Nunca izó bandera, pero sí cantaba en actos cívicos. Pasó por los colegios Carmelo, Gimnasio del Norte y el Militar, antes de graduarse del Gabriel García Márquez, de donde salió directo a Bogotá a estudiar arte dramático en la Academia Charlotte. Fue Oberón en la obra Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, y actuó en novelas como Dos mujeres y Fuego Verde.
Llegó el momento en que le tocó decidirse entre la actuación o la música, y su amigo Carlos Huertas, “Junior”, uno de los compositores de Carlos Vives, y con quien había grabado ya un par de cosas, fue clave en esa decisión que le cambió la vida para siempre.
En 1998, “Junior” dirigía el grupo vallenato Los pelaos y le propuso presentarse para ser uno de sus integrantes. Chabuco tenía 23 años y muchas ganas de comerse el mundo. En la audición, que fue en un estudio en la calle 70 con 9 en Bogotá, sólo tocó guitarra y no lo pusieron a cantar. Unos días después era miembro del grupo y estaba de gira por Europa. Era la primera vez que visitaba el viejo continente y se presentaba ante un público más grande que las pocas personas a las que le cobraba por canción, cuando cantaba en su adolescencia con su amigo Coco. En ese viaje alternó tarima con Óscar de León y Sergio Vargas.
En Los pelaos duró un año y nueve meses. Cuando decidió salirse quedó en el aire, no tenía un proyecto fijo y se la pasaba cantando en bares como San Sebastián, en donde suele haber música en vivo, y grabando coros en los discos de artistas como Peter Manjarrés, Silvestre Dangond e inclusivo en alguno de Andrés Cepeda.
En 2001 conoció a Alfredo Nodarse, un cubano radicado en Bogotá con quien se adentró en el mundo del bolero y en 2002 grabó Morirme de amor, su primer disco como solista. Después vino Nació mi poesía, el álbum con el que lo conoció Julio Sánchez y gran parte de Colombia.
Ahora vuelve con Clásicos Café la bolsa, un disco lleno de vallenatos de antaño con tintes de jazz. Los fanáticos de esta música saben que el Café la bolsa fue un lugar de reunión de los juglares vallenatos muy popular en los años cincuenta. Al café de Coly Botero llegaban Rafael Escalona, los hermanos Zuleta, Nicolás “Colacho” Mendoza, Alejo Durán, Lorenzo Morales y Calixto Ochoa, entre muchos otros. De día se negociaban tierra y ganado, se hacían tertulias y de noche comenzaba la parranda. Muchos de los cuadros del pintor Jaime Molina son escenas de ese lugar.
Así, como un tributo a su papá y a todos sus colegas vallenatos, y con el ánimo de mantener el prestigio del folclor de su tierra, Chabuco decidió escoger algunos clásicos que no fueran los de siempre y los mezcló con los colores de músicos como el cubano Horacio Hernández, considerado el mejor percusionista de latin jazz del mundo ‒ha tocado con Sting y Alejandro Sanz‒, el peruano Enrique Purizaga en los arreglos y los teclados, y el productor Diego Valdés en la trompeta.
Chabuco se ha mantenido fiel a la melodía vallenata. Su voz encaja con perfección en el género, pero la novedad está en los sonidos que aportan estos músicos internacionales expertos en el género World Music. Chabuco apunta a eso: a llevar el folclor de su tierra a sitios lejanos, y tocar la música con el mismo sentimiento en cualquier plaza de Valledupar. Le ha ido bien con la mezcla, porque cada vez que canta un clásico como La Casa o A un colega la gente que ya se la sabe la canta sin problema y puede seguir la melodía.
Chabuco dice que la gracia está en que lo entienden aquí y allá. En épocas en donde el tropipop es el rey de las emisoras y el mercado, llega esta nueva propuesta de buena música para probar que sí hay más opciones para hacer vallenato en Colombia.
El vallenatero de los poderosos
Lun, 21/02/2011 - 12:27
Hace cinco años, en una mañana de noviembre, a José Darío Martínez lo levantaron varias llamadas que le decían que Julio Sánchez Cristo preguntaba por él en su programa, La W. Nadie d