Le duele el estómago. Nancy Liliana Meza se toca el vientre y dice que desde hace dos años tiene un dolor constante que le recuerda el día que le hicieron la liposucción y una lipectomía. Ahora, en vez de una cintura torneada y unos muslos firmes y sin estrías, tiene una cicatriz que le surca el vientre de lado a lado, una pierna más ancha que la otra, quemaduras en la cintura y la espalda, y esa punzada abdominal que ya hace parte de ella.
–¿Por qué me hice la cirugía? No lo sé. Ahora se venden como dulces y no hay que pensar tanto para comprar una.
Nancy recuerda que la primera vez que pensó en hacerse una intervención fue hace dos años y medio, durante la semana de la salud del Consejo Superior de la Judicatura, lugar en el que trabaja. Entre un mercado persa de productos médicos, cremas y seguros, había varios puestos de belleza. Nancy recorría ese mercado con sus compañeras, abogadas como ella, que se divertían jugando a ser maniquíes de las esteticistas. Cada una entraba a un baño, se dejaba en ropa interior, y la que hacía el papel de especialista auscultaba a cada una por delante y por detrás. A todas les faltaba o sobraba algo. Hasta la más bonita salió mal librada del examen.
Aunque han pasado dos años de la operación, las cicatrices no han desaparecido de su cuerpo.
Después de verse casi desnuda frente a una mujer desconocida que la medía y la tocaba, creyó que el camino para ser bonita era tan rápido como el golpe de una varita mágica.
Un mes antes de la cirugía, en septiembre de 2009, una amiga le recomendó al doctor Jaime Villar Riaño. Nancy llamó al médico y le pidió una cita para que la valorara. A las 8: 00 p.m. llegó al consultorio, ubicado en la carrera 8 con calle 49, en Bogotá. Era un lugar blanco y pulcro con cómodas sillas. El doctor le hizo el estudio, vio su cintura y sus piernas y le cobró 7 millones de pesos por eliminar la grasa sobrante y tornear el abdomen y las extremidades.
El 29 de octubre de ese año, la familia de Nancy estaba contando billetes en el comedor para pagar el procedimiento. Contaron 6 millones de pesos que guardaron en un sobre. Al siguiente día, a las 7:00 a.m., Nancy llegó con sus padres a la sede del centro de estética Corpoláser, ubicado en la avenida Novena con calle 102. El doctor Villar alquiló la sede para efectuar la operación, por falta de equipo especializado en su consultorio. La paciente entró a cirugía a las 8:00 a.m. Después de cuatro horas y ocho litros de grasa menos, fue llevada a la casa. La operación fue ambulatoria. El doctor no hizo recomendaciones. Según él, la paciente podía consumir cualquier tipo de alimento y retomar su vida normal pasada una semana.
Estaba hinchada, sentía frío, le dolía el cuerpo, tenía mareo. Era normal después del procedimiento. Luego llegó a la casa de la recién operada la sobrina del médico, una esteticista encargada de hacer los masajes postoperatorios para drenar el líquido que quedaba en el cuerpo. Después de unos masajes manuales, interrumpidos porque la enfermera se había mandado a operar los senos y no podía hacer la fuerza suficiente, comenzó la terapia con ultrasonido. Ante la falta de gel, especial para este tipo de terapia, la sobrina del doctor Villar no tuvo reparo en usar aceite de almendras.
Frotó la herida, la espalda y el bajo vientre. A medida que sentía el aparato de ultrasonido en su piel, Nancy hacía fuerza para no llorar. A los tres días, le empezaron a salir llagas en las zonas masajeadas. Sobre la incisión se formó un punto negro que fue creciendo hasta cubrir toda la cicatriz. Estaba quemada. “Todo está normal”, decía el médico. Pasó una semana y el vientre empezó a emanar mal olor. “Eso es normal, es el olor de la sangre”, seguía afirmando el especialista.
