El santo prepucio que adoraban los cristianos

Jue, 05/04/2012 - 14:00
Cuando los soldados romanos alzaron la cruz de la que Cristo colgaba, varios fueron los prodigios y milagros que se dieron de manera simultánea en varias partes del mundo. Según Mateo, el cielo se o
Cuando los soldados romanos alzaron la cruz de la que Cristo colgaba, varios fueron los prodigios y milagros que se dieron de manera simultánea en varias partes del mundo. Según Mateo, el cielo se oscureció, hubo un fuerte temblor y varios santos, en diversos cementerios del Medio Oriente, resucitaron. Según Marcos, un centurión le enterró la lanza en el costado, y en vez de salir sangre, salió agua. El centurión, perplejo, lo llamó el Hijo de Dios. Además, el telón del templo de Herodes, que separaba el zaguán de la parte interior y simbolizaba la división entre el hombre y la divinidad, se rajó en dos, de un solo tajo, en el momento en que Cristo dio su último respiro. Los hombres y las mujeres que habían acompañado a Cristo a través de la Vía Dolorosa, camino al Monte Calvario, fueron a donde Poncio Pilatos. Le exigieron que pusiera una enorme roca a la entrada de la tumba a la que habían llevado el cuerpo de Cristo, y un guardia en la puerta. Pilatos, según Marcos, cumplió. Aquí habría apostado un guardía Poncio Pilatos para vigilar la tumba de Cristo. La historia de las reliquias del cristianismo comenzó con la cruz de Cristo, pero también con objetos presentes en episodios importantes de la vida de Cristo, sus apóstoles y todos los santos posteriores, y en muchas ocasiones las partes de los cuerpos de estos santos, a las que se les atribuye el poder de facilitar la comunicación de milagros y oraciones con Dios, algo así como unas antenas satelitales de la fe. Las primeras reliquias cristianas, en efecto, fueron las astillas de la cruz y los clavos con que los centuriones colgaron a Cristo de sus manos y sus pies. Esos clavos dieron vueltas por Europa durante muchos siglos, y aún algunos cuya veracidad no se ha podido cuestionar, están en relicarios en importantes catedrales europeas. En la Catedral de Monza, antigua capital de Lombardía, en el altar, hay una corona que tiene incrustado uno de esos clavos, y que se puede visitar. En la Catedral de Milán hay otro de los clavos, encontrado por Santa Elena, madre de Constantino, en Tierra santa, y llevado hasta Italia escondido en el freno de un caballo. En la Basílica de Santa Croce in Gerusalemme, en Roma, hay un gran trozo de la cruz del “buen ladrón”, muerto al lado de Cristo, y en el monasterio de San Toribio de Liébana está el trozo más grande de la cruz original. Durante la Edad Media, sin embargo, fueron cientos los lugares que albergaron en distintos momentos pedazos de la cruz de Cristo, y ya en el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam calculaba que con todos esos pedazos se podía construir un barco entero. Erasmo de Rotterdam dijo que con todos los pedazos que han aparecido de la cruz de Cristo se podría construir un barco entero. Pero con los despojos corporales de Cristo también se hicieron varias reliquias, y algunas están en iglesias europeas y son considerados como verdaderos. En el siglo XII, el rey de lo que poco después sería Moravia, construyó una basílica para alojar el Santo Ombligo de Cristo, que había usurpado a los austriacos en una breve batalla. La más impresionante de estas reliquias, y la que tiene la historia más asombrosa, es sin duda el Santo Prepucio de Cristo, que San Juan Bautista le regaló a María Magdalena tras haber circuncidado a Cristo, que era judío. Siete siglos más tarde, un ángel se lo llevó de regalo a San Alberto Magno, quien se lo dio de cumpleaños al Papa León III, quien a su vez se lo regaló a Carlomagno el día de su coronación. De ahí en adelante la historia se ramifica en diversas versiones. Según un abad medieval de la Charroux, el Santo Prepucio fue llevado en procesión al Vaticano para que el Papa Inocencio III lo avalara, pero él se rehusó. El relicario se perdió en el camino de regreso a la abadía. Otra