Sin una sola teta en la portada, Motor es la revista más leída en Colombia con 1'337.247 lectores, según el último Estudio General de Medios (EGM). El 53% de sus lectores son hombres, el 29% mujeres y 18% menores de edad. Su tiraje mensual es de casi medio millón de ejemplares. En sus treinta años, lo único que ha cambiado ha sido el papel. La influencia de su director, José Clopatofsky, ha sido permanente. A su oficina han llegado el coronel Rodolfo Palomino, comandante nacional de la Policía de Carreteras, y los ministros de transporte Andrés Uriel Gallego y Germán Cardona, para invitarlo a reuniones confidenciales. De Clopatofsky se ha dicho que interviene en el precio de los carros y que algunas marcas le han regalado uno que otro automóvil. Pero nada de eso es cierto. Él es solo un ícono del mercado automotriz en Colombia que gracias a su credibilidad podría penetrar las decisiones de gobierno. Sin embargo, le interesa más hacer carros de carreras y pasar tiempo con sus dos nietas que aceptar la propuesta que le han hecho sus lectores, lanzarse a la alcaldía de Bogotá.
De las ochenta páginas de Motor, cuarenta son de pauta publicitaria, en su mayoría están relacionadas con carros, pero también hay espacio para avisos de impotencia sexual y cirugías plásticas para hombres. Durante los últimos quince años, la contraportada ha sido de Chevrolet. Motor se publica cada quince días con el periódico El Tiempo, en Internet de manera permanente y en la televisión con Motor Tv, dos veces por semana, en una franja del canal City Tv.
Mientras José Clopatofsky observa la pantalla de su computador y da clic a un mouse rojo en forma de carrito dice ─ahorrándose la mayor cantidad de gestos para hablar─ que a los 19 años de edad cambió su bicicleta por un “engendro”, un carro de carreras ensamblando con partes de muchos carros diferentes que halló abandonado en una esquina de Bogotá. No lo meditó mucho y lo compró. Era su primer reto y la oportunidad de jugar al mecánico. Recuerda con humor que para esa época ya había devorado los únicos seis libros de mecánica, escritos en inglés, que encontró en una biblioteca y que tradujo, palabra por palabra, con la ayuda de un diccionario. Así aprendió uno de los cinco idiomas que habla. Domina el portugués porque su papá fue asignado como diplomático en Portugal en los años cincuenta. Allí vivió y estudió durante cuatro años en colegios de origen francés. Su conocimiento de la lengua italiana es producto del sueño fallido de convertirse en piloto profesional en el extranjero. Pero mientras vivía en Italia, el dinero se agotó. Los patrocinadores no lo siguieron apoyando y tuvo que regresar a Colombia, donde se coronó campeón nacional de automovilismo cuando tenías 22 años.
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¿Cómo vive José Clopatofsky?
El primer automóvil que hubo en su casa fue un Renault 4 que aprendió a manejar antes de los quince años. Lo sacaba sin permiso de su papá, Gonzalo Clopatofsky, y andaba a alta velocidad haciendo chirriar las llantas del vehículo en cuanta curva se atravesara en su camino. Su talento en el periodismo comenzaba a ser evidente. Escribía para todas las publicaciones del colegio y en su examen vocacional que presentó antes de graduarse resultó 90% periodista. Sin embargo, por entonces no existían facultades de periodismo y tuvo que inclinarse por el derecho.
Sin éxito, solo cursó un año. Lo mismo sucedió con el único semestre que hizo de ingeniería mecánica.
Hace 43 años comenzó a escribir boletines de las carreras de automóviles que luego llevaba de manera desinteresada al periódico El Tiempo. Un día, sorprendido, recibió la noticia de que lo querían contratar. Comenzó en la sección internacional. Con el sueldo fijo que nunca había tenido le pagó en cuotas a Daniel Samper Pizano el primero de los treinta carros que ha tenido a lo largo de su vida, un Wartburg al que le puso carrocería de aluminio y con el que ganó una carrera en 1972. Pasó por la redacción de deportes y por el cargo de editor. Con el fútbol ganó su único premio de periodismo Simón Bolívar. Gracias a la fotografía que tomó de la celebración después de que Freddy Rincón empatara 1-1 el marcador frente Alemania, en el Mundial de Italia 90. José captó el momento de la celebración. Entre timones, una hélice de avión y piezas de carros, guarda como recuerdo la imagen enmarcada y autografiada por Rincón en la oficina de su taller privado, en el barrio Galán, donde prepara los carros de carrera que corren sus hijos.
José Clopatofsky fundó hace treinta años la revista Motor. En los inicios él mismo vendía la pauta publicitaria.
Luego de haber sido editor por una década, tomó la decisión de retirarse para abrir un taller de mecánica que fracasó. Seis años después volvió a El Tiempo, diseñó Motor y se dedicó a vender los espacios de publicidad a sus amigos. En noviembre de 1981 se imprimió por primera vez la revista. José creía que la aparición de Motor sería trimestral y no le veía mucho futuro porque en una de las primeras ediciones criticó un Fiat Mirafiori, el carro de un anunciante, que no dudó en retirar una de las tres pautas publicitarias de la época.