Cada día empeoraba. Su cuerpo seguía hinchándose. Tenía retención de líquidos. Vomitaba todo lo que comía y le ardía el estómago por dentro y por fuera. El médico, que entre más grave se ponía la paciente más ausente estaba, diagnosticaba a Nancy por teléfono.
Cuando ya se acostumbró al dolor y pudo pararse frente a un espejo, se sorprendió al ver que sus piernas eran diferentes. Aunque estaban firmes y apretadas, vio que una era más ancha que la otra. “¿Qué médico puede dejar una pierna diferente a la otra? Es lo mismo que un sastre haga una chaqueta y la venda con las mangas de diferente tamaño”, afirma Nancy.
En Internet hay centenares de páginas que ofrecen cirugías que van desde el estiramiento facial hasta el cambio extremo. Para las personas que quieren verse mejor pero no tienen recursos, se ofrecen planes de financiación de hasta 36 meses. Colombia se ha posicionado en el tema debido a que los costos de los procedimientos estéticos son muy bajos en comparación con Europa o Estados Unidos, donde cuestan hasta tres veces más. Las mujeres que llegan del exterior tienen la posibilidad de retocarse en el país y luego, aún con el cuerpo hinchado y adolorido, conocer los sitios turísticos e ir de compras acompañadas por guías y enfermeras.
Nancy acudió a la Fundación Víctimas de la Mala Estética, que desde su creación ha recibido más de 150 casos de cirugías mal hechas.
La cirugía plástica colombiana tiene buena fama por su calidad. Lo común es que las damas extranjeras, que en promedio tienen 40 años, regresen felices a sus países, con el rostro libre de arrugas y un cuerpo rejuvenecido. Pero no todas vuelven luciendo figuras esculturales. Bernardo Alejandro Guerra, concejal de Medellín, cuenta que hace dos años una mujer de Estados Unidos llegó al país para eliminar las líneas de expresión. Los médicos de la Clínica Palmares le dijeron que el rostro que añoraba quedaría perfecto sobre un cuerpo bien moldeado. Aparte de la blefaroplastia, para eliminar las arrugas de los ojos conocidas como ‘patas de gallina’, le vendieron el combo de mamoplastia y liposucción. Después de las intervenciones, a la norteamericana le dio fascitis necrotizante en el abdomen, lo que significa que la incisión del vientre se le infectó. Días después, estuvo en cuidados intensivos hasta que retornó a su patria con el rostro alisado y la expresión iracunda. Sólo quería una blefaroplastia y por poco y se muere.
Desde 2008, el concejal Guerra lidera un proyecto para evitar los procedimientos estéticos mal realizados. A su despacho han llegado más de 200 reclamos sólo de Medellín. Guerra ha hecho cerrar seis clínicas que han dejado graves secuelas en sus pacientes. Pero casi siempre sucede lo mismo: a la semana, los propietarios vuelven a abrirlas en otra sucursal o con distinto nombre. Otro problema que se presenta en toda Colombia es el pago de entre 500 mil y un millón de pesos a cirujanos calificados para que firmen las historias médicas, aunque no efectúen las operaciones. También hay complicaciones con los implantes mamarios, ya que hay especialistas que ponen implantes de segunda, o provenientes de China, que entran al país por contrabando y no están aprobados por el Invima. Estos implantes pueden ser rechazados por el cuerpo y estallar provocando infecciones que pueden llegar a ser mortales.
Por la demanda de cirugías en los meses que anteceden las vacaciones de mitad y de fin de año, algunas clínicas contratan cirujanos cubanos, españoles o de otra nacionalidad, para que vengan por unos días al país y realicen cirugías las 24 horas. Las pacientes entran gordas y salen delgadas, entran sin senos y salen voluptuosas, y así, todo el día y toda la noche pasan mujeres por el quirófano. El inconveniente de este tipo de operaciones a gran escala hechas por médicos extranjeros es que cuando se interpone una demanda, no es fácil hallar al culpable y muchos casos quedan en la impunidad.