versión indica que el Santo Prepucio pasó de las manos de Carlomagno a la iglesia de San Juan de Letrán, en Roma, donde estuvo siete siglos, hasta que los Lansquenetes saquearon Roma, robaron el Prepucio y lo perdieron. En 1856, un obrero que excavaba los cimientos de un edificio encontró el relicario con el prepucio adentro, y lo tuvo en su casa durante varias décadas, hasta que lo donó a la Iglesia de Calacata, al norte de Italia. Pero al mismo tiempo, la iglesia de Amberes, tiene el Prepucio desde el año mil cien, desde que el rey Balduino I de Jerusalén lo donara tras haberlo comprado a buen precio en un mercado persa durante las cruzadas. Desde hace seis siglos, existe en Amberes una hermandad que tiene como único objetivo cuidar la reliquia y cuenta con un nombre exagerado: van der heiliger Besnidenissen ons liefs Heeren Jhesu Cristi in onser liever Vrouwen Kercke t’Antwerpen. El Santo Prepucio ha sido una de las reliquias que más debate han generado sobre la Resurrección. Una de las preguntas en cuestión es si el prepucio de Cristo resucitó junto a él. Pero la parte sorprendente de esta historia es que durante mucho tiempo la existencia del Santo Prepucio le puso muchos problemas de orden teológico a los padres de la Iglesia. La primera pregunta que se hicieron fue si a la hora de ascender de regreso a los cielos, después de haber resucitado, el prepucio de Cristo ascendió con él, o se quedó en la Tierra, una muy buena pregunta en realidad. En su extenso tratado titulado De Praeputio Domini Nostri Iesu Christi Diatriba, el canónigo León Alacio, del siglo XVII, propone que el prepucio sí ascendió al mundo de los cielos y conformó los anillos de Saturno. Piero del Frate, en cambio, arguyó en su Preciosísima Reliquia del Santo Prepucio, de 1861, que la tradición judía exigía enterrar el prepucio tras la circuncisión, y al estar entonces desligado del cuerpo de Cristo en el momento de la Resurrección, no pudo haber ascendido con él. No hay duda de que esta reliquia en particular ha unido la fe y el morbo cristianos en más de una ocasión. Incluso, generó varios tomos con títulos en latín que varios padres de la Iglesia escribieron al respecto. Pero la gente de la Edad Media era muchísimo menos puritana que nosotros, y sentía mucho menos pudor al hablar de estos temas, o al ir a rezarle al Santo Prepucio de Cristo. La gente de la Edad Media era abiertamente morbosa, abiertamente vulgar, y en ese sentido mucho más humana. Uno de los dichos más divulgados entonces era uno que rezaba en latín Sposa Christi fit mercalis, generosa generalis, y que en español sería “la mujer de Cristo se volvió puta, de mujer pudorosa pasó a mujer pública”, referencia inconfundible al origen de María Magdalena, y usada como refrán para advertir sobre las sorpresas que puede dar la gente. Así mismo, eran varios los chismes y mitos morbosos que rondaban por Europa en esos tiempos, y que por blasfemos que fueran, sí confesaban con más honestidad la sensación que les producía la existencia de esa reliquia. De la mística Catalina de Siena, una de las santas más santas de la historia de la Iglesia se decía, por ejemplo, que en una de sus visiones Cristo tomó su prepucio cercenado y se lo puso en el dedo, como anillo de matrimonio. Sin embargo, la Iglesia decidió condenar todos estos mitos y reliquias al olvido, ignorando algunos y declarando otros “leyendas pías”. La circuncisión de Cristo solía ser una fecha de la liturgia católica hasta el año 1900, en que fue cancelada, y en que los Santos Prepucios que quedaban fueron declarados profanos, desprovistos de poderes y favores. Que las reliquias adquieran parte de su poder milagroso de la fascinación humana por el morbo, y que en ese sentido sean más distracciones que atracciones de la fe, es seguramente cierto, pero que la Iglesia adapta sus verdades al contexto del momento, según le conviene más, es igualmente indudable. Alguien dijo que los anillos de Saturno eran la Resurrección del prepucio de Cristo. 
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