Clopatofsky maneja Motor como si fuera un dictador del periodismo. En la revista no está establecido el consejo de redacción porque José es quien decide los temas que se publican y escribe la mayoría de los contenidos, que produce en no más de tres días. Sigue siendo un aficionado de la fotografía. Muchas de las que se publican son de su autoría. Cuando viaja, lleva siempre un equipo de cámaras profesionales. Tan solo recibe colaboración de dos redactores, Giovanni Avendaño y María Angélica Vásquez, a quien le dice ‘Micromachine’. A ellos se suma un diseñador, apodado ‘El Abuelo’. Siempre tiene la revista armada quince días antes de su publicación y lo que más cuida es la portada porque para él “la revista es de fierros, no de gente”. La excepción a esta regla han sido las caras de algunos pilotos de carreras. Pese a que él maneja Motor a su antojo, lo único que no puede hacer es romper el esquema tradicional para incluir algunas crónicas o reportajes.
Juega con una pieza de rin que pasa de un dedo a otro, como si fuera un anillo, y comenta que debe ir a comprar una igual con urgencia al barrio 7 de agosto. Luego dice que los precios de vehículos son la sección más criticada de la revista.
Clopatofsky tiene una colección de más de 600 carros en miniatura, en su mayoría, Ferrari.
Admite que la gente lo regaña en la calle porque cree que Motor publica los precios de manera arbitraria, desconociendo que detrás hay un estudio de mercado y un consenso entre los vendedores de carros. Clopatofsky dice que a pesar del inconformismo, el listado es apenas una guía y que si no fuera útil, Motor no tendría los niveles de credibilidad y lecturabilidad que la han posicionado como la más leída del país. Después de hacer una pausa agrega: “¿pero qué tal que no existieran?”. El listado de precios se elabora con la coordinación de un hermano suyo que se desempeña como gerente de un concesionario de carros usados. Él se comunica de manera periódica con las compraventas y recopila datos sobre el precio de los carros. Así analiza el movimiento de los precios de los usados, saca el promedio y publica en más de una docena de páginas los valores estándar.
Es común que después del primero de junio aumenten las llamadas a la revista porque en esa fecha muchos modelos entran al mercado de los usados. Durante las dos primeras semanas de este mes, se pueden recibir más de cinco llamadas diarias. Quien las contesta debe estar dispuesto a ganarse un regaño o un insulto por parte de los lectores. En la casa de Clopatofsky sucede lo mismo. Su hijo menor, Juan Pablo, ha recibido llamadas de algunos amigos que sin pudor le dicen: “su papá me dañó la venta del carro” o “perdí cinco millones por culpa de su papá”.
En su taller privado en el barrio Galán tiene su mayor tesoro, un Ferrari 328 GTB.
A pesar de su evidente poder, su mayor frustración son los aviones. Cuando era niño y vivía en Europa, su tío Guillermo, un piloto de Avianca que volaba un DC 4, fue el responsable de esa fijación. De él aprendió un poco aviones y tuvo la oportunidad de conocerlos por dentro. Gracias a la tecnología, afinó sus conocimientos. Tiene como rutina dominical manejar un simulador de vuelo que instaló en su computador Mac. La jornada de vuelo comienza al medio día y termina a las ocho de la noche. Aunque ya cumplió con el requisito de las horas de vuelo, José no tiene licencia porque el curso es demasiado costoso. Este no ha sido impedimento para volar los aviones de algunos de sus amigos, además de aparatos de combate de la Fuerza Aérea Colombiana y un simulador de un Airbus A380.
Clopatofsky ha probado más de 500 carros de todas las marcas a lo largo de la historia de la revista Motor. En promedio, tres o cuatro por mes. En las autopistas alemanas alcanzó los 300 kilómetros por hora conduciendo un Porsche.
Cuando le entregan un taxi, suele hacer recorridos como si fuera un conductor más del servicio público y les pregunta a los pasajeros sus apreciaciones del vehículo. Como siempre está probando carros ajenos, los de su propiedad no superan los 4000 kilómetros al año. El auto que más está usando en este momento es un Alfa Romeo color rojo, pero su mayor tesoro es un Ferrari 328 GTB rojo que compró hace una década y que ya no conduce.
El periodista ganó el Premio Simón Bolívar con la fotografía de Rincón. La tiene en la oficina de su taller junto a varias piezas de carros y aviones.
En su casa, tras unas vitrinas que él mismo construyó, descansa una colección de más de 600 carros en miniatura, en su mayoría Ferrari. Llaman la atención tres réplicas de Rayo Mcqueen, el carro protagonista de la película Cars. Tiene reservado un espacio para los carros que han pasado por su familia. Para él, cada uno tiene una historia. Los que más quiere son aquellos que armó con sus propias manos y con herramientas en miniatura. También hay espacio para los mini aviones que han sido parte de la flota colombiana y fueron hechos a mano por un amigo suyo.
José Clopatofsky cree que la mecánica es aburrida y rutinaria. Prefiere adecuar carros de carreras y diseñar piezas artesanales con teflón, plástico, soldadura o cualquier material que ayude a aumentar la velocidad. A sus 66 años, ya jubilado, no disfruta metiéndose bajo los carros, ni untándose de grasa, como en los viejos tiempos. Por eso tiene un grupo de mecánicos a quien dirige y que, dice en broma, contrató para “joderles la vida”. ‘Clopa’, como le dicen en El Tiempo, puede durar más de cinco horas camuflado como un mecánico más en el barrio 7 de Agosto. Allí almuerza una de sus comidas preferidas, carne de cerdo frita, que le compra a un señor de la calle a quien le dice ‘Tocino’. También se toma una cerveza y tiene largas tertulias con los trabajadores de los talleres del sector. Confía tanto en su trabajo y la institución de Motor, que cuando se le pregunta por su sucesor, responde de manera tajante: “eso no es problema mío”.