Debido a los problemas en las cirugías plásticas, en abril de 2010 se creó la Fundación Víctimas de la Mala Estética. Desde su apertura, han llegado 150 personas afectadas: 98 por ciento mujeres y 2 por ciento hombres, con secuelas de una mala praxis. La mayoría tiene problemas en los senos, los muslos y el abdomen. En el caso de los hombres, las complicaciones se presentan por una lipectomía mal tratada. Esta operación consiste en retirar grasa y piel sobrante. Cuando la cirugía no se hace de manera adecuada, las heridas pueden necrosarse. La fundación brinda asesoría jurídica y médica a los afectados y a las familias de pacientes fallecidos.
Como una víctima más, Nancy Liliana llegó a la fundación para buscar ayuda. Le expuso su caso al director Cristian Gutiérrez. Le mostró las piernas desiguales, el abdomen quemado y suturado y le dijo que desde el día de la cirugía le duele el estómago y no puede cargar objetos pesados. Pero el dolor que más la lastima es el de no poder conseguir una pareja para formar un hogar. “En esta sociedad los hombres se fijan en las apariencias. La publicidad está vendiendo ‘barbies’ y no seres reales como yo”, cuenta Nancy.
Quince días después de la cirugía, con el vientre necrosado, infectado y emanando un olor “como el de la carne que reposa por días fuera del refrigerador”, según ella, asistió a una reunión familiar. Sus padres y las dos hermanas la cargaron cinco pisos por una escalera. Nancy seguía hinchada, mareada, sin poder comer, sudar, ni orinar. No dejaba de retener líquidos. Ese día se sintió desfallecer. A la reunión acudió una enfermera que, al verla tan pálida y decaída, le preguntó si se encontraba enferma. Nancy dijo que le habían hecho una liposucción. La joven se sorprendió al conocer la cantidad de tiempo que había pasado sin presentar mejoría y le dijo que necesitaba ir de urgencias a una clínica para que la revisaran.
Ante la voz de alarma de la enfermera, Nancy llamó al doctor Jaime Villar, quien llegó a la casa, revisó a la paciente y le dijo que todo estaba bajo control, que él sabía más de su trabajo que una joven enfermera. También le dijo que las piernas se arreglaban con el tiempo. Al día siguiente, cuando sintió que no aguantaba más, fue al hospital. La internaron en la unidad de cuidados intensivos. Los doctores que la atendieron expresaron que, literalmente, la habían fritado como a un huevo.
En marzo de 2010, Nancy estaba resignada a recordar su procedimiento en esa gruesa cicatriz en el estómago y la desigualdad de sus piernas, cuando de nuevo oyó el nombre de Jaime Villar en la prensa. Una ingeniera de sistemas llamada Maribel González falleció luego de una cirugía que había efectuado el especialista. Hoy el cirujano Villar Riaño no cuenta su versión. En varias llamadas se le pidió su testimonio, pero no dijo nada. Se limitó a afirmar que estaba muy ocupado. Luego no volvió a contestar. Tampoco le contesta a Nancy, que ha querido darle la oportunidad de reparar su error. Que por lo menos le devuelva la simetría.
A Nancy no le da vergüenza mostrar sus cicatrices, sus quemaduras y sus piernas. Considera que tiene la labor de contar su caso para prevenir a las mujeres acerca de las intervenciones para mejorar la imagen. Piensa que la mejor cirugía se la debe hacer la sociedad para acabar con los estereotipos de belleza y nos empecemos a valorar por lo que somos por dentro y no por fuera.
Así acabaron con mi cuerpo
Dom, 04/09/2011 - 15:00
Le duele el estómago. Nancy Liliana Meza se toca el vientre y dice que desde hace dos años tiene un dolor constante que le recuerda el día que le hicieron la liposucción y una lipectomía. Ahora,