Aunque no existe nada en los textos Mayas que se refiera, explícitamente, al final del mundo en diciembre 21 del 2012, los Mayas fueron más que adeptos a las matemáticas y predijeron con precisión la ocurrencia de muchos eventos significativos. Es más, creían que el paso del tiempo es cíclico, no lineal, lo que quiere decir que todavía nos debemos una reseteada.
Es tema de incontables películas en los últimos años; un asteroide gigante es una de las formas en que los dinosaurios murieron, y las chances de que nos vuelva a pasar lo mismo son más altas que cualquier otra chance, 1 en 700.000 mientras dure la vida. Aunque, prevenir esta catástrofe es más fácil que las otras opciones, puesto que el asteroide puede ser localizado y se le puede apuntar para destruirlo antes de que llegue a la Tierra.
Si el clima continúa cambiando, a pesar de que sea gradualmente, un fenómeno como el regreso de la Era del hielo es muy posible. Claro, no va a pasar mientras estemos vivos, pero eventualmente podría ser el final de muchos.
Aunque la guerra nuclear ha sido objeto de chiste tantas veces, dista mucho de ser inverosímil, y es una de las opciones apocalípticas más inmundas. Una guerra no solo sería brutal sino inflexible, pero la lluvia radioactiva, un invierno nuclear, seria devastadora e igualmente difícil de sobrevivir.
Con la proliferación de la ingeniería genética, por ahora mayormente en comestibles, se vuelve muy posible que algo vaya mal. Después de todo, en algunos alimentos todavía no es claro si ciertos genes se transferirán a otra especie (como los humanos) para crear una horrible potencial mutación. Esto es lo que desencadena un apocalipsis zombi.
Hay muchos recursos aquí en la tierra que la volverían un objetivo potencial para que los extraterrestres nos invadan. Quizá piloteen naves impulsadas por fusión de átomos nucleares, en lugar de dividirlos, y necesiten acceso al hidrógeno de nuestros océanos para poder obtener combustible. O quizá les caemos mal, solo por existir. No importa cuál sea el motivo, nunca sabremos cuándo nos van a atacar los extraterrestres, aunque algunos creen que una raza hostil hará contacto con nosotros los primeros días de marzo del 2012.
Que los robots tomen el control del mundo no es tan difícil de creer. Solo hace falta que un robot con amplios conocimientos, construido por un humano, se dé cuenta de lo que está pasando y decida que no va a seguir soportándolo. Esto podría tornarse particularmente grotesco, especialmente si los robots no practican la diplomacia.
Aparentemente una proposición incoherente en sí misma, la posibilidad de un escenario apocalíptico, consecuencia de la demencia en masa, no parece tan absurdo. Mientras la salud física ha mejorado durante el último siglo, el declive en la salud mental es substancial. Los cuerpos humanos no fueron diseñados para durar tanto tiempo como comienzan a hacerlo actualmente y esta tendencia solo aumentará mientras el campo de la salud continúe mejorando sus técnicas. Los índices de depresión y suicidio están en aumento entre los ciudadanos de la tercera edad, así que solo falta imaginar lo que sucederá cuando la gente empiece a vivir más de cien años.
Los investigadores creen que hay alrededor de diez millones de agujeros negros, tan solo en la Vía Láctea. Como las estrellas, orbitan y pueden migrar lentamente a través del Cosmos. Aparentemente, entonces, uno de estos agujeros podría meterse en la órbita de la tierra y podría tragárselo todo.
De los más o menos quinientos volcanes activos en el mundo, hay tres súper volcanes en Estados Unidos, Yellowstone es uno de ellos. Está Lake Toba en Indonesia, Taupo en Nueva Zelanda y Aira Caldera en Japón. Cada uno de estos es capaz de producir una erupción con un área de efecto de 1000 kilómetros cúbicos, o, literalmente, mil veces más grande que las mayores erupciones volcánicas de la historia. Aquí la devastación sería inmensa. Yellowstone, por ejemplo, podría emitir 2000 millones de toneladas de ácido sulfúrico, y podría producir el equivalente a un invierno nuclear, cuyo polvo y escombros podrían bloquear el sol durante varios años.